Brasil: un plan económico keinesiano, ante el escepticismo del establishment paulista

Según el cronograma presentado por el presidente Luiz Inácio da Silva para su segundo mandato, el producto bruto interno debe llegar a 2010 creciendo a razón de 5%. En 2006, llegó a apenas 2,7%. Motor clave: las obras públicas.

23 enero, 2007

Nadie se anima a decirlo en voz alta, pero el “superplàn” lanzado por Lula tiene un neto corte keinesiano. Su clave reside en inversiones por alrededor de US$ 237.500 millones en el cuadrienio 2007-10, lo cual implica que la expansión económica tendrá prioridad sobre los meros números fiscales. Este rasgo se da en Brasil ya desde los años 50, cuando los intereses de la burguesía industrial y el gobierno federal –a menudo, de facto- convergían.

Sin duda, el presente ritmo de desarrollo brasileño es moroso. Mientras, el PBI de la petrolera Venezuela marcó el año pasado 8,8% y Argentina (cuyo perfil industrial estuvo en baja durante los regímenes militares de 1966/73 y 1976/83) lograba 8,5% en su cuarto año seguido de repunte. Inclusive una economía poco integrada como la chilena (+4,8%) y una atrasada como la boliviana (+3,5%) superaban en 2006 al gigante sudamericano.

Aun siendo la segunda economía latinoamericana (México es la mayor, merced a la maquila y su relación especial con Estados Unidos), Brasil debe ir compensando un largo retraso. Debido, parcialmente, a la “globalización mental” del empresariado -influida por una horda de analistas e ideólogos financieros- y su reflejo en las políticas de estado.

El avance argentino tiene efectos psicológicos en la dirigencia brasileña, aunque no tanto como debiera en el sector privado. Empero, inclusive el Mercosur presiona por aumentar el dinamismo de su máxima economía, como se notaba días atrás en Río de Janeiro (dejando de lado al autismo político uruguayo, que busca un acuerdo con EE.UU.). La obra pública, por supuesto, intentará reactivar el enorme mercado interno brasileño.

Pero una cosa es anunciar el programa y otra cristalizarlo. El “plan pro aceleración del crecimiento” (PAC) depende de trabajosos compromisos dentro de un congreso bastante atomizado. Por ejemplo, esta misma semana debe definirse la presidencia de diputados. “Lula envidia a Néstor Kirchner, que maneja como quiere el poder legislativo y no afronta una oposición en serio”, señalaba un diario paulista.

El carácter keinesiano del PAC es tan evidente que molesta a dirigentes, analistas y medios conservadores en ambos países. Por ejemplo, 55% de la inversión irá a energía y combustibles, 33% a desarrollo urbano y 12% a transportes (Brasil ampliará en 3.500 kilómetros la red ferroviaria: sabe que el camión es un anacronismo caro y poco seguro). Entre los objetivos específicos figuran exploración de hidrocarburos, proyectos hidroeléctricos, construcción y saneamiento de viviendas, recursos energéticos renovables.

Obviamente, a los ortodoxos de la región los preocupa el origen de tantos recursos. El gobierno anticipó que 13,5% provendrá del propio fisco federal (vía endeudamiento en reales). El resto, de empresas públicas –que allá siguen siendo fuertes- y privadas. Aquí aparece un detalle típico de ese país: cuenta como “privada” la estatal Petrobrás (por su tipo de management). Cabe consignar que ya la meta del PBI este año es ambiciosa; pasar de 2,7 a 4,5%.

Nadie se anima a decirlo en voz alta, pero el “superplàn” lanzado por Lula tiene un neto corte keinesiano. Su clave reside en inversiones por alrededor de US$ 237.500 millones en el cuadrienio 2007-10, lo cual implica que la expansión económica tendrá prioridad sobre los meros números fiscales. Este rasgo se da en Brasil ya desde los años 50, cuando los intereses de la burguesía industrial y el gobierno federal –a menudo, de facto- convergían.

Sin duda, el presente ritmo de desarrollo brasileño es moroso. Mientras, el PBI de la petrolera Venezuela marcó el año pasado 8,8% y Argentina (cuyo perfil industrial estuvo en baja durante los regímenes militares de 1966/73 y 1976/83) lograba 8,5% en su cuarto año seguido de repunte. Inclusive una economía poco integrada como la chilena (+4,8%) y una atrasada como la boliviana (+3,5%) superaban en 2006 al gigante sudamericano.

Aun siendo la segunda economía latinoamericana (México es la mayor, merced a la maquila y su relación especial con Estados Unidos), Brasil debe ir compensando un largo retraso. Debido, parcialmente, a la “globalización mental” del empresariado -influida por una horda de analistas e ideólogos financieros- y su reflejo en las políticas de estado.

El avance argentino tiene efectos psicológicos en la dirigencia brasileña, aunque no tanto como debiera en el sector privado. Empero, inclusive el Mercosur presiona por aumentar el dinamismo de su máxima economía, como se notaba días atrás en Río de Janeiro (dejando de lado al autismo político uruguayo, que busca un acuerdo con EE.UU.). La obra pública, por supuesto, intentará reactivar el enorme mercado interno brasileño.

Pero una cosa es anunciar el programa y otra cristalizarlo. El “plan pro aceleración del crecimiento” (PAC) depende de trabajosos compromisos dentro de un congreso bastante atomizado. Por ejemplo, esta misma semana debe definirse la presidencia de diputados. “Lula envidia a Néstor Kirchner, que maneja como quiere el poder legislativo y no afronta una oposición en serio”, señalaba un diario paulista.

El carácter keinesiano del PAC es tan evidente que molesta a dirigentes, analistas y medios conservadores en ambos países. Por ejemplo, 55% de la inversión irá a energía y combustibles, 33% a desarrollo urbano y 12% a transportes (Brasil ampliará en 3.500 kilómetros la red ferroviaria: sabe que el camión es un anacronismo caro y poco seguro). Entre los objetivos específicos figuran exploración de hidrocarburos, proyectos hidroeléctricos, construcción y saneamiento de viviendas, recursos energéticos renovables.

Obviamente, a los ortodoxos de la región los preocupa el origen de tantos recursos. El gobierno anticipó que 13,5% provendrá del propio fisco federal (vía endeudamiento en reales). El resto, de empresas públicas –que allá siguen siendo fuertes- y privadas. Aquí aparece un detalle típico de ese país: cuenta como “privada” la estatal Petrobrás (por su tipo de management). Cabe consignar que ya la meta del PBI este año es ambiciosa; pasar de 2,7 a 4,5%.

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