Ahorro interno, talón de Aquiles de EE.UU. y otros países

Aparte de los déficit fiscal, comercial o de pagos, asistencia social y salud suman, en EE.UU., rojos anuales superiores a US$ 400.000 millones. Pero el trasfondo real es la escasez de ahorro interno, falla que muestran otras economías avanzadas.

23 febrero, 2004

El gasto social “es un problema candente, pues sube la proporción
de pasivos respecto de aportantes a los sistemas jubilatorios en los países
del Atlántico Norte”. Así subraya Robert J. Shiller, profesor
de economía en Yale. Hacia 2050, la cantidad de retirados por cada aportante
activo será el doble que en 1999, indican proyecciones del Population
Resources Center
(de esa misma universidad).

Casi en paralelo, un estudio de la Organización para Cooperación
y Desarrollo Económico (OCDE, los 24 países más ricos)
revela la contra-cara del fenómeno. “La masa de ahorro interno disminuyó
entre 1984 y 2001 en Australia, Austria, Bélgica, Canadá, EE.UU.,
España, Gran Bretaña y Nueva Zelanda.

Pero “el caso extremo es EE.UU. -recalca Shiller-, cuya tasa de ahorro
interno cayó de 10,6 a 6,1% en términos de producto bruto interno”.
Este dato parece lo más novedoso e impactante del trabajo.

“Sería dable suponer que, con tendencias a tasas de natalidad descendentes,
la población de las economías prósperas ahorraría
más porque, aparte, las familias tienen menos hijos. Además, los
adultos tienen vida laboral más larga”. Muy bien, pero ¿por
qué se ahorra cada año menos?…

En 2000, el Banco Mundial encomendó un análisis sobre el mismo
tema. Los investigadores descubrieron ciertos factores básicos que explican
la contradicción, sin apelar a diferencias culturales (como en el estudio
de la OCDE). Extrañamente, se notó que “las tasas de ahorro
interno suelen ser altas en fases inflacionarias y ceden cuando cede la inflación”.
De paso, lo inverso es habitual en economías periféricas.

A criterio de Shiller, “en el pasado inmediato, la inflación promovía
ahorro mediante tasas de interés -o sea, remuneración- que acompañaban
a los precios”. Por otra parte, “los endeudados vía créditos
hipotecarios estaban forzados a ahorrar más para amortizarlos”.

Así sucedía en EE.UU. durante los 80. Por entonces, la tasa de
ahorro interno era 11% del PBI, en tanto la inflación promediaba 12%
y las hipotecas a treinta años pagaban algo más de 15% anual.
El tipo de interés real no era alto (3%) pero, igualmente, el deudor
debía sacar la diferencia de sus ingresos.

Por ende, “individuos y familias norteamericanas reducían drásticamente
consumos, elevando el ahorro. Al bajar la inflación, la gente refinanciaba
hipotecas a menos tasa y, como contrapartida, empezó a gastar más”.
Al mismo tiempo, mientras sea fácil obtener crédito hipotecario
y se exijan menores depósitos iniciales, menos gente joven tendrá
incentivos para ahorrar.

Ya en los 90, esa tendencia fue exacerbada “por el dinero plástico
y, últimamente, por una Reserva Federal que mantiene tipos referenciales
artificiosamente exiguos, más por razones políticas que técnicas.
Si endeudarse es tan barato y las cajas de ahorro remuneran tan poco los depósitos,
la gente emula al gobierno. Es decir -subraya el economista-, se endeuda para
gastar”.

Finalmente, al terminar 2003 las familias estadounidenses acumulaban deudas
por US$ 8,4 billones. Pero la cosa no acaba ahí: la clase media urbana
que no ahorra contiene cada vez más rentistas, inversores bursátiles
o, sencillamente especuladores. “Ello se debe a que, psicológicamente,
los problemas debidos al aumento de jubilados parecen lejanos en el tiempo.
Por el contrario, las burbujas accionarias o la caída del crédito
hipotecario son cosas inmediatas, tangibles”.

Esta mezcla de factores y comportamientos “crea la impresión de
que la contracción del ahorro privado, durante los últimos doce
años, no tiene consecuencias serias. Los norteamericanos creen que se
harán más ricos ahorrando menos. Pero las cotizaciones de valores
son especulativas y también pueden derrumbarse por motivos psicológicos.
A menos que EE.UU. advierta la letal combinación de ahorro interno insuficiente,
endeudamiento sistemático de gobierno y familias y especulación
bursátil, todos terminarán mucho más pobres de lo pudieran
imaginar”.

El gasto social “es un problema candente, pues sube la proporción
de pasivos respecto de aportantes a los sistemas jubilatorios en los países
del Atlántico Norte”. Así subraya Robert J. Shiller, profesor
de economía en Yale. Hacia 2050, la cantidad de retirados por cada aportante
activo será el doble que en 1999, indican proyecciones del Population
Resources Center
(de esa misma universidad).

Casi en paralelo, un estudio de la Organización para Cooperación
y Desarrollo Económico (OCDE, los 24 países más ricos)
revela la contra-cara del fenómeno. “La masa de ahorro interno disminuyó
entre 1984 y 2001 en Australia, Austria, Bélgica, Canadá, EE.UU.,
España, Gran Bretaña y Nueva Zelanda.

Pero “el caso extremo es EE.UU. -recalca Shiller-, cuya tasa de ahorro
interno cayó de 10,6 a 6,1% en términos de producto bruto interno”.
Este dato parece lo más novedoso e impactante del trabajo.

“Sería dable suponer que, con tendencias a tasas de natalidad descendentes,
la población de las economías prósperas ahorraría
más porque, aparte, las familias tienen menos hijos. Además, los
adultos tienen vida laboral más larga”. Muy bien, pero ¿por
qué se ahorra cada año menos?…

En 2000, el Banco Mundial encomendó un análisis sobre el mismo
tema. Los investigadores descubrieron ciertos factores básicos que explican
la contradicción, sin apelar a diferencias culturales (como en el estudio
de la OCDE). Extrañamente, se notó que “las tasas de ahorro
interno suelen ser altas en fases inflacionarias y ceden cuando cede la inflación”.
De paso, lo inverso es habitual en economías periféricas.

A criterio de Shiller, “en el pasado inmediato, la inflación promovía
ahorro mediante tasas de interés -o sea, remuneración- que acompañaban
a los precios”. Por otra parte, “los endeudados vía créditos
hipotecarios estaban forzados a ahorrar más para amortizarlos”.

Así sucedía en EE.UU. durante los 80. Por entonces, la tasa de
ahorro interno era 11% del PBI, en tanto la inflación promediaba 12%
y las hipotecas a treinta años pagaban algo más de 15% anual.
El tipo de interés real no era alto (3%) pero, igualmente, el deudor
debía sacar la diferencia de sus ingresos.

Por ende, “individuos y familias norteamericanas reducían drásticamente
consumos, elevando el ahorro. Al bajar la inflación, la gente refinanciaba
hipotecas a menos tasa y, como contrapartida, empezó a gastar más”.
Al mismo tiempo, mientras sea fácil obtener crédito hipotecario
y se exijan menores depósitos iniciales, menos gente joven tendrá
incentivos para ahorrar.

Ya en los 90, esa tendencia fue exacerbada “por el dinero plástico
y, últimamente, por una Reserva Federal que mantiene tipos referenciales
artificiosamente exiguos, más por razones políticas que técnicas.
Si endeudarse es tan barato y las cajas de ahorro remuneran tan poco los depósitos,
la gente emula al gobierno. Es decir -subraya el economista-, se endeuda para
gastar”.

Finalmente, al terminar 2003 las familias estadounidenses acumulaban deudas
por US$ 8,4 billones. Pero la cosa no acaba ahí: la clase media urbana
que no ahorra contiene cada vez más rentistas, inversores bursátiles
o, sencillamente especuladores. “Ello se debe a que, psicológicamente,
los problemas debidos al aumento de jubilados parecen lejanos en el tiempo.
Por el contrario, las burbujas accionarias o la caída del crédito
hipotecario son cosas inmediatas, tangibles”.

Esta mezcla de factores y comportamientos “crea la impresión de
que la contracción del ahorro privado, durante los últimos doce
años, no tiene consecuencias serias. Los norteamericanos creen que se
harán más ricos ahorrando menos. Pero las cotizaciones de valores
son especulativas y también pueden derrumbarse por motivos psicológicos.
A menos que EE.UU. advierta la letal combinación de ahorro interno insuficiente,
endeudamiento sistemático de gobierno y familias y especulación
bursátil, todos terminarán mucho más pobres de lo pudieran
imaginar”.

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