El Banco Central Europeo es lento y torpe

Sus críticos dicen que al director del CBE -- el holandés Willem Duisenberg --le obsesiona el fantasma de la inflación y se aferra a cánones monetarios poco confiables. Por lo tanto, no toma decisiones en el momento en que habría que tomarlas.

25 enero, 2002

“Lento, a veces torpe y en general poco transparente”. Así califican al Banco Central Europeo dentro y fuera del área de moneda única. Armado sobre el modelo del Bundesbank alemán, su presidente no tiene el poder del colega germano porque las decisiones no se adoptan por voto, sino por trabajosos “consensos” entre seis directores ejecutivos y los doce emisores de Eurolandia.
Los defectos de una receta nacional aplicada al contexto regional fueron evidentes cuando, en abril de 2001, las economías reales empezaron a perder impulso. Entonces, el holandés Willem (Wim) Duisenberg tuvo que probar su autonomía de vuelo, pues los ministros de Hacienda –encabezados por el belga Didier Reynders- lo presionaban para seguir la política de recortes de tasas básicas llevada a cabo por Alan Greenspan desde la Reserva Federal estadounidense.

No obstante, el consejo directivo del BCE dejó el tipo referencial en 4,75%, nivel mantenido desde 1999. Esto se hizo en parte para frenarlo a Reynders. Además, Duisenberg explicó luego que se prefería una tasa alta porque “la prioridad del BCE es actuar contra la inflación, no promover la expansión económica”. Fue un serio error tanto técnico como político y, a criterio de varios analistas, unas muestra de que Duisenberg confunde independencia con obstinación.

Casi nadie duda, por supuesto, de que el BCE ha actuado con total independencia desde su puesta en marcha en junio de 1998. “Políticos y otros dirigentes presionan pertinazmente, sin resultados, y esto los irrita muchísimo”, opina Patrick Artus, econometrista jefe en CDC Ixis, una megacartera que maneja alrededor de US$ 294.000 millones (E 330.000 millones).

“Arduo de descifrar”

Pero, en verdad, el BCE tiene vocación de irritar; de ahí que lo tachen de lento, torpe y adicto al secreto. A principios de este año, comenzaron a circular –ya como efectivo único- las monedas y los billetes en euros, una etapa clave en el programa trienal que afecta a 300 millones del “eurolandeses”. La transición quedará completada, en la mayoría de los países, para el 28 de febrero. A partir del 1° de marzo, ya no correrán las antiguas monedas nacionales (la más antigua es la lira, denominación que existe desde el siglo XIV, o sea cinco antes de que Italia se reunificase).

Analistas, inversores, banqueros y usuarios sostienen que el BCE ha hecho poco para ayudar a la flamante moneda. De hecho, ésta no dejado de ceder ante el dólar (de 90,2 a 87,5 centavos), la libra y, especialmente, el franco suizo desde el 2 de enero. Ni qué hablar respecto del máximo absoluto, US$ 1,22 en enero de 1999. “El BCE y sus autoridades resultan en extremo arduas de descifrar, y esto es una desventaja”, cree Guillaume Sciard, codirector de Barclays Asset Managament France, una cartera de E 2.200 millones (US$ 1.930 millones).

Al tomar decisiones, el BCE se basa en un parámetro ya descartado por los principales emisores del Primer Mundo: la masa monetaria (M) en términos de efectivo circulante más depósitos a la vista. Duisenberg y los suyos no quieren que se expanda a más de 4,5% anual. El otro pilar de la política es usar las tasas básicas para limitar el consumo y, con él, la inflación a 2% anual.

Muchos economistas y otros profesionales afirman que el CBE esta obsesionado por el fantasma de la inflación y se aferra a cánones monetarios que el resto de los emisores considera poco fiables e irrelevantes. “Duisenberg exagera su papel antinflacionario porque, entre otras cosas, no existen riesgos reales en ese sentido”, señala Elie Cohen, analista del Centre National pour l’Investigacion Scientifique, París. “Por tanto, el BCE no atina a adoptar decisiones cuando éstas son necesarias”

“Lento, a veces torpe y en general poco transparente”. Así califican al Banco Central Europeo dentro y fuera del área de moneda única. Armado sobre el modelo del Bundesbank alemán, su presidente no tiene el poder del colega germano porque las decisiones no se adoptan por voto, sino por trabajosos “consensos” entre seis directores ejecutivos y los doce emisores de Eurolandia.
Los defectos de una receta nacional aplicada al contexto regional fueron evidentes cuando, en abril de 2001, las economías reales empezaron a perder impulso. Entonces, el holandés Willem (Wim) Duisenberg tuvo que probar su autonomía de vuelo, pues los ministros de Hacienda –encabezados por el belga Didier Reynders- lo presionaban para seguir la política de recortes de tasas básicas llevada a cabo por Alan Greenspan desde la Reserva Federal estadounidense.

No obstante, el consejo directivo del BCE dejó el tipo referencial en 4,75%, nivel mantenido desde 1999. Esto se hizo en parte para frenarlo a Reynders. Además, Duisenberg explicó luego que se prefería una tasa alta porque “la prioridad del BCE es actuar contra la inflación, no promover la expansión económica”. Fue un serio error tanto técnico como político y, a criterio de varios analistas, unas muestra de que Duisenberg confunde independencia con obstinación.

Casi nadie duda, por supuesto, de que el BCE ha actuado con total independencia desde su puesta en marcha en junio de 1998. “Políticos y otros dirigentes presionan pertinazmente, sin resultados, y esto los irrita muchísimo”, opina Patrick Artus, econometrista jefe en CDC Ixis, una megacartera que maneja alrededor de US$ 294.000 millones (E 330.000 millones).

“Arduo de descifrar”

Pero, en verdad, el BCE tiene vocación de irritar; de ahí que lo tachen de lento, torpe y adicto al secreto. A principios de este año, comenzaron a circular –ya como efectivo único- las monedas y los billetes en euros, una etapa clave en el programa trienal que afecta a 300 millones del “eurolandeses”. La transición quedará completada, en la mayoría de los países, para el 28 de febrero. A partir del 1° de marzo, ya no correrán las antiguas monedas nacionales (la más antigua es la lira, denominación que existe desde el siglo XIV, o sea cinco antes de que Italia se reunificase).

Analistas, inversores, banqueros y usuarios sostienen que el BCE ha hecho poco para ayudar a la flamante moneda. De hecho, ésta no dejado de ceder ante el dólar (de 90,2 a 87,5 centavos), la libra y, especialmente, el franco suizo desde el 2 de enero. Ni qué hablar respecto del máximo absoluto, US$ 1,22 en enero de 1999. “El BCE y sus autoridades resultan en extremo arduas de descifrar, y esto es una desventaja”, cree Guillaume Sciard, codirector de Barclays Asset Managament France, una cartera de E 2.200 millones (US$ 1.930 millones).

Al tomar decisiones, el BCE se basa en un parámetro ya descartado por los principales emisores del Primer Mundo: la masa monetaria (M) en términos de efectivo circulante más depósitos a la vista. Duisenberg y los suyos no quieren que se expanda a más de 4,5% anual. El otro pilar de la política es usar las tasas básicas para limitar el consumo y, con él, la inflación a 2% anual.

Muchos economistas y otros profesionales afirman que el CBE esta obsesionado por el fantasma de la inflación y se aferra a cánones monetarios que el resto de los emisores considera poco fiables e irrelevantes. “Duisenberg exagera su papel antinflacionario porque, entre otras cosas, no existen riesgos reales en ese sentido”, señala Elie Cohen, analista del Centre National pour l’Investigacion Scientifique, París. “Por tanto, el BCE no atina a adoptar decisiones cuando éstas son necesarias”

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