GNL: un sucesor del petróleo con muchos bemoles

Así como el carbón caracterizaba al siglo XIX y el petróleo al XX, la nueva centuria pertenece –al menos en su primer tramo- al gas natural. En Estados Unidos, eso plantea desafíos nada fáciles de superar. Especialmente éticos.

17 junio, 2005

Grupos internacionales, el gobierno de George W. Bush y los países ricos en gas presionan, desde ángulos diversos, para armar un mercado de gas y derivados. En forma paralela, intentan fomentar combustibles más abundantes y menos contaminantes, para no frenar el crecimiento económico global.

Pero Estados Unidos comienza a quedarse sin reservas gasíferas. Para cubrir la brecha, tendrá que importar crecientes volúmenes de gas licuado vía marítima porque, al igual que los petroleros, los mayores depósitos de gas natural se hallan geográficamente –a veces, geopolíticamente también- muy lejos de los grandes mercados. En países como Qatar, Yemén, Irán, Rusia, Angola o Argelia, la competencia por proyectos ha iniciado una frenética carrera entre compañías.

En Washington, esa clase de ambiciones afronta resistencias. Estados donde hay empresas interesadas en construir terminales costeras, capaces de recibir supertanques –por ejemplo, Nuevo Jersey, Nueva York, Rhode Island, ambas Carolinas-, temen explosiones catastróficas (accidentales o provocadas por terroristas) y degradacióm ambiental.

El Presidente, tratando de neutralizar objetores, ha propuesto legislación –actualmente en debate senatorial-, que permita al gobierno federal imponer sus políticas y objetivos, comúnmente afines a intereses privados por sobre los estaduales. “Quiero dejar bien claro que tenemos autoridad para seleccionar sitios destinados a nuevas terminales. Eso nos permitirá ampliar el uso de gas natural licuado”, afirmaba Bush en abril. “Las instancias locales no pueden trabar el proceso”.

Pero no todos comparten la postura centralista de la Casa Blanca. Por ende, Bush afronta una lucha en el Capitolio. Varios senadores, incluida Diana Feinstein (demócrata, California), han planteado ya una enmienda que bloquee intentos del poder ejecutivo para dar más facultades a autoridades federales.

Patrick Wood, jefe de la comisión reguladora de energía, reveló a ejecutivos del sector hidrocarburos, hace cuatro meses en Houston, que se proyectaban por lo menos ocho terminales portuarias para GNL, en territorio estadounidense, de 2006 a 2010. Ya existen cuatro (Georgia, Luisiana, Maryland, Massachusetts), todas para GNL, construidas en los ´60 y ´70.

La clave política del asunto es que el sector privado quiere establecer más de 40 terminales, a costos unitarios que van de US$500 a US$1.000 millones. El conflicto legistativo, por lo demás, recrudece mientras científicos y ambientalistas temen que el país esté postergando mejoras en eficiencia energética o no invierta en métodos alternativos “limpios” (centrales hídricas, eólicas o nucleares y hasta uso de biomasa).

Mientras tanto, los servicios que emplean gas advierten que, al crecer la dependencia del GNL importado, Estados Unidos correrá riesgos similares a los involucrados en el uso de hidrocarburos provenientes de fuentes inseguras o poco fiables. Particularmente en Levante.

Sea como fuere, hacia 2025 el gas natural superará al carbón y al petróleo como principal combustible fósil no renovable. Si, además, los grandes grupos que apoya Bush (en realidad, el vicepresidente Richard Cheney) se salen con la suya, eso sucederá mucho antes. Al presente, tienen entre manos más de US$100.000 millones en proyecto para generar un mercado mundial de gas, insumo cada día más vital.

El gas natural, licuado o no, alimenta 24% del consumo energético estadounidense. Más abundante y menos contaminante que los crudos, este insumo –que, sin embargo, también emite gases tipo invernadero- se ha hecho popular en los últimos diez años, por su aplicación en usinas eléctricas. Su creciente empleo, no obstante, acarrea costos apreciables. “Hemos llegado al mismo punto donde estábamos respecto del petróleo”, observa Donald Felsinger (Sempra Energy, California). “Ya no somos autosuficientes y debemos comprar cada vez más afuera”.

En cinco años, el precio del gas natural ha subido 100% en Estados Unidos. Eso pone en evidencia una extrema vulnerabilidad respecto del abastecimiento exógeno. En resumen, una eventual organización de países exportadores de GNL podría ser tanto o más influyente que la actual Opep.

El caso de California es muy ilustrativo. Empresas como ChevronTexaco o BHP Billiton (Australia) financian un cabildeo llamado “californianos por energía barata y segura”. Su objeto es persuadir al público de la necesidad de más GNL. Pero el problema es que este lobby forma parte de una campaña más amplia, organizada por Michael Murphy. Este hombre es un operador republicano muy allegado a la Casa Blanca.

Tampoco el propio sector las tiene todas consigo. “Si se pone en órbita una industria de este modo y eso crea abundancia de gas, puede generarse adicción a algo que no existe en el país”, apunta Susan Jordan, directora de la red de protección ambiental costera californiana. “Toda esta campaña se desenvuelve sin referencia alguna a la conservación de áreas ni a alternativas de energía renovable”.

Grupos internacionales, el gobierno de George W. Bush y los países ricos en gas presionan, desde ángulos diversos, para armar un mercado de gas y derivados. En forma paralela, intentan fomentar combustibles más abundantes y menos contaminantes, para no frenar el crecimiento económico global.

Pero Estados Unidos comienza a quedarse sin reservas gasíferas. Para cubrir la brecha, tendrá que importar crecientes volúmenes de gas licuado vía marítima porque, al igual que los petroleros, los mayores depósitos de gas natural se hallan geográficamente –a veces, geopolíticamente también- muy lejos de los grandes mercados. En países como Qatar, Yemén, Irán, Rusia, Angola o Argelia, la competencia por proyectos ha iniciado una frenética carrera entre compañías.

En Washington, esa clase de ambiciones afronta resistencias. Estados donde hay empresas interesadas en construir terminales costeras, capaces de recibir supertanques –por ejemplo, Nuevo Jersey, Nueva York, Rhode Island, ambas Carolinas-, temen explosiones catastróficas (accidentales o provocadas por terroristas) y degradacióm ambiental.

El Presidente, tratando de neutralizar objetores, ha propuesto legislación –actualmente en debate senatorial-, que permita al gobierno federal imponer sus políticas y objetivos, comúnmente afines a intereses privados por sobre los estaduales. “Quiero dejar bien claro que tenemos autoridad para seleccionar sitios destinados a nuevas terminales. Eso nos permitirá ampliar el uso de gas natural licuado”, afirmaba Bush en abril. “Las instancias locales no pueden trabar el proceso”.

Pero no todos comparten la postura centralista de la Casa Blanca. Por ende, Bush afronta una lucha en el Capitolio. Varios senadores, incluida Diana Feinstein (demócrata, California), han planteado ya una enmienda que bloquee intentos del poder ejecutivo para dar más facultades a autoridades federales.

Patrick Wood, jefe de la comisión reguladora de energía, reveló a ejecutivos del sector hidrocarburos, hace cuatro meses en Houston, que se proyectaban por lo menos ocho terminales portuarias para GNL, en territorio estadounidense, de 2006 a 2010. Ya existen cuatro (Georgia, Luisiana, Maryland, Massachusetts), todas para GNL, construidas en los ´60 y ´70.

La clave política del asunto es que el sector privado quiere establecer más de 40 terminales, a costos unitarios que van de US$500 a US$1.000 millones. El conflicto legistativo, por lo demás, recrudece mientras científicos y ambientalistas temen que el país esté postergando mejoras en eficiencia energética o no invierta en métodos alternativos “limpios” (centrales hídricas, eólicas o nucleares y hasta uso de biomasa).

Mientras tanto, los servicios que emplean gas advierten que, al crecer la dependencia del GNL importado, Estados Unidos correrá riesgos similares a los involucrados en el uso de hidrocarburos provenientes de fuentes inseguras o poco fiables. Particularmente en Levante.

Sea como fuere, hacia 2025 el gas natural superará al carbón y al petróleo como principal combustible fósil no renovable. Si, además, los grandes grupos que apoya Bush (en realidad, el vicepresidente Richard Cheney) se salen con la suya, eso sucederá mucho antes. Al presente, tienen entre manos más de US$100.000 millones en proyecto para generar un mercado mundial de gas, insumo cada día más vital.

El gas natural, licuado o no, alimenta 24% del consumo energético estadounidense. Más abundante y menos contaminante que los crudos, este insumo –que, sin embargo, también emite gases tipo invernadero- se ha hecho popular en los últimos diez años, por su aplicación en usinas eléctricas. Su creciente empleo, no obstante, acarrea costos apreciables. “Hemos llegado al mismo punto donde estábamos respecto del petróleo”, observa Donald Felsinger (Sempra Energy, California). “Ya no somos autosuficientes y debemos comprar cada vez más afuera”.

En cinco años, el precio del gas natural ha subido 100% en Estados Unidos. Eso pone en evidencia una extrema vulnerabilidad respecto del abastecimiento exógeno. En resumen, una eventual organización de países exportadores de GNL podría ser tanto o más influyente que la actual Opep.

El caso de California es muy ilustrativo. Empresas como ChevronTexaco o BHP Billiton (Australia) financian un cabildeo llamado “californianos por energía barata y segura”. Su objeto es persuadir al público de la necesidad de más GNL. Pero el problema es que este lobby forma parte de una campaña más amplia, organizada por Michael Murphy. Este hombre es un operador republicano muy allegado a la Casa Blanca.

Tampoco el propio sector las tiene todas consigo. “Si se pone en órbita una industria de este modo y eso crea abundancia de gas, puede generarse adicción a algo que no existe en el país”, apunta Susan Jordan, directora de la red de protección ambiental costera californiana. “Toda esta campaña se desenvuelve sin referencia alguna a la conservación de áreas ni a alternativas de energía renovable”.

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