Derivativos: un futuro cuyas opciones son cada día más riesgosas

Desde los 90, esos negocios son magnificados por computadoras ultrarrápidas que excluyen el factor humano. Hace pocos meses, la bolsa de Nueva York (tiene 215 años) anunció cerrará 20% del piso físico. Fráncfort o San Pablo ya lo han eliminado.

28 agosto, 2007

Un facto relevante era, hasta julio, el proceso de compras apalancadas. Aunque éste se congele, las fusiones y adquisiciones convencionales pueden persistirr. Una razón básica es la norma, dictada en abril de 2006 por la Securities & exchange commission (SEC, comisión de valores), referida al sistema nacional de mercados, que requiere nexos más eficientes entre bolsas norteamericanas.

La segunda razón hace a procedimientos que desdibujan distingos operativos. Las bolsas especializadas en derivados quieren operar en acciones y viceversa, vía paquetes de activos previsto por las normas “Basilea II” a partir de enero próximo. Un inversor que desee diversificar cartera, por ejemplo, ya no tiene que comprar una selección de acciones. En su lugar, puede tomar cuotas partes del índice Standard&Poor’s 500, colocarse en un fondo que maneje esos papeles o tomar un contrato a término sobre el S&P 500. Finalmente, este especulador puede preferir opciones “call” o “put”, que le confieren el derecho –no la obligación- de comprar o vender a determinado precio y en determinado lapso.

Los grandes operadores suelen apostar sobre acciones mediante derivados, no ya compras o ventas directas, para no ponerse en evidencia. Por ende, los derivados son un gran negocio, aunque peligroso, como lo muestran las crisis hipotecarias norteamericana y española o la iliquidez financiera global. Tras unareciente fusión, por ejemplo, Chicago suma US$ 26.000 millones en valor subyacente y negocia unos nueve millones de contratos diarios por US$ 4 billones. O sea, casi 154 dólares de aire por cada uno de sostén.

Las empresas que quieran menos riesgos y los especuladores ávidos de emociones fuertes acabarán en Chicago, Euronext o el OMX escandinavo (que puede caer en manos de Dubái). Cuando la primera plaza surgió, en el siglo XIX, eran dos bolsas dedicadas a productos primarios. Hoy, éstos representan apenas una pequeña parte de los negocios, cuya mayoría se centra en tasas de interés, acciones, monedas y derivados sobre bonos de Tesorería.

En rigor, si Estados Unidos no fuese tan adicto a endeudarse en el exterior, buena parte del negocio no existiría. Eso explica la proliferación de trabajos donde se busca demostrar que esa deuda externa no es tan negativa como se supone.

Como indica el nombre, aquellos contratos derivan sus valores de activos subyacentes. Un futuro accionario, verbigracia, determina que una parte venderá a la otra papeles a cierto precio en una fecha prefijada. Si el precio real baja, el contrato costará más y su tenedor podrá comprar acciones para revenderlas al precio superior que determina ese contrato.

Usando derivados, un operador aprovechará cambios en precios sin atarse al activo subyacente. “Los futuros –decían hace meses en la escuela de negocios Wharton- son como el gato de Cheshire, cuya sonrisa sigue viéndose cuando el felino ya no está”. A veces, como le sucedió en 2006 a Amaranth Advisors (gas natural), esa sonrisa deja un tendal US$ 6.600 millones.

Esos contractos abarcan una alucinante gama de activos e instrumentos subyacentes. Entre ellos, paridades cambiarias, acciones, índices bursátiles, tasas de interés, malas hipotecas, dudosas calificaciones crediticias (riesgos soberanos, si se trata de países), hidrocarburos, granos, carnes, etcétera.

Pero, si el recurso es tan bueno y barato ¿por que expertos, legisladores y reguladores se preocupan? La culpa la tienen ciertas ecuaciones. Los derivativos existen desde siempre, pero remontaron vuelo hace quince años, debido al modelo matemático Black-Scholes para justipreciar opciones. Después, computadoras cada vez más veloces (1.200 ecuaciones por minuto, en cierto casos) llevaron a la entropía actual.

Un facto relevante era, hasta julio, el proceso de compras apalancadas. Aunque éste se congele, las fusiones y adquisiciones convencionales pueden persistirr. Una razón básica es la norma, dictada en abril de 2006 por la Securities & exchange commission (SEC, comisión de valores), referida al sistema nacional de mercados, que requiere nexos más eficientes entre bolsas norteamericanas.

La segunda razón hace a procedimientos que desdibujan distingos operativos. Las bolsas especializadas en derivados quieren operar en acciones y viceversa, vía paquetes de activos previsto por las normas “Basilea II” a partir de enero próximo. Un inversor que desee diversificar cartera, por ejemplo, ya no tiene que comprar una selección de acciones. En su lugar, puede tomar cuotas partes del índice Standard&Poor’s 500, colocarse en un fondo que maneje esos papeles o tomar un contrato a término sobre el S&P 500. Finalmente, este especulador puede preferir opciones “call” o “put”, que le confieren el derecho –no la obligación- de comprar o vender a determinado precio y en determinado lapso.

Los grandes operadores suelen apostar sobre acciones mediante derivados, no ya compras o ventas directas, para no ponerse en evidencia. Por ende, los derivados son un gran negocio, aunque peligroso, como lo muestran las crisis hipotecarias norteamericana y española o la iliquidez financiera global. Tras unareciente fusión, por ejemplo, Chicago suma US$ 26.000 millones en valor subyacente y negocia unos nueve millones de contratos diarios por US$ 4 billones. O sea, casi 154 dólares de aire por cada uno de sostén.

Las empresas que quieran menos riesgos y los especuladores ávidos de emociones fuertes acabarán en Chicago, Euronext o el OMX escandinavo (que puede caer en manos de Dubái). Cuando la primera plaza surgió, en el siglo XIX, eran dos bolsas dedicadas a productos primarios. Hoy, éstos representan apenas una pequeña parte de los negocios, cuya mayoría se centra en tasas de interés, acciones, monedas y derivados sobre bonos de Tesorería.

En rigor, si Estados Unidos no fuese tan adicto a endeudarse en el exterior, buena parte del negocio no existiría. Eso explica la proliferación de trabajos donde se busca demostrar que esa deuda externa no es tan negativa como se supone.

Como indica el nombre, aquellos contratos derivan sus valores de activos subyacentes. Un futuro accionario, verbigracia, determina que una parte venderá a la otra papeles a cierto precio en una fecha prefijada. Si el precio real baja, el contrato costará más y su tenedor podrá comprar acciones para revenderlas al precio superior que determina ese contrato.

Usando derivados, un operador aprovechará cambios en precios sin atarse al activo subyacente. “Los futuros –decían hace meses en la escuela de negocios Wharton- son como el gato de Cheshire, cuya sonrisa sigue viéndose cuando el felino ya no está”. A veces, como le sucedió en 2006 a Amaranth Advisors (gas natural), esa sonrisa deja un tendal US$ 6.600 millones.

Esos contractos abarcan una alucinante gama de activos e instrumentos subyacentes. Entre ellos, paridades cambiarias, acciones, índices bursátiles, tasas de interés, malas hipotecas, dudosas calificaciones crediticias (riesgos soberanos, si se trata de países), hidrocarburos, granos, carnes, etcétera.

Pero, si el recurso es tan bueno y barato ¿por que expertos, legisladores y reguladores se preocupan? La culpa la tienen ciertas ecuaciones. Los derivativos existen desde siempre, pero remontaron vuelo hace quince años, debido al modelo matemático Black-Scholes para justipreciar opciones. Después, computadoras cada vez más veloces (1.200 ecuaciones por minuto, en cierto casos) llevaron a la entropía actual.

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