AIG, en la mira de la Comisión Federal de Valores y los fiscales

La securities & Exchange Commission (SEC) ha citado a una decena de jerárquicos de American International Group (AIG), el mayor conglomerado asegurador del mundo. La entidad está investigando presuntas irregularidades contables.

29 marzo, 2005

De acuerdo con el “Wall Street Journal” y el “Boston Globe”, existen sospechas de que la empresa puede haber “mejorado artificiosamente” balances y otros estados financieros. Se trataría, pues, de lo que se llamaba “contabilidad creativa” cuando se practicaba en la Argentina de 1992-2000 con tolerancia del Fondo Monetario.

En el caso de AIG, el maquillaje de asientos se estima tentativamente en US$ 2.000 a 3.000 millones, entre 1999 y 2004. Naturalmente, ejecutivos del grupo sostienen que el sumario no generará cargos relevantes ni provocará la intervención de fiscales locales (Eliot Spitzer) o federales.

No obstante, el departamento de Justicia, la fiscalía neoyorquina y la autoridad supervisora de seguros acaban de tomar cartas en el asunto. Esto obligará al grupo a hacer cambios en la conducción superior y en la junta directiva, con el objeto de cortar todo vínculo subsistente con Maurice Greenberg, obligado a dimitir semanas atrás –tras cuarenta años de manejo feudal, nepótico- y sus parientes.

El paterfamilias tuvo que dejar el timón a principios de marzo y quedarse con la presidencia del directrorio, cargo simbólico. Ahora, probablemente deba resignarla. Tampoco está clara la situación de su reemplazante como CEO, Martin Sullivan. Mientras las acciones de AIG acumulan 22% de pérdidas en el mes, la SEC pide datos sobre actividades en el exterior.

Por ejemplo, en Argentina, donde la ermpresa se asoció a la chilena Cencosud en la compra de Disco. Para no hablar de su participación, vía una subsidiaria, en un fondo inversor (para compras apalancadas) creado por gente otrora ligada a Citicorp Equity Investments y el memenismo. O sea, a los tiempos de la contabilidad creativa.

De acuerdo con el “Wall Street Journal” y el “Boston Globe”, existen sospechas de que la empresa puede haber “mejorado artificiosamente” balances y otros estados financieros. Se trataría, pues, de lo que se llamaba “contabilidad creativa” cuando se practicaba en la Argentina de 1992-2000 con tolerancia del Fondo Monetario.

En el caso de AIG, el maquillaje de asientos se estima tentativamente en US$ 2.000 a 3.000 millones, entre 1999 y 2004. Naturalmente, ejecutivos del grupo sostienen que el sumario no generará cargos relevantes ni provocará la intervención de fiscales locales (Eliot Spitzer) o federales.

No obstante, el departamento de Justicia, la fiscalía neoyorquina y la autoridad supervisora de seguros acaban de tomar cartas en el asunto. Esto obligará al grupo a hacer cambios en la conducción superior y en la junta directiva, con el objeto de cortar todo vínculo subsistente con Maurice Greenberg, obligado a dimitir semanas atrás –tras cuarenta años de manejo feudal, nepótico- y sus parientes.

El paterfamilias tuvo que dejar el timón a principios de marzo y quedarse con la presidencia del directrorio, cargo simbólico. Ahora, probablemente deba resignarla. Tampoco está clara la situación de su reemplazante como CEO, Martin Sullivan. Mientras las acciones de AIG acumulan 22% de pérdidas en el mes, la SEC pide datos sobre actividades en el exterior.

Por ejemplo, en Argentina, donde la ermpresa se asoció a la chilena Cencosud en la compra de Disco. Para no hablar de su participación, vía una subsidiaria, en un fondo inversor (para compras apalancadas) creado por gente otrora ligada a Citicorp Equity Investments y el memenismo. O sea, a los tiempos de la contabilidad creativa.

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