Citigroup lanzó un plan ético para poner las cosas en orden

Afectado por escándalos y malos números en algunos negocios, el mayor conglomerado financiero del mundo busca reorganizarse y hasta podría cambiar de nombre. Charles Prince el presidente ejecutivo, ha presentado un programa de cinco puntos.

21 febrero, 2005

No tanto mudar de nombre, sino volver a usar uno que, por otra parte, ostenta una división. Un paso en falso del “Wall Street Journal” –tituló Citibank en vez de Citigroup- dio una pista prematura sobre el detalle. Pero más sugestivo es que, según Prince, uno de los objetivos sea “mejorar pautas éticas”, algo que no distinguía al grupo cuando hacia negocios en Argentina, Méjico y otras plazas durante los 90. Mucho menos, al generar escándalos durante 2004 en Gran Bretaña y Japón.

El presidente del conglomerado habló este fin de semana de readaptación del personal “a una cultura ética”, controles internos y esfuerzos para recobrar la reputación que tenía años antes de los enjuagues latinoamericanos de los 80/90 o las fusiones y adquisiciones iniciadas en 1998. “Debemos cambiar los métodos de hacer negocios”, confesó Prince.

En primera instancia, el directivo pensaba en los problemas de banca privada en Tokio y las maniobras con bonos en Londres. Pero, en típico estilo Citi, no hizo nombres. “Si quieren cambiar de cultura, empiecen identificando los errores y a sus responsables”, comentó Eliot Spitzer, fiscal neoyorquino que, por el momento, no maneja causas del grupo. Pero “sería pedirle demasiado a un abogado tan cauto como Prince”, apuntó “Los Ángeles Times”.

No obstante, el CEO admitió que “nuestra idiosincrasia y sus prioridades a veces pusieron en riesgo la confianza de clientes, mercados y accionistas”. Pero el último grupo no solía quejarse en los tiempos de esplendor, cuando John Reed y, luego, Sanford Weill manejaban mercados enteros. En todo caso, ambos ex capitostes eran autoritarios y poco diáfanos, pues sólo daban explicaciones a sus propios entornos. Casos como Richard Handley, Richard Stanley o Salomon Smith Barney fueron clásicos en la materia.

A la sazón, reguladores y fiscales en varios países de la Unión Europea están investigando una turbia estrategia con bonos, puesta en evidencia en Londres durante agosto. En cuanto a Japón, el gobierno suspendió la autorización para operar en banca mayorista. Tal como explica un documento colgado el sábado en Internet, Prince y su hombre de confianza, Robert Willumstad, estarán a cargo del plan de reordenamiento. O sea, el asunto no sale del círculo íntimo. En cuanto al personal, los mil despidos involucrados en el achique del grupo –anunciado días antes- no inspiran justamente adhesión a los sanos propósitos de la superioridad.

No tanto mudar de nombre, sino volver a usar uno que, por otra parte, ostenta una división. Un paso en falso del “Wall Street Journal” –tituló Citibank en vez de Citigroup- dio una pista prematura sobre el detalle. Pero más sugestivo es que, según Prince, uno de los objetivos sea “mejorar pautas éticas”, algo que no distinguía al grupo cuando hacia negocios en Argentina, Méjico y otras plazas durante los 90. Mucho menos, al generar escándalos durante 2004 en Gran Bretaña y Japón.

El presidente del conglomerado habló este fin de semana de readaptación del personal “a una cultura ética”, controles internos y esfuerzos para recobrar la reputación que tenía años antes de los enjuagues latinoamericanos de los 80/90 o las fusiones y adquisiciones iniciadas en 1998. “Debemos cambiar los métodos de hacer negocios”, confesó Prince.

En primera instancia, el directivo pensaba en los problemas de banca privada en Tokio y las maniobras con bonos en Londres. Pero, en típico estilo Citi, no hizo nombres. “Si quieren cambiar de cultura, empiecen identificando los errores y a sus responsables”, comentó Eliot Spitzer, fiscal neoyorquino que, por el momento, no maneja causas del grupo. Pero “sería pedirle demasiado a un abogado tan cauto como Prince”, apuntó “Los Ángeles Times”.

No obstante, el CEO admitió que “nuestra idiosincrasia y sus prioridades a veces pusieron en riesgo la confianza de clientes, mercados y accionistas”. Pero el último grupo no solía quejarse en los tiempos de esplendor, cuando John Reed y, luego, Sanford Weill manejaban mercados enteros. En todo caso, ambos ex capitostes eran autoritarios y poco diáfanos, pues sólo daban explicaciones a sus propios entornos. Casos como Richard Handley, Richard Stanley o Salomon Smith Barney fueron clásicos en la materia.

A la sazón, reguladores y fiscales en varios países de la Unión Europea están investigando una turbia estrategia con bonos, puesta en evidencia en Londres durante agosto. En cuanto a Japón, el gobierno suspendió la autorización para operar en banca mayorista. Tal como explica un documento colgado el sábado en Internet, Prince y su hombre de confianza, Robert Willumstad, estarán a cargo del plan de reordenamiento. O sea, el asunto no sale del círculo íntimo. En cuanto al personal, los mil despidos involucrados en el achique del grupo –anunciado días antes- no inspiran justamente adhesión a los sanos propósitos de la superioridad.

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