EE.UU.: afuera quieren injerencia en la supervisión del mercado

Políticos y reguladores del exterior presionan para compartir la vigilancia de la plaza norteamericana. Sus presiones suceden a las crisis hipotecaria y de liquidez. Para no hablar de la descalificación mutua entre bancas y firmas de valores.

31 agosto, 2007

Entre otros motivos argüídos figuran la notoria inepcia de la Reserva Federal ola Securities & exchange commission (SEC, comisión de valores) ante instrumentos tan peligrosos como los derivativos, as hipotecas usurarias, los fondos extrabursátiles dedicados a compras apalancadas y los paquetes financieros que se colocan alrededor de mundo.

Su postura es simple: Estados Unidos exporta paquetes de activos, cuyas pérdidas afectan a inversores extranjeros y los reguladores norteamericanos no los supervisan como debieran ni alertan sobre sus riesgos inherentes. “Hace falta una concepción internacional”, sostiene Peter Bofinger, que integra el consejo asesor económico –los “cinco sabios”- del gobierno alemán.

Por supuesto, los norteamericanos nunca han querido saber nada. Pero, a medida como a deuda externa, el déficit y la escasez de ahorro interno –más los fracasos en Irak o Afganistán- minan el liderazgo de EE.UU., la Eurozona y Asia oriental ejercen mayor influencias los asunto globales. Eventualmente, Washington deberá hacer concesiones. Máxime si pretedne allical normal bilaterales a poderosos fondos inversores estatales de China, Unión de emiratos árabes o Rusia. Particularmente con las normas “Basilea II”, que promueve ese tipo de paquetes explosivos, a punto de colapsar antes de ser aplicadas oficialmente.

Hay una dura realidad: “EE.UU. depende del resto del mundo para seguir financiando una deuda externa que pasa los siete billones”, subraya Bofinger. “Si nuestros bancos y otras entidades dejasen de comprar esos paquetes financieros, mal llamados ‘productos’, sería muy perjudicial para su tesorería”.

En general, “la reacción de Washington ha sido rechazar todo tipo de supervisión compartida”, observa Kenneth Rogoff, ex analista jefe del Fondo Monetario Internacional, una institución cada días menos respetada. Pero “este mismo mes, bancos y fondos inversores desde China hasta Francia sufren quebrantos por haber tomado títulos o complejos paquetes respaldados en malas hipotecas o compras apalancadas de pronto ilíquidas”. Todo eso originado en EE.UU.y sus plazas “off shore” satélites, no el alguna república bananera.

En muchos caso, el público y los inversores institucionales fueron engañados por agencias calificadoras norteamericanas (Standard & Poor’s, Moody’s, Fitch), que asignaban altas notas a esos instrumentos o sus emisores –Bear Stearns, Morgan Stanley, Lehman Brothers, Goldman Sachs, etc.- y hacían suponer que no corrían riesgo alguno. Mucha gente en el exterior se pregunta por qué se permitió a los prestamistas estadounidenses otorgar segundas o terceras hipotecas a deudores insolventes. “En un contexto financiero globalizado, con fondos de cobertura, compras apalancadas y todo tipo de especulaciones, debemos exigir mucha más transparencia”, piensa Claude Bébéar, presidente de la aseguradora francesa AXA.

En la Eurozona, la crisis del crédito ha dado alas a quienes venían desde tiempo atrás abogando por normas internacionales más estrictas. Hace algunas ssemanas, Washington y su satélite, Londres, enfrentaron a Berlín, que había planteado un código universal de buena conducta para fondos de cobertura (“langostas” les dicen en Alemania e Italia). Ahora, los “cinco sabios” van más lejos y afirman que las agencias calificadoras debieran ser nacionalizadas, los empréstitos en larga escala debieran registrarse públicamente –eso incluye compras apalancadas- y los complejos mecanismos para titulizar deudas debieran seguir pautas severas.

Christian Boissieu, jefe de grupo que asesora al presidente francés, estima que los fondos de cobertura deben divulgar su exposición real a riesgos –antes de vender paquetes a carteras bancaria- y figurar en un registro mundial. Nicolas Sarkozy ordenó esta semana a la titular de hacienda, Christine Lagarde, redactar una propuesta de reformas “moralizantes” destinada al próximo encuentro ministerial del Grupo de los 7 (octubre).

Entre otros motivos argüídos figuran la notoria inepcia de la Reserva Federal ola Securities & exchange commission (SEC, comisión de valores) ante instrumentos tan peligrosos como los derivativos, as hipotecas usurarias, los fondos extrabursátiles dedicados a compras apalancadas y los paquetes financieros que se colocan alrededor de mundo.

Su postura es simple: Estados Unidos exporta paquetes de activos, cuyas pérdidas afectan a inversores extranjeros y los reguladores norteamericanos no los supervisan como debieran ni alertan sobre sus riesgos inherentes. “Hace falta una concepción internacional”, sostiene Peter Bofinger, que integra el consejo asesor económico –los “cinco sabios”- del gobierno alemán.

Por supuesto, los norteamericanos nunca han querido saber nada. Pero, a medida como a deuda externa, el déficit y la escasez de ahorro interno –más los fracasos en Irak o Afganistán- minan el liderazgo de EE.UU., la Eurozona y Asia oriental ejercen mayor influencias los asunto globales. Eventualmente, Washington deberá hacer concesiones. Máxime si pretedne allical normal bilaterales a poderosos fondos inversores estatales de China, Unión de emiratos árabes o Rusia. Particularmente con las normas “Basilea II”, que promueve ese tipo de paquetes explosivos, a punto de colapsar antes de ser aplicadas oficialmente.

Hay una dura realidad: “EE.UU. depende del resto del mundo para seguir financiando una deuda externa que pasa los siete billones”, subraya Bofinger. “Si nuestros bancos y otras entidades dejasen de comprar esos paquetes financieros, mal llamados ‘productos’, sería muy perjudicial para su tesorería”.

En general, “la reacción de Washington ha sido rechazar todo tipo de supervisión compartida”, observa Kenneth Rogoff, ex analista jefe del Fondo Monetario Internacional, una institución cada días menos respetada. Pero “este mismo mes, bancos y fondos inversores desde China hasta Francia sufren quebrantos por haber tomado títulos o complejos paquetes respaldados en malas hipotecas o compras apalancadas de pronto ilíquidas”. Todo eso originado en EE.UU.y sus plazas “off shore” satélites, no el alguna república bananera.

En muchos caso, el público y los inversores institucionales fueron engañados por agencias calificadoras norteamericanas (Standard & Poor’s, Moody’s, Fitch), que asignaban altas notas a esos instrumentos o sus emisores –Bear Stearns, Morgan Stanley, Lehman Brothers, Goldman Sachs, etc.- y hacían suponer que no corrían riesgo alguno. Mucha gente en el exterior se pregunta por qué se permitió a los prestamistas estadounidenses otorgar segundas o terceras hipotecas a deudores insolventes. “En un contexto financiero globalizado, con fondos de cobertura, compras apalancadas y todo tipo de especulaciones, debemos exigir mucha más transparencia”, piensa Claude Bébéar, presidente de la aseguradora francesa AXA.

En la Eurozona, la crisis del crédito ha dado alas a quienes venían desde tiempo atrás abogando por normas internacionales más estrictas. Hace algunas ssemanas, Washington y su satélite, Londres, enfrentaron a Berlín, que había planteado un código universal de buena conducta para fondos de cobertura (“langostas” les dicen en Alemania e Italia). Ahora, los “cinco sabios” van más lejos y afirman que las agencias calificadoras debieran ser nacionalizadas, los empréstitos en larga escala debieran registrarse públicamente –eso incluye compras apalancadas- y los complejos mecanismos para titulizar deudas debieran seguir pautas severas.

Christian Boissieu, jefe de grupo que asesora al presidente francés, estima que los fondos de cobertura deben divulgar su exposición real a riesgos –antes de vender paquetes a carteras bancaria- y figurar en un registro mundial. Nicolas Sarkozy ordenó esta semana a la titular de hacienda, Christine Lagarde, redactar una propuesta de reformas “moralizantes” destinada al próximo encuentro ministerial del Grupo de los 7 (octubre).

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