Delicado equilibrio: deuda externa y tasas de interés

El tema de la deuda externa de los países en desarrollo está íntimamente ligado al nivel de las tasas de interés que fija la Reserva Federal de Estados Unidos. Mucha gente – no toda – piensa que un alza es mala noticia para los países deudores.

18 febrero, 2004

Es evidente que las finanzas de los países en desarrollo están hoy
más sólidas de lo que han estado en años. Los precios de
las materias primas están fuertes y el crecimiento económico crece
y se expande. Las tasas de interés globales están bajas pero la
cuenta corriente de casi todo ese grupo de naciones arroja excedente, de manera
que no les hace falta pedir dinero prestado en los mercados internacionales.

Sin embargo, cuando el 28 de enero la Reserva Federal emitió un comunicado
en el que daba a entender que en un futuro no muy lejano podrían subir
las tasas de interés, la deuda internacional externa volvió a provocar
estremecimientos. Fue un simple recordatorio del efecto que tendrían las
tasas altas en las economías del mundo en desarrollo.

Dos días después de esa declaración, el precio de los seguros
contra un posible default sobre los bonos de la deuda brasileña subió
25%. El precio para cubrirse de un posible default de Turquía saltó
más de 20%. Cayeron las bolsas de muchos mercados de países emergentes
y, en consecuencia, también sus bonos.

William Rhodes, codirector de Citigroup que viene negociando crisis de deuda desde
los años ´70, comentó al New York Times que la situación
se parece mucho a los primeros meses de 1997, justo antes de que estallara la
crisis financiera de los países asiáticos. Lo que le preocupa es
que los inversores han estado bombeando dinero hacia países en desarrollo
con una intensidad que no se veía desde mediados de los ´90, cuando el
capital fluía hacia los mercados emergentes como ríos de montaña.

Según cifras publicadas por el Institute of International Finance, un grupo
lobista de los grandes bancos, los flujos de capital privado hacia el mundo en
desarrollo ascendieron a US$ 187.000 millones en 2003, el mayor total desde 1997,
y este año probablemente exceda los US$ 196.000 millones.

Con las tasas de interés en el mundo industrializado más bajas de
los últimos 40 años, los inversores vislumbran cada vez mayores
ganancias. Se apropiaron agresiva y despreocupadamente de la deuda del mundo en
desarrollo, subiendo irresponsablemente los precios de los bonos sin detenerse
a pensar en la capacidad de pago de los emisores. Los spreads sobre los
bonos de la deuda – el adicional que pagan sobre el rinde de los bonos de la Tesorería
de Estados Unidos para compensar su alto nivel de riesgo – cayeron a su nivel
más bajo en siete años.

Pero los inversores son inconstantes. A mediados de los ´90 el dinero también
fluía a borbotones hacia las economías en desarrollo. Pero cuando
de pronto en 1997 Tailandia devaluó el baht, la corriente de dólares
se paralizó y una a una fueron desplomándose economías: de
Tailandia a Indonesia y de Rusia a Brasil.
¿Podría lo mismo pasar hoy, si por ejemplo, la mencionada alza en
las tasas de interés de Estados Unidos instara a los inversores estadounidenses
a repatriar su dinero?

Paulo Leme, de Goldman Sachs, cree que sí pero que el sacudón será
más leve que en 1997. “Si se produce un ajuste de la política
monetaria en los países del G-7, podría haber disloques temporarios
que reduzcan o aumenten el precio o directamente interrumpan los flujos de capitales
hacia esos países.”

Consultados varios analistas sobre el tema, la opinión generalizada es
que la intensidad del golpe dependerá esta vez de tres cosas:
a) de cuánto aumenten las tasas de interés en el mundo industrializado;
b) de cómo esa subida afecte el apetito de los inversores por inversiones
en los mercados emergentes; y
c) de cómo estén preparados los mercados emergentes para aguantar
la falta de apetito del los inversores.

La única buena noticia en todo esto es que hoy la mayoría de las
economías en desarrollo están fuertes. “Por primera vez desde
el año 2000 crecerán, por ejemplo, todos los países de América
latina”, asegura Kristin J. Forbes, miembro del equipo de asesores económicos
del presidente George W. Bush.

A diferencia de 1997, cuando los mercados emergentes necesitaban préstamos
para cubrir déficit de cuenta corriente, el año pasado toda la región
en desarrollo – Asia, América latina, Europa central y oriental, África
y Medio Oriente – registró excedente de cuenta corriente. Y actualmente
la mayor parte del dinero que va hacia los países en desarrollo es en forma
de inversión directa en fábricas y equipos y no en capital volátil.

Además, los países en desarrollo han aprendido la lección
de los ´90. Se cuidan mucho de la deuda a corto plazo y ponen a buen recaudo colchones
de divisa extranjera para amortiguar el golpe de una eventual caída en
el financiamiento extranjero. Muchos han dejado flotar sus monedas para no tener
que gastar reservas defendiendo sistemas de tasa fija.

Con todo, organizaciones como el Institute of International Finance insisten con
su fórmula tradicional. El mes pasado el Instituto advirtió a los
países en desarrollo que deben mantenerse en el camino de la ortodoxia
económica, vale decir, una estricta política fiscal y reformas económicas
favorables al mercado para asegurar la continuidad de los flujos de capital.

Pero ni siquiera los mercados emergentes más estables están vacunados
contra las crisis financieras. Con un motivo adecuado, los inversores pueden aportar
la necesaria inestabilidad.

Forbes coincide con otros analistas en cuanto a un posible escenario futuro: “Si,
como muchos inversores esperan, la Reserva Federal aumenta sólo un poco
las tasas y no detiene el crecimiento de Estados Unidos, y si la combinación
del enorme déficit presupuestario federal y el dólar bajo no provoca
un alza en las tasas de interés de los mercados, entonces los países
emergentes podrían seguir navegando viento en popa.

Es evidente que las finanzas de los países en desarrollo están hoy
más sólidas de lo que han estado en años. Los precios de
las materias primas están fuertes y el crecimiento económico crece
y se expande. Las tasas de interés globales están bajas pero la
cuenta corriente de casi todo ese grupo de naciones arroja excedente, de manera
que no les hace falta pedir dinero prestado en los mercados internacionales.

Sin embargo, cuando el 28 de enero la Reserva Federal emitió un comunicado
en el que daba a entender que en un futuro no muy lejano podrían subir
las tasas de interés, la deuda internacional externa volvió a provocar
estremecimientos. Fue un simple recordatorio del efecto que tendrían las
tasas altas en las economías del mundo en desarrollo.

Dos días después de esa declaración, el precio de los seguros
contra un posible default sobre los bonos de la deuda brasileña subió
25%. El precio para cubrirse de un posible default de Turquía saltó
más de 20%. Cayeron las bolsas de muchos mercados de países emergentes
y, en consecuencia, también sus bonos.

William Rhodes, codirector de Citigroup que viene negociando crisis de deuda desde
los años ´70, comentó al New York Times que la situación
se parece mucho a los primeros meses de 1997, justo antes de que estallara la
crisis financiera de los países asiáticos. Lo que le preocupa es
que los inversores han estado bombeando dinero hacia países en desarrollo
con una intensidad que no se veía desde mediados de los ´90, cuando el
capital fluía hacia los mercados emergentes como ríos de montaña.

Según cifras publicadas por el Institute of International Finance, un grupo
lobista de los grandes bancos, los flujos de capital privado hacia el mundo en
desarrollo ascendieron a US$ 187.000 millones en 2003, el mayor total desde 1997,
y este año probablemente exceda los US$ 196.000 millones.

Con las tasas de interés en el mundo industrializado más bajas de
los últimos 40 años, los inversores vislumbran cada vez mayores
ganancias. Se apropiaron agresiva y despreocupadamente de la deuda del mundo en
desarrollo, subiendo irresponsablemente los precios de los bonos sin detenerse
a pensar en la capacidad de pago de los emisores. Los spreads sobre los
bonos de la deuda – el adicional que pagan sobre el rinde de los bonos de la Tesorería
de Estados Unidos para compensar su alto nivel de riesgo – cayeron a su nivel
más bajo en siete años.

Pero los inversores son inconstantes. A mediados de los ´90 el dinero también
fluía a borbotones hacia las economías en desarrollo. Pero cuando
de pronto en 1997 Tailandia devaluó el baht, la corriente de dólares
se paralizó y una a una fueron desplomándose economías: de
Tailandia a Indonesia y de Rusia a Brasil.
¿Podría lo mismo pasar hoy, si por ejemplo, la mencionada alza en
las tasas de interés de Estados Unidos instara a los inversores estadounidenses
a repatriar su dinero?

Paulo Leme, de Goldman Sachs, cree que sí pero que el sacudón será
más leve que en 1997. “Si se produce un ajuste de la política
monetaria en los países del G-7, podría haber disloques temporarios
que reduzcan o aumenten el precio o directamente interrumpan los flujos de capitales
hacia esos países.”

Consultados varios analistas sobre el tema, la opinión generalizada es
que la intensidad del golpe dependerá esta vez de tres cosas:
a) de cuánto aumenten las tasas de interés en el mundo industrializado;
b) de cómo esa subida afecte el apetito de los inversores por inversiones
en los mercados emergentes; y
c) de cómo estén preparados los mercados emergentes para aguantar
la falta de apetito del los inversores.

La única buena noticia en todo esto es que hoy la mayoría de las
economías en desarrollo están fuertes. “Por primera vez desde
el año 2000 crecerán, por ejemplo, todos los países de América
latina”, asegura Kristin J. Forbes, miembro del equipo de asesores económicos
del presidente George W. Bush.

A diferencia de 1997, cuando los mercados emergentes necesitaban préstamos
para cubrir déficit de cuenta corriente, el año pasado toda la región
en desarrollo – Asia, América latina, Europa central y oriental, África
y Medio Oriente – registró excedente de cuenta corriente. Y actualmente
la mayor parte del dinero que va hacia los países en desarrollo es en forma
de inversión directa en fábricas y equipos y no en capital volátil.

Además, los países en desarrollo han aprendido la lección
de los ´90. Se cuidan mucho de la deuda a corto plazo y ponen a buen recaudo colchones
de divisa extranjera para amortiguar el golpe de una eventual caída en
el financiamiento extranjero. Muchos han dejado flotar sus monedas para no tener
que gastar reservas defendiendo sistemas de tasa fija.

Con todo, organizaciones como el Institute of International Finance insisten con
su fórmula tradicional. El mes pasado el Instituto advirtió a los
países en desarrollo que deben mantenerse en el camino de la ortodoxia
económica, vale decir, una estricta política fiscal y reformas económicas
favorables al mercado para asegurar la continuidad de los flujos de capital.

Pero ni siquiera los mercados emergentes más estables están vacunados
contra las crisis financieras. Con un motivo adecuado, los inversores pueden aportar
la necesaria inestabilidad.

Forbes coincide con otros analistas en cuanto a un posible escenario futuro: “Si,
como muchos inversores esperan, la Reserva Federal aumenta sólo un poco
las tasas y no detiene el crecimiento de Estados Unidos, y si la combinación
del enorme déficit presupuestario federal y el dólar bajo no provoca
un alza en las tasas de interés de los mercados, entonces los países
emergentes podrían seguir navegando viento en popa.

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