Dólar: el mundo arriesga un maremoto cambiario
Si Washington insiste en la política de caída ordenada para el dólar, el euro podría llegar a US$ 1,60. Este horizonte plantearía una dura alternativa: deflación o sobrecalentamiento, ambos en escala mundial. Wall Street empieza a temer.
22 diciembre, 2003
Así resume las perspectivas cambiarias el analista británico Martin
Wolf. A su criterio, el retroceso del dólar no sorprende, “salvo por
la forma. En esta fase, los déficit fiscal y de pagos, más las presiones
deflacionarias, son exportados por Estados Unidos a las restantes economías
centrales”.
Desde inicios de 2002 hasta esta semana, el dólar ha cedido 32% ante
el euro y el dólar australiano, mientras bajaba 20% ante la esterlina.
No obstante, la divisa referencial “casi no se ha movido respecto de monedas
emergentes”. Dejando a un lado el dólar de Hongkong y el ringgit
malayo (tienen paridades fijas), el yüan chino, la rupia india, el won
coreano, el dong viet, los dólares de Taiwán y Singapur han mantenido
virtualmente las mismas paridades contra el dólar en año y medio.
El problema no es coyuntural, sino estructural. “El mundo se divide hoy
-explica Peter Garber, del Deutsche Bank- en tres: EE. UU., el grupo de cuenta
de capital y la zona de cuenta comercial. Los países del primer sector
privilegian estabilidad monetaria y flujos indiscriminados de capital financiero.
Los del segundo, fijan tipos de cambio -directa o indirectamente- y tratan de
neutralizar sus efectos hacia dentro. Su objetivo es superar el estancamiento
y/o crecer”.
Desde el colapso de 2001, Argentina viene pasando del primero al segundo grupo.
En el contexto global, sostiene Wolf, “el desequilibrio reside en el exceso
de oferta laboral barata en Asia oriental, sudoriental y meridional. El tipo
de cambio es apenas una válvula que dosifica el fenómeno”.
Pero, para promover su propia expansión, el bloque del Pacífico
occidental presta a EE.UU. fondos que, luego, la supereconomía gasta
en importar bienes y servicios asiáticos. Cuando Washington se vea obligado
a saldar su deuda externa, seguramente devaluará y caerá de cese
de pagos parcial (eso le ocurrió a la Argentina en 2001/2).
Dado que “el mecanismo consistirá en dejar depreciarse el dólar
ante las otras divisas, el euro podrá alcanzar US$ 1,60 y la moneda norteamericana
caerá a ¥ 80. Eso provocará deflación en la Eurozona
y Japón”. Ahora bien, “si los países de cuenta de capital
se unen a los asiáticos para respaldar al dólar, habrá
expansión monetaria”. Ello eliminará incentivos para reducir
los déficit sistémicos estadounidenses. Al converger, “ambos
factores llevarían -cree Garber- a un veloz recalentamiento mundial y
al derrumbe del dólar”.
Como se ve, las dos hipótesis desembocan en una crisis general capaz
de terminar con el ciclo financiero iniciado al suspenderse la convertibilidad
oro-dólar en EE.UU. (Richard Nixon, enero de 1971). Eso podría,
además, liquidar la globalización en curso, que data de la posguerra,
cristalizó al crearse los primeros instrumentos derivativos (1968, aplicados
desde 1973) y entró en fase volátil con la “nueva economía”
y sus burbujas.
A juicio del experto británico, “existe una tercera opción:
que los asiáticos no entren en el juego, pues su acumulación de
reservas y de ahorro interno es excesiva”. En esta perspectiva, Garber
y Wolf coinciden en que “la opción sería repetir el shock
Nixon” (pero ya no hay un patrón áureo a eliminar). Cualquiera
de las tres salidas “terminará en un nuevo Bretton Woods. La pregunta
es cuándo. Entretanto, el riesgo de tsunami cambiario marcha rumbo al
grupo cuenta de capital”. Vale decir, al más expuesto a flujos oportunistas
de capital (como sucedía en la Argentina de 1990 a 2001).
A todo esto ¿qué piensan los “hombres sabios” de Wall
Street?.. Varias cosas. Una, que -en el actual contexto- los desvelos de inversores
y especuladores no se cifran en ganancias o en tasas, cuanto en el futuro del
dólar. Acá las aguas se dividen.
El gobierno federal, los “gurúes” -esos perpetuos desorientados-
y sus émulos latinoamericanos sostienen que el dólar endeble no
es problema. Por el contrario, lo ven positivo porque, creen, reduce los precios
de bienes y servicios norteamericanos. También afirman que las utilidades
de las multinacionales en el exterior “valen más en dólares”.
Pero, claro, esos “verdes” compran menos en EE.UU. y afuera.
Algunos expertos son menos superficiales. Por ejemplo, la consultora Ned Davis
Research teme que “estos trastornos y la pérdida de confianza en
el dólar sean negativos para las acciones”. La firma compara el
debilitamiento actual de la divisa con un fenómeno similar, que desembocó
en la crisis sistémica internacionales estallada en julio de 1997 (sudeste
asiático).
Así resume las perspectivas cambiarias el analista británico Martin
Wolf. A su criterio, el retroceso del dólar no sorprende, “salvo por
la forma. En esta fase, los déficit fiscal y de pagos, más las presiones
deflacionarias, son exportados por Estados Unidos a las restantes economías
centrales”.
Desde inicios de 2002 hasta esta semana, el dólar ha cedido 32% ante
el euro y el dólar australiano, mientras bajaba 20% ante la esterlina.
No obstante, la divisa referencial “casi no se ha movido respecto de monedas
emergentes”. Dejando a un lado el dólar de Hongkong y el ringgit
malayo (tienen paridades fijas), el yüan chino, la rupia india, el won
coreano, el dong viet, los dólares de Taiwán y Singapur han mantenido
virtualmente las mismas paridades contra el dólar en año y medio.
El problema no es coyuntural, sino estructural. “El mundo se divide hoy
-explica Peter Garber, del Deutsche Bank- en tres: EE. UU., el grupo de cuenta
de capital y la zona de cuenta comercial. Los países del primer sector
privilegian estabilidad monetaria y flujos indiscriminados de capital financiero.
Los del segundo, fijan tipos de cambio -directa o indirectamente- y tratan de
neutralizar sus efectos hacia dentro. Su objetivo es superar el estancamiento
y/o crecer”.
Desde el colapso de 2001, Argentina viene pasando del primero al segundo grupo.
En el contexto global, sostiene Wolf, “el desequilibrio reside en el exceso
de oferta laboral barata en Asia oriental, sudoriental y meridional. El tipo
de cambio es apenas una válvula que dosifica el fenómeno”.
Pero, para promover su propia expansión, el bloque del Pacífico
occidental presta a EE.UU. fondos que, luego, la supereconomía gasta
en importar bienes y servicios asiáticos. Cuando Washington se vea obligado
a saldar su deuda externa, seguramente devaluará y caerá de cese
de pagos parcial (eso le ocurrió a la Argentina en 2001/2).
Dado que “el mecanismo consistirá en dejar depreciarse el dólar
ante las otras divisas, el euro podrá alcanzar US$ 1,60 y la moneda norteamericana
caerá a ¥ 80. Eso provocará deflación en la Eurozona
y Japón”. Ahora bien, “si los países de cuenta de capital
se unen a los asiáticos para respaldar al dólar, habrá
expansión monetaria”. Ello eliminará incentivos para reducir
los déficit sistémicos estadounidenses. Al converger, “ambos
factores llevarían -cree Garber- a un veloz recalentamiento mundial y
al derrumbe del dólar”.
Como se ve, las dos hipótesis desembocan en una crisis general capaz
de terminar con el ciclo financiero iniciado al suspenderse la convertibilidad
oro-dólar en EE.UU. (Richard Nixon, enero de 1971). Eso podría,
además, liquidar la globalización en curso, que data de la posguerra,
cristalizó al crearse los primeros instrumentos derivativos (1968, aplicados
desde 1973) y entró en fase volátil con la “nueva economía”
y sus burbujas.
A juicio del experto británico, “existe una tercera opción:
que los asiáticos no entren en el juego, pues su acumulación de
reservas y de ahorro interno es excesiva”. En esta perspectiva, Garber
y Wolf coinciden en que “la opción sería repetir el shock
Nixon” (pero ya no hay un patrón áureo a eliminar). Cualquiera
de las tres salidas “terminará en un nuevo Bretton Woods. La pregunta
es cuándo. Entretanto, el riesgo de tsunami cambiario marcha rumbo al
grupo cuenta de capital”. Vale decir, al más expuesto a flujos oportunistas
de capital (como sucedía en la Argentina de 1990 a 2001).
A todo esto ¿qué piensan los “hombres sabios” de Wall
Street?.. Varias cosas. Una, que -en el actual contexto- los desvelos de inversores
y especuladores no se cifran en ganancias o en tasas, cuanto en el futuro del
dólar. Acá las aguas se dividen.
El gobierno federal, los “gurúes” -esos perpetuos desorientados-
y sus émulos latinoamericanos sostienen que el dólar endeble no
es problema. Por el contrario, lo ven positivo porque, creen, reduce los precios
de bienes y servicios norteamericanos. También afirman que las utilidades
de las multinacionales en el exterior “valen más en dólares”.
Pero, claro, esos “verdes” compran menos en EE.UU. y afuera.
Algunos expertos son menos superficiales. Por ejemplo, la consultora Ned Davis
Research teme que “estos trastornos y la pérdida de confianza en
el dólar sean negativos para las acciones”. La firma compara el
debilitamiento actual de la divisa con un fenómeno similar, que desembocó
en la crisis sistémica internacionales estallada en julio de 1997 (sudeste
asiático).