Al margen de vaivenes, la RF no acierta a afrontar corridas

Turbulencias y crisis desatadas en los mercados desde que estalló la burbuja puntocom (2000/1) sugieren que el emisor norteamericano carece ya de instrumentos adecuados. Ése es el problema que Benjamin Bernanke no ve.

23 agosto, 2007

A criterio de analistas, dentro o fuera de Wall Street, la Reserva Federal encara crisis, a principios del siglo XXI, con ideas y recursos que llevan hasta cien años de trajinada existencia. Igual le sucede al venerable banco de Inglaterra, sólo que la libra –su ámbito- representa hoy una economía meramente y no es divisa relevante.

Así como George W.Bush mira Irak y Afganistán con lentes de Vietnam, Bernanke maneja una máquina oxidada en tiempos de computadoras cada vez más rápidas y herramientas especulativas cada día más refinadas. Por ende, más peligrosas. Valga un solo ejemplo: la volátil masa de obligaciones de deuda colaterizada (ODC, una forma de papel comercial) deja en el aire US$ 2,5 billones.

En otras palabras, la RF afronta pánicos actuales con recursos de hace un siglo. O casi, pues la presente estructura del emisor cristalizó en 1913. Entonces, cuando la banca comercial precisa liquidez y no quiere vender activos o pedir prestado usándolos de garantía, el central les da fondos respaldados en colaterales supuestamente adecuados.

Pero hoy Bernanke se encuentra ante bancos ilíquidos o renuentes a darles crédito a entidades financieras en apuros. Por tanto, la RF emplea herramientas pensadas para crisis bancarias, cuando ahora la crisis se centra en mercados especulativos. Ambos contextos tienen una cosa en común: golpean a las bolsas.

Según lo ven Alan Greenspan -antecesor y némesis de Bernanke- o el economista Richard Clarida (universidad de Columbia), bancos comerciales y empresas muestran buenos números, salvo en Detroit, y tienen efectivo. Por el contrario, Countrywide Finacial y otras sociedades, que emiten hipotecas y deben recolocarlas velozmente entre inversores, precisan cobertura de corto plazo para puentear esos lapsos.

Para ello dependen de papeles comerciales, en particular la gama ODC, que hoy atraviesan severas dificultades de colocación y son peores que bonos chatarra. Esto se relaciona con el cometido tradicional de un banco: determinar las probabilidades de que un deudor repague en término y, por ende, prestar a quienes consideran fiables. El seguro federal sobre depósitos (voluntario) y la vigilancia de la RF aseguran –en teoría- que los bancos san cautos al dar crédito.

Lo malo es que las cosas ya no funcionan así. Los bancos retienen todavía muchas malas hipotecas y préstamos, pero no en libros. En su lugar, los convierten en títulos que buscan colocan alrededor del mundo a toda clase de jugador o especulador financiero. Desde fondos de cobertura (derivados) o de capital extrabursátil (compras apalancadas) hasta bancos alemanes de segunda o tercera clase.

En buen romance, en vez de aceptar depósitos, estos jugadores del nuevo siglo piden prestado a socios, amigos o cómplices en otros segmentos financieros. Al no estar supervisados por gobierno alguno, éstos toman dinero a paladas. Desde julio, empero, esa franja pasó de propicia a renuente. Nadie sabe bien cuánto valen esas OCD complejas y opacas que los apostadores quieren vender o usar de respaldo. Cuando el crédito empezó a ralear, Bernanke y sus colegas inyectaron hasta US$ 500.000 en liquidez (9 al 14 de agosto) y, al no dar resultado, la RF redujo de 6,25 a 5,75% anual el redescuento. Esto es, Bernanke desechó de pronto sus obsesiones inflacionarias, “para salvar bancos que habían hecho malas apuestas, no a víctimas de la especulación inmobiliaria ni a la economía norteamericana” (Joseph Stilglitz dixit).

A criterio de analistas, dentro o fuera de Wall Street, la Reserva Federal encara crisis, a principios del siglo XXI, con ideas y recursos que llevan hasta cien años de trajinada existencia. Igual le sucede al venerable banco de Inglaterra, sólo que la libra –su ámbito- representa hoy una economía meramente y no es divisa relevante.

Así como George W.Bush mira Irak y Afganistán con lentes de Vietnam, Bernanke maneja una máquina oxidada en tiempos de computadoras cada vez más rápidas y herramientas especulativas cada día más refinadas. Por ende, más peligrosas. Valga un solo ejemplo: la volátil masa de obligaciones de deuda colaterizada (ODC, una forma de papel comercial) deja en el aire US$ 2,5 billones.

En otras palabras, la RF afronta pánicos actuales con recursos de hace un siglo. O casi, pues la presente estructura del emisor cristalizó en 1913. Entonces, cuando la banca comercial precisa liquidez y no quiere vender activos o pedir prestado usándolos de garantía, el central les da fondos respaldados en colaterales supuestamente adecuados.

Pero hoy Bernanke se encuentra ante bancos ilíquidos o renuentes a darles crédito a entidades financieras en apuros. Por tanto, la RF emplea herramientas pensadas para crisis bancarias, cuando ahora la crisis se centra en mercados especulativos. Ambos contextos tienen una cosa en común: golpean a las bolsas.

Según lo ven Alan Greenspan -antecesor y némesis de Bernanke- o el economista Richard Clarida (universidad de Columbia), bancos comerciales y empresas muestran buenos números, salvo en Detroit, y tienen efectivo. Por el contrario, Countrywide Finacial y otras sociedades, que emiten hipotecas y deben recolocarlas velozmente entre inversores, precisan cobertura de corto plazo para puentear esos lapsos.

Para ello dependen de papeles comerciales, en particular la gama ODC, que hoy atraviesan severas dificultades de colocación y son peores que bonos chatarra. Esto se relaciona con el cometido tradicional de un banco: determinar las probabilidades de que un deudor repague en término y, por ende, prestar a quienes consideran fiables. El seguro federal sobre depósitos (voluntario) y la vigilancia de la RF aseguran –en teoría- que los bancos san cautos al dar crédito.

Lo malo es que las cosas ya no funcionan así. Los bancos retienen todavía muchas malas hipotecas y préstamos, pero no en libros. En su lugar, los convierten en títulos que buscan colocan alrededor del mundo a toda clase de jugador o especulador financiero. Desde fondos de cobertura (derivados) o de capital extrabursátil (compras apalancadas) hasta bancos alemanes de segunda o tercera clase.

En buen romance, en vez de aceptar depósitos, estos jugadores del nuevo siglo piden prestado a socios, amigos o cómplices en otros segmentos financieros. Al no estar supervisados por gobierno alguno, éstos toman dinero a paladas. Desde julio, empero, esa franja pasó de propicia a renuente. Nadie sabe bien cuánto valen esas OCD complejas y opacas que los apostadores quieren vender o usar de respaldo. Cuando el crédito empezó a ralear, Bernanke y sus colegas inyectaron hasta US$ 500.000 en liquidez (9 al 14 de agosto) y, al no dar resultado, la RF redujo de 6,25 a 5,75% anual el redescuento. Esto es, Bernanke desechó de pronto sus obsesiones inflacionarias, “para salvar bancos que habían hecho malas apuestas, no a víctimas de la especulación inmobiliaria ni a la economía norteamericana” (Joseph Stilglitz dixit).

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