A 75 años del gran crac, se replantean explicaciones y teorías

Del este domingo al viernes se cumplen 75 años del derrumbe bursátil más clásico del siglo XX, iniciado en Wall Street y contagiado al mundo. “Se supone que, al cabo de tanto tiempo, se haya entendido bien ese fenómeno. Pero no es así”.

24 octubre, 2004

Así sostienen en un breve ensayo Benoît Mandelbrot (ciencias matemáticas, Yale) y Richard Hudson, director de la revista Science/Business. “Se han publicado centenares de libros y monografías sobre esa catástrofe, que cerró una dodécada traumática en Gran Bretaña, Alemania y media Europa. Al revés, en Estados Unidos y Canadá, la primera posguerra fue una fiesta. Wall Street acabó con justos y pecadores”.

En vísperas del derrumbe, el presidente norteamericano Calvin Coolidge declaró que las acciones estaban subvaluadas. Pero sobrevino el primer Armagedón –aquel “jueves negro”, 24 de octubre- y, el 29, lo siguió el segundo, un “martes negro”. Luego de tres años de temporales, la mitad de los bancos había caído y casi uno de cada cuatro norteamericanos era un desocupado.

“La mayoría de los estudios se centra en las causas generales y muy pocos –dicen los expertos- en algo fundamental para quienes vivieron el crac: la volatilidad de cotizaciones, la confusión reinante y los riesgos involucrados. Como entonces, hoy los economistas convencionales no captan esos factores claramente y esto es una barbaridad, pues su comprensión precisa es clave para cualquier inversor”.

Los modelos bursátiles habituales, por cierto, “se limitan a unas pocas presunciones simplificadoras acerca de los precios y sus vaivenes. Estos esquemas –apuntan Mandelbrot y Hudson- pueden resolver algunas cuestiones prácticas. Por ejemplo, cómo incorporar Genentech a una cartera que contiene General Motors y British Petroleum”.

Pero ese tipo de problemas implica dos interrogantes subyacentes: “¿que posibilidades existen de que esos activos cedan? ¿cuáles son las probabilidades de que bajen, digamos, 5%. Si son altas, los modelos recomiendan cautela o exigir retornos proporcionales al riesgo. A primera vista, parece fácil calcularlos; bastaría observar el comportamiento pasado de las cotizaciones y extrapolarlo al futuro”.

El inconveniente es que los modelos convencionales no se ocupan mucho de los datos reales. “Presuponen, apoyados en pruebas deficientes, que los precios suelen variar hasta cierto punto y no más. En términos matemáticos –puntualiza el artículo-, confían en la curva de Bell, un instrumento muy común para describir el cociente de inteligencia o la altura media en una población”.

En realidad, las cotizaciones de activos son mucho más caóticas de lo que implica la curva de Bell y se acercan, más bien, a una curva de Gauss. El 29 de octubre de 1929, el Dow Jones industrial perdió 13%. “Si los modelos convencionales fuesen correctos, las posibilidades de semejante baja en un día habían sido de una en 1.026…”

En 1998, cuando Rusia entró en cese selectivo de pagos y los mercados se vinieron abajo, “había una sola posibilidad en 20 millones de que eso sucediera. El mayor crac de tiempos recientes (19 de octubre de 1987) tenía apenas una posibilidad en 1.050. O vivimos en una era improbable o la curva de Bell no funciona en el plano bursátil y los modelos basados en ella son defectuosos”.

A criterio de los dos analistas, “esos modelos están equivocados. Una nueva rama de las matemáticas, la geometría fractal, ofrece una opción cuantitativa más precisa”. Los fractales, explican los autores en su libro “The (mis)behavior of markets: a fractal view of risk, ruin and reward” (Basic Books/Profile Books), son muy adecuados para analizar asimetrías de todo tipo. “En un contexto fractal, súbitos movimientos de precios, saltos o caídas profundas y breves lapos de desmadre especulativo son fenómenos comunes”.

Pero el objeto de los dos economistas no es promover teorías fractales, sino subrayar las falacias de las teorías convencionales. “Muchos profesionales saben por experiencia que los modelos comunes son deficientes y exigen muchos esfuerzos para paliar problemas prácticos. Por consiguiente, los instrumentos financieros se hacen más y más complejos”. Basta ver los derivativos. Pero sería mejor volver a los fundamentos y buscar respuesta a la pregunta primigenia: ¿cómo se comportan los precios?”.

Eso exige esfuerzos globales de investigación. A partir de ellos “será factible desarrollar, algún día, modelos e instrumentos más simples y precisos. Pero, primero –observan Mandelbrot y Hudson- es necesario entender claramente los verdaderos riesgos de nuevos desantres bursátiles y financieros”.

Así sostienen en un breve ensayo Benoît Mandelbrot (ciencias matemáticas, Yale) y Richard Hudson, director de la revista Science/Business. “Se han publicado centenares de libros y monografías sobre esa catástrofe, que cerró una dodécada traumática en Gran Bretaña, Alemania y media Europa. Al revés, en Estados Unidos y Canadá, la primera posguerra fue una fiesta. Wall Street acabó con justos y pecadores”.

En vísperas del derrumbe, el presidente norteamericano Calvin Coolidge declaró que las acciones estaban subvaluadas. Pero sobrevino el primer Armagedón –aquel “jueves negro”, 24 de octubre- y, el 29, lo siguió el segundo, un “martes negro”. Luego de tres años de temporales, la mitad de los bancos había caído y casi uno de cada cuatro norteamericanos era un desocupado.

“La mayoría de los estudios se centra en las causas generales y muy pocos –dicen los expertos- en algo fundamental para quienes vivieron el crac: la volatilidad de cotizaciones, la confusión reinante y los riesgos involucrados. Como entonces, hoy los economistas convencionales no captan esos factores claramente y esto es una barbaridad, pues su comprensión precisa es clave para cualquier inversor”.

Los modelos bursátiles habituales, por cierto, “se limitan a unas pocas presunciones simplificadoras acerca de los precios y sus vaivenes. Estos esquemas –apuntan Mandelbrot y Hudson- pueden resolver algunas cuestiones prácticas. Por ejemplo, cómo incorporar Genentech a una cartera que contiene General Motors y British Petroleum”.

Pero ese tipo de problemas implica dos interrogantes subyacentes: “¿que posibilidades existen de que esos activos cedan? ¿cuáles son las probabilidades de que bajen, digamos, 5%. Si son altas, los modelos recomiendan cautela o exigir retornos proporcionales al riesgo. A primera vista, parece fácil calcularlos; bastaría observar el comportamiento pasado de las cotizaciones y extrapolarlo al futuro”.

El inconveniente es que los modelos convencionales no se ocupan mucho de los datos reales. “Presuponen, apoyados en pruebas deficientes, que los precios suelen variar hasta cierto punto y no más. En términos matemáticos –puntualiza el artículo-, confían en la curva de Bell, un instrumento muy común para describir el cociente de inteligencia o la altura media en una población”.

En realidad, las cotizaciones de activos son mucho más caóticas de lo que implica la curva de Bell y se acercan, más bien, a una curva de Gauss. El 29 de octubre de 1929, el Dow Jones industrial perdió 13%. “Si los modelos convencionales fuesen correctos, las posibilidades de semejante baja en un día habían sido de una en 1.026…”

En 1998, cuando Rusia entró en cese selectivo de pagos y los mercados se vinieron abajo, “había una sola posibilidad en 20 millones de que eso sucediera. El mayor crac de tiempos recientes (19 de octubre de 1987) tenía apenas una posibilidad en 1.050. O vivimos en una era improbable o la curva de Bell no funciona en el plano bursátil y los modelos basados en ella son defectuosos”.

A criterio de los dos analistas, “esos modelos están equivocados. Una nueva rama de las matemáticas, la geometría fractal, ofrece una opción cuantitativa más precisa”. Los fractales, explican los autores en su libro “The (mis)behavior of markets: a fractal view of risk, ruin and reward” (Basic Books/Profile Books), son muy adecuados para analizar asimetrías de todo tipo. “En un contexto fractal, súbitos movimientos de precios, saltos o caídas profundas y breves lapos de desmadre especulativo son fenómenos comunes”.

Pero el objeto de los dos economistas no es promover teorías fractales, sino subrayar las falacias de las teorías convencionales. “Muchos profesionales saben por experiencia que los modelos comunes son deficientes y exigen muchos esfuerzos para paliar problemas prácticos. Por consiguiente, los instrumentos financieros se hacen más y más complejos”. Basta ver los derivativos. Pero sería mejor volver a los fundamentos y buscar respuesta a la pregunta primigenia: ¿cómo se comportan los precios?”.

Eso exige esfuerzos globales de investigación. A partir de ellos “será factible desarrollar, algún día, modelos e instrumentos más simples y precisos. Pero, primero –observan Mandelbrot y Hudson- es necesario entender claramente los verdaderos riesgos de nuevos desantres bursátiles y financieros”.

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