China rechaza de plano presiones estadounidenses y europeas

Horas después de difundida, el miércoles Beijing descalificó otra exigencia de Washington y Bruselas (dejar fluctuar paridades y permitir una revaluación del yüan). Esto agrava tensiones.

19 mayo, 2005

George W. Bush aún resiste las acciones extremas pedidas por un lobby empresarial con influencia en el Congreso. En un informe a la cámara de representantes, John Snow –secretario de Hacienda- dio a entender, sin embargo, que el Gobierno podría ejercer represalias si China no flexibilizase el control de cambios. En realidad, la clave se circunscribe a que el dólar está en ¥8,28 desde 1994.

Sin llegar a aplicar barreras tarifarias selectivas ni bloquear importaciones a precio bajo (dos medidas exigidas por legisladores de ambas cámaras, vinculados a intereses sectoriales), Estados Unidos podría radicar una denuncia por “manipulación de paridades”. Lo haría ante la Organización Mundial de Comercio (OMC).

Si bien el informe de Snow no especifica plazos, algunos observadores estiman que se espera una respuesta durante el próximo semestre. Si Washington denuncia a Beijing, es factible que el Congreso imponga, por cuenta propia, duras restricciones a los productos chinos. Industrias, sindicatos, políticos y algunos gobernadores estaduales argumentan que el “yüan barato” depara a los exportadoreds chinos ventajas competitivas exageradas respecto de empresas estadounidenses y europeas. México, a su vez, sostiene que la política cambiaria cuestionada también perjudica a Latinoamérica.

Las estadísticas del comercio exterior estadounidense convalidan la preocupación del Gobierno. Durante la segunda mitad de 2004, en efecto, el superávit chino sumaba US$95.000 millones, 35,3% sobre los 70.200 millones en igual semestre de 2004. Para todo el año pasado, la misma cifra asciende a US$124.900 millones.

En realidad, las hostilidades ya se han abierto. Hace pocos días, Washington anunció que reimpondrá cuotas a vestimenta y ropa interior de ambos sexos. Ahora, la Comisión Europea se declara dispuesta a hacer lo mismo. Lo curioso es que ambas actitudes son pour la gallérie, dada la baja incidencia de manufacturas textiles en las exportaciones chinas o las importaciones de Estados Unidos y la UE.

Ahora, la réplica china a Washington y Bruselas es inesperadamente dura. Wei Beinhua, subdirector de la agencia cambiaria, sostuvo que Estados Unidos “debiera poner en orden su casa antes de echar culpas a otros por su déficit comercial”. A su vez, el ministro de Comercio, Bo Xilai, calificó de “hipócritas” las amenazas estadounidenses y europeas sobre textiles, dado que “ambas partes afirman auspiciar el libre intercambio”.

Pero el propio gobierno estadounidense está en un dilema. Por un lado, desea que China abandone su régimen de cambios fijos. Por el otro, le preocupa todavía más que el Congreso –respondiendo a lobbies empresariales- se dedique a promover restricciones comerciales al por mayor. Ocurre que, en menos de diez años, el gigante asiático se ha convertido en fuente indispensable de bienes a bajo precio, desde muebles o juguetes hasta computadoras y electrónica de uso final.

También la industria norteamericana está entre la espada y la pared. A menudo desbordada por la competencia china, también se beneficia comprando bienes baratos y ha invertido mucho en fábricas y otros activos allende el Pacífico. Para no hablar del papel clave de Beijing para contener los delirios nucleares de Norcorea.

Existe otro problema espinoso. Con más de US$600.000 millones en bonos de Tesorería y otros papeles en dólares, no está interesada en que el yüan se reprecia a costa de la moneda estadounidense. Sólo en 12 meses (mayo 2004 a abril pasado) el banco central chino compró más de US$250.000 millones en títulos federales.

George W. Bush aún resiste las acciones extremas pedidas por un lobby empresarial con influencia en el Congreso. En un informe a la cámara de representantes, John Snow –secretario de Hacienda- dio a entender, sin embargo, que el Gobierno podría ejercer represalias si China no flexibilizase el control de cambios. En realidad, la clave se circunscribe a que el dólar está en ¥8,28 desde 1994.

Sin llegar a aplicar barreras tarifarias selectivas ni bloquear importaciones a precio bajo (dos medidas exigidas por legisladores de ambas cámaras, vinculados a intereses sectoriales), Estados Unidos podría radicar una denuncia por “manipulación de paridades”. Lo haría ante la Organización Mundial de Comercio (OMC).

Si bien el informe de Snow no especifica plazos, algunos observadores estiman que se espera una respuesta durante el próximo semestre. Si Washington denuncia a Beijing, es factible que el Congreso imponga, por cuenta propia, duras restricciones a los productos chinos. Industrias, sindicatos, políticos y algunos gobernadores estaduales argumentan que el “yüan barato” depara a los exportadoreds chinos ventajas competitivas exageradas respecto de empresas estadounidenses y europeas. México, a su vez, sostiene que la política cambiaria cuestionada también perjudica a Latinoamérica.

Las estadísticas del comercio exterior estadounidense convalidan la preocupación del Gobierno. Durante la segunda mitad de 2004, en efecto, el superávit chino sumaba US$95.000 millones, 35,3% sobre los 70.200 millones en igual semestre de 2004. Para todo el año pasado, la misma cifra asciende a US$124.900 millones.

En realidad, las hostilidades ya se han abierto. Hace pocos días, Washington anunció que reimpondrá cuotas a vestimenta y ropa interior de ambos sexos. Ahora, la Comisión Europea se declara dispuesta a hacer lo mismo. Lo curioso es que ambas actitudes son pour la gallérie, dada la baja incidencia de manufacturas textiles en las exportaciones chinas o las importaciones de Estados Unidos y la UE.

Ahora, la réplica china a Washington y Bruselas es inesperadamente dura. Wei Beinhua, subdirector de la agencia cambiaria, sostuvo que Estados Unidos “debiera poner en orden su casa antes de echar culpas a otros por su déficit comercial”. A su vez, el ministro de Comercio, Bo Xilai, calificó de “hipócritas” las amenazas estadounidenses y europeas sobre textiles, dado que “ambas partes afirman auspiciar el libre intercambio”.

Pero el propio gobierno estadounidense está en un dilema. Por un lado, desea que China abandone su régimen de cambios fijos. Por el otro, le preocupa todavía más que el Congreso –respondiendo a lobbies empresariales- se dedique a promover restricciones comerciales al por mayor. Ocurre que, en menos de diez años, el gigante asiático se ha convertido en fuente indispensable de bienes a bajo precio, desde muebles o juguetes hasta computadoras y electrónica de uso final.

También la industria norteamericana está entre la espada y la pared. A menudo desbordada por la competencia china, también se beneficia comprando bienes baratos y ha invertido mucho en fábricas y otros activos allende el Pacífico. Para no hablar del papel clave de Beijing para contener los delirios nucleares de Norcorea.

Existe otro problema espinoso. Con más de US$600.000 millones en bonos de Tesorería y otros papeles en dólares, no está interesada en que el yüan se reprecia a costa de la moneda estadounidense. Sólo en 12 meses (mayo 2004 a abril pasado) el banco central chino compró más de US$250.000 millones en títulos federales.

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