Derivativos, derivados y el gato de Cheshire

Días atrás, en Chicago, la Bolsa comercial (CBoT) se vendió por US$ 8.000 millones a su rival, la Bolsa mercantil (CME). Esto culminaba, por ahora, momento, una ola de grandes fusiones.

4 noviembre, 2006

Dos factores fueron decisivos: el enorme aumento en el uso de futuros, opciones y derivativos, para especular minimizando riesgos, y la necesidad de competir con bolsas que se habían expandido vía F&A. Entretanto, desde hace unos quince años esos negocios vienen siendo magnificados por computadoras ultrarrápidas que excluyen el factor humano. El 31 de ocdtubre, la bolsa de Nueva York (tiene 214 años) anunció que cerrará 20% del piso donde opera gente.

Este proceso continuará. Una razón básica es la norma, dictada en abril por la Securities & exchange commission (SEC, comisión de valores), referida al sistema nacional de mercados, que requiere nexos más eficientes entre bolsas norteamericanas. La segunda razón hace a procesos que desdibujan distingos operativos. Las bolsas especializadas en derivados quieren operar en acciones y viceversa.

Un inversor que desee diversificar cartera, por ejemplo, ya no tiene que comprar una selección de acciones. En su lugar, puede tomar cuotas partes del índice Standard&Poor’s 500, colocarse en un fondo que maneje esos papeles o tomar un contrato a término sobre el S&P 500. Finalmente, este especulador puede preferir opciones “call” o “put”, que le confieren el derecho –no la obligación- de comprar o vender a determinado precio y en determinado lapso.

Los grandes operadores suelen apostar sobre acciones mediante derivados, no ya compras o ventas directas, para no ponerse en evidencia. Por ende, los derivados son un gran negocio, aunque peligroso. Tras la fusión, Chicago suma US$ 26.000 millones en valor subyacente y negocia unos nueve millones de contratos diarios por US$ 4 billones de aire.

Las empresas que quieran menos riesgos y los especuladores ávidos de emociones fuertes acabarán en Chicago. Cuando estas dos bolsas surgieron, en el siglo XIX, se dedicaban a productos primarios. Hoy, éstos representan apenas una pequeña parte de los negocios, cuya mayoría se centra en tasas de interés, acciones, monedas y –vía el CBoT- derivados sobre bonos de Tesorería.

Como indica el nombre, aquellos contratos derivan sus valores de activos subyacentes. Un futuro accionario, verbigracia, determina que una parte venderá a la otra papeles a cierto precio en una fecha prefijada. Si el precio real baja, el contrato costará más y su tenedor podrá comprar acciones para revenderlas al precio superior que determina ese contrato.

Usando derivados, un operador aprovechará cambios en precios sin atarse al activo subyacente. El matemático oculto bajo el pseudónimo Lewis Carrol habían entendido, pues los futuros son como el gato de Cheshire; su sonrisa sigue viéndose cuando el felino ya no está. A veces, como acaba de pasarle a Amaranth Advisors (gas natural), esa sonrisa deja un tendal US$ 6.600 millones.

Pero, si el recurso es tan bueno y barato ¿por que expertos, legisladores y reguladores se preocupan? La culpa la tienen ciertas ecuaciones. Los derivativos existen desde siempre, pero remontaron vuelo hace quince años, debido al modelo matemático Black-Scholes para justipreciar opciones. Después, computadoras cada vez más veloces (1.200 ecuaciones por minuto, en cierto casos) llevaron a la entropía actual.

Dos factores fueron decisivos: el enorme aumento en el uso de futuros, opciones y derivativos, para especular minimizando riesgos, y la necesidad de competir con bolsas que se habían expandido vía F&A. Entretanto, desde hace unos quince años esos negocios vienen siendo magnificados por computadoras ultrarrápidas que excluyen el factor humano. El 31 de ocdtubre, la bolsa de Nueva York (tiene 214 años) anunció que cerrará 20% del piso donde opera gente.

Este proceso continuará. Una razón básica es la norma, dictada en abril por la Securities & exchange commission (SEC, comisión de valores), referida al sistema nacional de mercados, que requiere nexos más eficientes entre bolsas norteamericanas. La segunda razón hace a procesos que desdibujan distingos operativos. Las bolsas especializadas en derivados quieren operar en acciones y viceversa.

Un inversor que desee diversificar cartera, por ejemplo, ya no tiene que comprar una selección de acciones. En su lugar, puede tomar cuotas partes del índice Standard&Poor’s 500, colocarse en un fondo que maneje esos papeles o tomar un contrato a término sobre el S&P 500. Finalmente, este especulador puede preferir opciones “call” o “put”, que le confieren el derecho –no la obligación- de comprar o vender a determinado precio y en determinado lapso.

Los grandes operadores suelen apostar sobre acciones mediante derivados, no ya compras o ventas directas, para no ponerse en evidencia. Por ende, los derivados son un gran negocio, aunque peligroso. Tras la fusión, Chicago suma US$ 26.000 millones en valor subyacente y negocia unos nueve millones de contratos diarios por US$ 4 billones de aire.

Las empresas que quieran menos riesgos y los especuladores ávidos de emociones fuertes acabarán en Chicago. Cuando estas dos bolsas surgieron, en el siglo XIX, se dedicaban a productos primarios. Hoy, éstos representan apenas una pequeña parte de los negocios, cuya mayoría se centra en tasas de interés, acciones, monedas y –vía el CBoT- derivados sobre bonos de Tesorería.

Como indica el nombre, aquellos contratos derivan sus valores de activos subyacentes. Un futuro accionario, verbigracia, determina que una parte venderá a la otra papeles a cierto precio en una fecha prefijada. Si el precio real baja, el contrato costará más y su tenedor podrá comprar acciones para revenderlas al precio superior que determina ese contrato.

Usando derivados, un operador aprovechará cambios en precios sin atarse al activo subyacente. El matemático oculto bajo el pseudónimo Lewis Carrol habían entendido, pues los futuros son como el gato de Cheshire; su sonrisa sigue viéndose cuando el felino ya no está. A veces, como acaba de pasarle a Amaranth Advisors (gas natural), esa sonrisa deja un tendal US$ 6.600 millones.

Pero, si el recurso es tan bueno y barato ¿por que expertos, legisladores y reguladores se preocupan? La culpa la tienen ciertas ecuaciones. Los derivativos existen desde siempre, pero remontaron vuelo hace quince años, debido al modelo matemático Black-Scholes para justipreciar opciones. Después, computadoras cada vez más veloces (1.200 ecuaciones por minuto, en cierto casos) llevaron a la entropía actual.

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