Estados Unidos no seduce a la inversión externa directa

Clave para la economía más endeudada de la historia, la inversión externa directa (IED) no afluye como lo necesita Estados Unidos. Sólo hay compra de deuda y canales especulativos. Es decir, mercados de riesgo bursátiles y financieros.

19 enero, 2004

Según la secretaría de Hacienda, en noviembre -un mes excepcional-
ingresaron inversiones externas por alrededor de US$ 1.340 millones diarios. Pero,
amén de que el rojo en pagos externos y presupuesto requiera algo más
de 1.700 millones, el grueso del flujo actual se compone de colocaciones financieras,
especulativas o a riesgo. En realidad, hay escasa IED en producción, tecnología
y otros sectores de la economía real.

Este detalle es clave para un país cuyo ahorro representa apenas alrededor
de 13% del producto bruto interno. Además, la adicción al endeudamiento
que exhibe el estado federal se refleja, potenciado, entre un público
que paga -desde 2001- menos impuestos, consume, gasta y toma créditos
hipotecarios muy por encima de sus medios.

Esta conducta, que el economista Jeffrey Sachs acaba de exponer con peculiar
dureza, es promovida desde el propio gobierno, cuyas necesidades electorales
exigen inflar la burbuja económica iniciada a mediados de 2003. “El
estímulo clave es una tasa referencial de apenas 1% anual, la mínima
en más de 45 años. Esto quiere decir -subraya Philip Day, consultor
residente en Hongkong- que los rendimientos financieros en dólares son
demasiado exiguos respecto de los principales mercados”.

La dependencia estadounidense respecto de la IED y los flujos especulativos
fue acentuándose velozmente en los últimos cinco a ocho años.
Pero, en verdad, el país ha estado veinte años viviendo de prestado.
Sólo que recién ahora lo denuncian entidades tan “ortodoxas”
como el Fondo Monetario Internacional (salvo su subdirectora ejecutiva Anne
Krueger, miembro de la derecha republicana).

“¿Cuánto más durarán las inyecciones de capital
exógeno? ¿hasta dónde quienes adoptan decisiones globales
de inversión seguirán poniendo fondos en EE.UU.?”, pregunta
el “Wall Street Journal”. El punto es que, más allá
de leves rebotes, en 2003 el dólar perdió más de 23% ante
el euro, el franco suizo y la libra esterlina. Esto revela que las corrientes
inversoras dejan de lado los mercados locales de riesgo. Paralelamente, le suerte
de EE.UU. como megadeudor queda en tela de juicio. En términos de bonos
federales acumulados, al 30 de septiembre, los acreedores principales son Japón
(US$ 502.000 millones, o sea algo más que el déficit fiscal proyectado
en 2004), China + Hongkong (194.000 millones), Gran Bretaña (113.500
millones), “offshore” caribeños (58.700 millones), Alemania
(46.200 millones), Taiwán (43.300 millones), Surcorea (42.400 millones),
Opep (41.300 millones), Suiza (38.400 millones) y… Brasil (15.500 millones).
El total de deuda en manos extranjeras alcanzaba US$ 1,3 billón, 23,5%
del déficit de pagos en cuenta corriente y 12% del PBI.

Cabe observar que, en las plazas extraterritoriales de las Antillas, probablemente
la mayoría de tenencias sea de personas físicas y jurídicas
residentes en EE.UU. En cuanto a los bonos en poder de la Organización
de Países Exportadores de Petróleo, convierten a Washington en
deudor de Irán, Libia y, potencialmente, Irak.

Según la secretaría de Hacienda, en noviembre -un mes excepcional-
ingresaron inversiones externas por alrededor de US$ 1.340 millones diarios. Pero,
amén de que el rojo en pagos externos y presupuesto requiera algo más
de 1.700 millones, el grueso del flujo actual se compone de colocaciones financieras,
especulativas o a riesgo. En realidad, hay escasa IED en producción, tecnología
y otros sectores de la economía real.

Este detalle es clave para un país cuyo ahorro representa apenas alrededor
de 13% del producto bruto interno. Además, la adicción al endeudamiento
que exhibe el estado federal se refleja, potenciado, entre un público
que paga -desde 2001- menos impuestos, consume, gasta y toma créditos
hipotecarios muy por encima de sus medios.

Esta conducta, que el economista Jeffrey Sachs acaba de exponer con peculiar
dureza, es promovida desde el propio gobierno, cuyas necesidades electorales
exigen inflar la burbuja económica iniciada a mediados de 2003. “El
estímulo clave es una tasa referencial de apenas 1% anual, la mínima
en más de 45 años. Esto quiere decir -subraya Philip Day, consultor
residente en Hongkong- que los rendimientos financieros en dólares son
demasiado exiguos respecto de los principales mercados”.

La dependencia estadounidense respecto de la IED y los flujos especulativos
fue acentuándose velozmente en los últimos cinco a ocho años.
Pero, en verdad, el país ha estado veinte años viviendo de prestado.
Sólo que recién ahora lo denuncian entidades tan “ortodoxas”
como el Fondo Monetario Internacional (salvo su subdirectora ejecutiva Anne
Krueger, miembro de la derecha republicana).

“¿Cuánto más durarán las inyecciones de capital
exógeno? ¿hasta dónde quienes adoptan decisiones globales
de inversión seguirán poniendo fondos en EE.UU.?”, pregunta
el “Wall Street Journal”. El punto es que, más allá
de leves rebotes, en 2003 el dólar perdió más de 23% ante
el euro, el franco suizo y la libra esterlina. Esto revela que las corrientes
inversoras dejan de lado los mercados locales de riesgo. Paralelamente, le suerte
de EE.UU. como megadeudor queda en tela de juicio. En términos de bonos
federales acumulados, al 30 de septiembre, los acreedores principales son Japón
(US$ 502.000 millones, o sea algo más que el déficit fiscal proyectado
en 2004), China + Hongkong (194.000 millones), Gran Bretaña (113.500
millones), “offshore” caribeños (58.700 millones), Alemania
(46.200 millones), Taiwán (43.300 millones), Surcorea (42.400 millones),
Opep (41.300 millones), Suiza (38.400 millones) y… Brasil (15.500 millones).
El total de deuda en manos extranjeras alcanzaba US$ 1,3 billón, 23,5%
del déficit de pagos en cuenta corriente y 12% del PBI.

Cabe observar que, en las plazas extraterritoriales de las Antillas, probablemente
la mayoría de tenencias sea de personas físicas y jurídicas
residentes en EE.UU. En cuanto a los bonos en poder de la Organización
de Países Exportadores de Petróleo, convierten a Washington en
deudor de Irán, Libia y, potencialmente, Irak.

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