Bush: un plan que crea euforia en Wall Street y eleva el déficit

George W. Bush propone bajar impuestos a empresas y sectores de altos ingresos. Su plan prevé US$ 600.000 millones en mayor gasto público en 2003-12. Algunos analistas y operadores esperan que sus primeros efectos reactiven la economía real.

7 enero, 2003

Básicamente, el nuevo programa –de corte ofertista, similar a los ensayados por Ronald Reagan en 1984 y Bush padre en 1990- acelerará el cronograma de rebajas tributarias. Las previstas originalmente para 2006 se anticipan a 2004, para que favorezcan la reelección del actual mandatario. Por otra parte, según Business Week y el Financial Times, el nuevo calendario cargará los costos fiscales del plan sobre el gobierno posterior a 2008.

En el caso de beneficios a empresas, se condicionan a inversiones en equipos y determinadas tecnologías. Como parcial compensación, se asignarán más partidas a los estados para que asistan a los desocupados (pues los subsidios federales en ese área, acción social y salud pública irán disminuyendo).

El paquete dobla en rebajas impositivas y erogaciones al borrador que había trascendido el lunes a los mercados. De ahí el clima eufórico en Wall Street y la extrema cautela en la Unión Europea. Los nuevos estímulos fiscales añadirán de US$ 50 a 75.000 millones al gasto del presupuesto 2003 (va de octubre último a septiembre próximo), contra los US$ 25.000 millones previstos en la ley aprobada a mediados de 2002. Por lo menos una firma bursátil, Goldman Sachs, se mostraba hoy inquieta por “el eventual efecto de este recorte en ingresos públicos –vía rebaja de impuestos- y del gasto presumiblemente originado en futuros esfuerzos militares”.

Por el contrario, siempre atenta al “clima psicológico” del mercado, Bear Stearns desdeña los peligros de un déficit poco controlable, exalta “la audacia de un brillante paquete impositivo” y pronostica “amplio y positivo impacto en EE.UU. y otras economías líderes”. BS fue, hasta 2001, campeón de la “nueva economía” y la burbuja puntocom.

Fiel a la receta ofertista, que descalifican tanto monetaristas ortodoxos como keinesianos (en Argentina, la intentó Domingo F.Cavallo en 1990/6), la idea de Washington es que las ventajas tributarias a las empresas y los sectores ricos vayan “filtrándose hacia abajo” vía mayor empleo y mejores salarios. En los dos ensayos anteriores, los resultados fueron opuestos y, además, inflaron el déficit fiscal a niveles críticos.

La presente situación, señalan David Keen (American Conservative Union, republicans), Robert Rubin –secretario de Hacienda bajo William Clinton-, William Dudley (Goldman Sachs) y Martin Regalia –Cámara de Comercio-, se caracteriza por 6% de desempleo, continuos despidos originados en aprietos financieros, escándalos contables y baja demanda, salarios reales deteriorados y un déficit fiscal calculado en US$ 145.000 millones para este ejercicio, sin extrapolar el nuevo paquete. Si se lo pondera, la proyección pasa a US$ 220.000 millones y rozaría 400.000 millones en 2004, en caso de otra guerra en el golfo Pérsico.

Bush heredó de Clinton un moderado superávit en 2000. En aquel momento, el PBI estaba creciendo a razón de 4,8% anual, contra apenas 1,5% durante el último trimestre de 2002. Estos puntos obscuros inspiraron en la oposición demócrata un “programa alternativo”, donde las rebajas impositivas se orientarían a los sectores laborales, el gasto iría a obras de infraestructura y lucha contra el terrorismo y el déficit 2003 no pasaría de US$ 136.000 millones.

Tampoco parecen muy claras ciertas posiciones en el equipo económico de Bush. Por ejemplo, su jefe –el nuevo secretario de Hacienda, John W.Snow- tenía ideas muy precisan cuando encabezaba la campaña electoral de 2000. “Debemos consolidar el superávit fiscal y usarlo, en buena parte, para ir reduciendo la deuda pública interna y externa”, le decía a Business Week. A fines de 2002, la deuda federal consolidada roza siete billones de dólares y el creciente déficit corriente en balanza de pagos exige US$ 1.400 millones diarios en inversión externa directa.

Básicamente, el nuevo programa –de corte ofertista, similar a los ensayados por Ronald Reagan en 1984 y Bush padre en 1990- acelerará el cronograma de rebajas tributarias. Las previstas originalmente para 2006 se anticipan a 2004, para que favorezcan la reelección del actual mandatario. Por otra parte, según Business Week y el Financial Times, el nuevo calendario cargará los costos fiscales del plan sobre el gobierno posterior a 2008.

En el caso de beneficios a empresas, se condicionan a inversiones en equipos y determinadas tecnologías. Como parcial compensación, se asignarán más partidas a los estados para que asistan a los desocupados (pues los subsidios federales en ese área, acción social y salud pública irán disminuyendo).

El paquete dobla en rebajas impositivas y erogaciones al borrador que había trascendido el lunes a los mercados. De ahí el clima eufórico en Wall Street y la extrema cautela en la Unión Europea. Los nuevos estímulos fiscales añadirán de US$ 50 a 75.000 millones al gasto del presupuesto 2003 (va de octubre último a septiembre próximo), contra los US$ 25.000 millones previstos en la ley aprobada a mediados de 2002. Por lo menos una firma bursátil, Goldman Sachs, se mostraba hoy inquieta por “el eventual efecto de este recorte en ingresos públicos –vía rebaja de impuestos- y del gasto presumiblemente originado en futuros esfuerzos militares”.

Por el contrario, siempre atenta al “clima psicológico” del mercado, Bear Stearns desdeña los peligros de un déficit poco controlable, exalta “la audacia de un brillante paquete impositivo” y pronostica “amplio y positivo impacto en EE.UU. y otras economías líderes”. BS fue, hasta 2001, campeón de la “nueva economía” y la burbuja puntocom.

Fiel a la receta ofertista, que descalifican tanto monetaristas ortodoxos como keinesianos (en Argentina, la intentó Domingo F.Cavallo en 1990/6), la idea de Washington es que las ventajas tributarias a las empresas y los sectores ricos vayan “filtrándose hacia abajo” vía mayor empleo y mejores salarios. En los dos ensayos anteriores, los resultados fueron opuestos y, además, inflaron el déficit fiscal a niveles críticos.

La presente situación, señalan David Keen (American Conservative Union, republicans), Robert Rubin –secretario de Hacienda bajo William Clinton-, William Dudley (Goldman Sachs) y Martin Regalia –Cámara de Comercio-, se caracteriza por 6% de desempleo, continuos despidos originados en aprietos financieros, escándalos contables y baja demanda, salarios reales deteriorados y un déficit fiscal calculado en US$ 145.000 millones para este ejercicio, sin extrapolar el nuevo paquete. Si se lo pondera, la proyección pasa a US$ 220.000 millones y rozaría 400.000 millones en 2004, en caso de otra guerra en el golfo Pérsico.

Bush heredó de Clinton un moderado superávit en 2000. En aquel momento, el PBI estaba creciendo a razón de 4,8% anual, contra apenas 1,5% durante el último trimestre de 2002. Estos puntos obscuros inspiraron en la oposición demócrata un “programa alternativo”, donde las rebajas impositivas se orientarían a los sectores laborales, el gasto iría a obras de infraestructura y lucha contra el terrorismo y el déficit 2003 no pasaría de US$ 136.000 millones.

Tampoco parecen muy claras ciertas posiciones en el equipo económico de Bush. Por ejemplo, su jefe –el nuevo secretario de Hacienda, John W.Snow- tenía ideas muy precisan cuando encabezaba la campaña electoral de 2000. “Debemos consolidar el superávit fiscal y usarlo, en buena parte, para ir reduciendo la deuda pública interna y externa”, le decía a Business Week. A fines de 2002, la deuda federal consolidada roza siete billones de dólares y el creciente déficit corriente en balanza de pagos exige US$ 1.400 millones diarios en inversión externa directa.

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