En visperas del G-8, la política europea de Londres está en crisis

Tony Blair insiste, junto con la Casa Blanca, en que la real perdedora en Irak fue la “vieja Europa”. Pero el problema británico es mucho más complicado e influirá en la inminente reunión del Grupo de los 8.

29 mayo, 2003

“Estados Unidos, Gran Bretaña, Italia y España ven las cosas
con anteojeras”, sostiene el inglés Peter Ludlow, cofundador de
Centro para Estudios Políticos Europeos (CEPE, Bruselas). En efecto,
“el conflicto ha creado hondas divisiones en la Unión Europea, cuya
complejidad desborda la visión tejana de George W. Bush y su entorno.
Para comprobarlo, basta centrarse en dos cuestiones: orden mundial y relaciones
especiales Washington-Londres”.

Como se verá en la reunión del G-8 (EE.UU., Japón, Alemania,
Gran Bretaña, Francia, Canadá, Italia y Rusia), el primer asunto
afecta directamente a la Unión Europea, porque se ha embarcado en una
ambiciosa ampliación hacia este y sudeste, de desenlace incierto. Las
brechas abiertas en la Organización del Tratado Noratlántico y
el Consejo de Seguridad son manifestaciones ostensibles del problema. Aunque
el gobierno británico mire para otro lado, “la opinión pública
continental ve con alarma una superpotencia capaz -afirma el analista- de intervenir
en cualquier parte sin tener en cuenta el orden jurídico internacional”.
Dado que Washington tiende a tomar sus intereses como valores absolutos y relativizar
las restantes soberanías, aun en lo económico y comercial, la
ampliación de la UE plantea un riesgo claro: países habituados
a ser satélites de la ex URSS pasando a comportarse como satélites
de EE.UU. (Polonia, repúblicas bálticas, Hungría, etc.).

En realidad, “Irak no modificó una situación preexistente:
la unipolaridad, resultante del desmedido poder militar norteamericano. Pero
ello no implica necesariamente que actúe como gobierno mundial”.
A diferencia de los verdaderos “estados universales” (Persia, Roma,
el Califato Abasida, etc.), EE.UU. es deudor neto del resto -por una suma equivalente
a 70% de su propio PBI-, no controla los flujos especulativos de dinero ni sus
propios déficit.

“Muchos defensores de la unipolaridad -en España, Italia o Polonia-
suponen que la única oposición europea seria es el neodegolismo
francés. Por el contrario -sostiene Ludlow-, la integración continental
misma excluye la idea de unipolaridad. Obviamente, claro, ningún dirigente
desea la confrontación perpetua con EE.UU., un socio natural e insoslayable,
pero muy pocos admiten el tipo de subordinación que pretenden Bush, José
María Aznar o Silvio Berlusconi” (cuyas clientelas electorales comienzan
a rechazar el acatamiento liso y llano a la superpotencia).

Esto conduce directamente a la relación especial Washington-Londres.
“Hasta Irak, la UE la veía como una ventaja, un puente con EE.UU.
Hoy, parece un lastre. Un promotor del interés común era valioso;
un virrey o cónsul, por el contrario, no tiene lugar en una comunidad
de pares soberanos”. Esta incompatibilidad entre los papeles que el gobierno
de Tony Blair se empeña en desempeñar, desde Irak en adelante,
parece un camino sin retorno. Por ende, el riesgo político que afronta
la UE no deriva del eje Francia-Alemania. Tampoco del protomodelo constitucional
lanzado estos días, que Washington se encargó de torpedear usando
a España.

En este punto, Ludlow es duro. A su criterio, Aznar y Berlusconi “operan
como sátrapas de una potencia externa que quiere dividir para reinar”.
En rigor, el experto debió haber mencionado al noruego Quisling o al
belga Degrelle. Irónicamente, la misma prensa conservadora y antieuropea
que apoyó la aventura iraquí de Blair rechaza visceralmente a
Berlusconi, un personaje “tan obvio que Giovanni di Lampedusa no lo habría
incluido en el Gattopardo”, señalaba The Economist hace poco
más de un año.

Para Ludlow, “lo que está en crisis es la política europea
británica, no las de Francia o Alemania. La postergación de decisiones
sobre el euro lo pone en evidencia, al margen de su actual sobrepreciación
respecto del dólar”. Como sucede desde el siglo XVII, Londres se
tienta con el “espléndido aislamiento” respecto de Europa occidental.
Pero ya no domina los mares ni es aquel imperio donde el sol no se ponía,
papel que le había arrebatado a la España de Felipe II

“Estados Unidos, Gran Bretaña, Italia y España ven las cosas
con anteojeras”, sostiene el inglés Peter Ludlow, cofundador de
Centro para Estudios Políticos Europeos (CEPE, Bruselas). En efecto,
“el conflicto ha creado hondas divisiones en la Unión Europea, cuya
complejidad desborda la visión tejana de George W. Bush y su entorno.
Para comprobarlo, basta centrarse en dos cuestiones: orden mundial y relaciones
especiales Washington-Londres”.

Como se verá en la reunión del G-8 (EE.UU., Japón, Alemania,
Gran Bretaña, Francia, Canadá, Italia y Rusia), el primer asunto
afecta directamente a la Unión Europea, porque se ha embarcado en una
ambiciosa ampliación hacia este y sudeste, de desenlace incierto. Las
brechas abiertas en la Organización del Tratado Noratlántico y
el Consejo de Seguridad son manifestaciones ostensibles del problema. Aunque
el gobierno británico mire para otro lado, “la opinión pública
continental ve con alarma una superpotencia capaz -afirma el analista- de intervenir
en cualquier parte sin tener en cuenta el orden jurídico internacional”.
Dado que Washington tiende a tomar sus intereses como valores absolutos y relativizar
las restantes soberanías, aun en lo económico y comercial, la
ampliación de la UE plantea un riesgo claro: países habituados
a ser satélites de la ex URSS pasando a comportarse como satélites
de EE.UU. (Polonia, repúblicas bálticas, Hungría, etc.).

En realidad, “Irak no modificó una situación preexistente:
la unipolaridad, resultante del desmedido poder militar norteamericano. Pero
ello no implica necesariamente que actúe como gobierno mundial”.
A diferencia de los verdaderos “estados universales” (Persia, Roma,
el Califato Abasida, etc.), EE.UU. es deudor neto del resto -por una suma equivalente
a 70% de su propio PBI-, no controla los flujos especulativos de dinero ni sus
propios déficit.

“Muchos defensores de la unipolaridad -en España, Italia o Polonia-
suponen que la única oposición europea seria es el neodegolismo
francés. Por el contrario -sostiene Ludlow-, la integración continental
misma excluye la idea de unipolaridad. Obviamente, claro, ningún dirigente
desea la confrontación perpetua con EE.UU., un socio natural e insoslayable,
pero muy pocos admiten el tipo de subordinación que pretenden Bush, José
María Aznar o Silvio Berlusconi” (cuyas clientelas electorales comienzan
a rechazar el acatamiento liso y llano a la superpotencia).

Esto conduce directamente a la relación especial Washington-Londres.
“Hasta Irak, la UE la veía como una ventaja, un puente con EE.UU.
Hoy, parece un lastre. Un promotor del interés común era valioso;
un virrey o cónsul, por el contrario, no tiene lugar en una comunidad
de pares soberanos”. Esta incompatibilidad entre los papeles que el gobierno
de Tony Blair se empeña en desempeñar, desde Irak en adelante,
parece un camino sin retorno. Por ende, el riesgo político que afronta
la UE no deriva del eje Francia-Alemania. Tampoco del protomodelo constitucional
lanzado estos días, que Washington se encargó de torpedear usando
a España.

En este punto, Ludlow es duro. A su criterio, Aznar y Berlusconi “operan
como sátrapas de una potencia externa que quiere dividir para reinar”.
En rigor, el experto debió haber mencionado al noruego Quisling o al
belga Degrelle. Irónicamente, la misma prensa conservadora y antieuropea
que apoyó la aventura iraquí de Blair rechaza visceralmente a
Berlusconi, un personaje “tan obvio que Giovanni di Lampedusa no lo habría
incluido en el Gattopardo”, señalaba The Economist hace poco
más de un año.

Para Ludlow, “lo que está en crisis es la política europea
británica, no las de Francia o Alemania. La postergación de decisiones
sobre el euro lo pone en evidencia, al margen de su actual sobrepreciación
respecto del dólar”. Como sucede desde el siglo XVII, Londres se
tienta con el “espléndido aislamiento” respecto de Europa occidental.
Pero ya no domina los mares ni es aquel imperio donde el sol no se ponía,
papel que le había arrebatado a la España de Felipe II

Compartir:
Notas Relacionadas

Suscripción Digital

Suscríbase a Mercado y reciba todos los meses la mas completa información sobre Economía, Negocios, Tecnología, Managment y más.

Suscribirse Archivo Ver todos los planes

Newsletter


Reciba todas las novedades de la Revista Mercado en su email.

Reciba todas las novedades