martes, 10 de diciembre de 2024

Versión completa de la entrevista a Tomás Abraham
“Una empresa no es sólo maquillaje, sino que representa permanentes desafíos”

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Observador sagaz y crítico agudo, el filósofo hace un análisis inteligente de la situación política y económica de la Argentina actual, el rol de la empresa en la sociedad, la literatura del management y el papel de los intelectuales y los periodistas.

Por Matías Maciel

Tomás Abraham escribió hace más de tres años La
empresa de vivir
. En la solapa del libro figura que "es un filósofo
argentino nacido en Rumania y graduado en Francia. Estudió con Foucault,
Althusser y Canguilhem. Es profesor titular de Filosofía de la UBA, fundó
la revista La Caja, dirigió el Colegio Argentino de Filosofía
y, desde 1984, coordina a un grupo de aficionados a la filosofía conocido
como el "Seminario de los jueves".

Ha escrito varios libros y publica con asiduidad notas de actualidad en diarios
y revistas. Se considera a sí mismo como un intelectual "ni siquiera
inorgánico" que reclama para sí la tradición socrática:
el filósofo es el que interroga mediante la ironía el supuesto
saber de sus conciudadanos. Es indudable que ese es el papel que mejor le sienta.

Hijo de un empresario textil que veía en él a su "heredero",
Tomás Abraham prefirió dedicarse al pensamiento filosófico.
En La empresa de vivir hace un recorrido por las principales líneas
de fuerza de la literatura del management. "Su objeto es la empresa
como nueva institución madre. Y su hijo preferido es el empresario, como
nuevo líder padre", escribe. Así, cuestiona el rol flexible
que la literatura de tipo gerencial le adjudica a la empresa, "en momentos
en que ya no hay límites a la total integración del individuo
a la vida del mercado".

-Cuando escribió La empresa de vivir decía que la economía
y la filosofía eran las lenguas para discutir la realidad de entonces.
¿Qué tan vigentes se las encuentra en la actualidad, a partir
del desgaste del discurso hegemónico de lo económico? ¿Sigue
siendo la economía una herramienta útil para discutir la realidad?

-Indudablemente. Porque la economía política es necesaria para
entender los procesos políticos, y eso no deja de ser así porque
haya una crisis. Sigue siendo necesaria, pero quizá no del mismo modo.
La realidad argentina -y no solamente argentina- mostró que el discurso
hegemónico de lo económico sufrió una fisura que se advirtió
con mayor claridad con la crisis del Tequila. En este momento hay una fuerte
presencia de lo político, que no estaba presente en la década
del noventa porque, de algún modo, estaba condicionada por lo económico.
Es decir, el tema de la globalización y la inserción de la Argentina
en el mundo trazaba un camino muy estricto que estaba dando resultados positivos
en términos económicos, y no había ningún contradiscurso
al ´pensamiento único´. Nadie sabía bien qué oponer a ese
pensamiento de aranceles más bajos, privatizaciones, de competencia de
exportación, del rol de las corporaciones en la tecnología, entre
otras cosas. Pero hoy en día, la presencia de lo político es muy
fuerte.

Hay un resurgir que sugiere que desde lo político se puede hacer algo,
que los condicionamientos no son tan fuertes. Lo político ha recuperado
una imagen de autonomía y -desde un modo de proceder gubernamental, desde
estrategias estatales- es posible provocar cambios, porque no todo está
tan condicionado por la situación mundial. Es decir, que se puede discutir.
Los organismos internacionales dan la sensación de no tener una unanimidad
tal como tenían en otra época. Hay un poquito más de apertura.
Pero además, en Argentina se ha abierto una discusión que no se
daba antes. Esto es mucho y es poco. Se ha abierto una discusión.

Sin embargo, en la Argentina no han desaparecido los problemas. Ahora se está
trabajando sobre lo que no trabajó De la Rúa -y que había
prometido-: mejorar ética y políticamente todo el problema de
la corrupción, de las instituciones. El foco está puesto en ese
lugar y es importante, quién puede negarlo, pero eso no quiere decir
que el sector no iluminado ahora funcione de por sí, porque la situación
social es una reverenda porquería y el país está hecho
trizas. Estamos en el único país del mundo en que se discute si
un tipo que no tiene trabajo es o no es un desocupado: "está ocupado
en cobrar el plan de Jefes de Hogar", nos dicen. Claro, porque el que no
tiene trabajo no va a tener trabajo. Entonces no hay que llamarlo ´desocupado´
porque estará fuera del sistema.

Es muy interesante lo que hoy sucede a nivel político institucional,
pero es indispensable tener en cuenta que es un proceso que se inicia y no un
problema que termina. Acá siempre festejamos las inauguraciones y después
nos olvidamos si se hizo algo. Esto es una inauguración, pero hay que
ver cuál es su profundidad y cómo se la banca la sociedad. Porque
la sociedad aplaude mientras no la afecte directamente. Es sabido que la red
de ilegalidad en la Argentina es social, no es gubernamental. Entonces hay que
ver hasta dónde se extiende, hasta dónde duele. Y después
hay que ver si esto va a ser suficiente como para soportar acuerdos con el FMI
que implique pagos y algunos que otros ajustes si no se llega.

-¿Y qué piensa en relación con lo económico?

-Los problemas económicos no están resueltos. Ni hay una vía
de resolución a la vista. Los problemas económicos están
igual que antes, sólo que ahora no está la receta de antes. La
línea que en la actualidad puede representar López Murphy, por
ejemplo, que es la que pide crear confianza en los inversores se opone hoy en
día a otra que es crear confianza en la sociedad. Son dos cosas distintas.
Crear confianza en los inversores es la línea de toda la década
del ´90, y hoy implicaría fundamentalmente arreglar con el FMI un plan
de ajuste público para tener un superávit fuerte.

-En su libro, a principios de 2000, usted hablaba de "la ética
atravesando el espacio económico". Decía también:
"Es el mercado el que solicita la ética, la empresa lo hace, el
management lo pide, el marketing la compra." Y, además, sostenía
que la ética era el conversor de la política ausente. ¿Cuál
es el lugar de la ética hoy?

– Bueno, yo creo que hoy eso ya es viejo. Eso era durante el capitalismo triunfante
en la Argentina. En la actualidad no. La ética ya no va como sustituta.
Ahora estamos en el problema, que es político. En el menemismo el discurso
era "moraloide". Lo hacía desde Mariano Grondona hasta Chacho
Álvarez, era todo una entelequia moral. Ahora está el problema,
pero es político.

-Pero es un avance.

-Claro que es un avance, porque estamos ante el problema. Antes no estábamos
ante el problema sino ante una solución falsa. Todo el mundo estaba muy
preocupado por la ética en la Argentina. Pero era una ética espiritualista,
no era una ética que estaba combinada con lo político. ¡El
problema de la corrupción es político!

-Los filósofos tradicionales se han acercado al mundo de los negocios,
a las empresas, de varias maneras. ¿Cuál es el papel de los filósofos
hoy en las empresas a diferencia de lo que pasaba a fines de los ´90? ¿Cómo
reconstruyen la ética después del discurso que instalaron -"lo
político es todo malo"-, en un momento en el que desde lo político
parecería que se quiere hacer bien las cosas en el plano institucional?

-Bueno, en la Argentina no son muchos los filósofos que se acercaron
a trabajar en las empresas, porque acá eso funcionó como símbolo
y una cierta imagen deseable que se recibía de los Estados Unidos, fundamentalmente,
donde había consultorías éticas en las empresas y por toda
una literatura institucional acerca de la ética en todos los rubros.
Acá, salvo los cursos que se podían dar, era poco lo que se insertaba
en la markética, o del marketing con la ética. Me imagino
que esos filósofos ahora no tendrán trabajo, porque hoy en día
¿quién gasta en eso? Las empresas están en default.
Hoy no hay inserción para ese tipo de discursos corporativos, aunque
me imagino que en el mundo siguen teniendo fuerza porque no se ha derrumbado
ese modelo.

En los ´90, la ética aparece como el nuevo evangelio de las relaciones
humanas, que tiene que ver con el medio ambiente, con la calidad de vida, con
la imagen de las empresas en la sociedad, con su rol comunitario, con su ayuda
social y filantrópica. Ya no había que hablar del modelo fordista,
de la eficiencia en base al orden. Era una nueva sociedad, y todos los Peter
Drucker -que había por todas partes- hablaban de una nueva sociedad que
nace a partir de lo más importante de la sociedad, que es la empresa,
donde uno pasa la mayor parte de su vida y que, además, en un mundo corporativo
como el norteamericano donde las pymes casi no existen, se hace cargo de lo
social, de la educación de sus trabajadores, de las vacaciones, de clubes,
de afectos, con sus psicólogos, con sus consultorías de ética,
un mundo integrado de la empresa.

Por su parte, entonces, la década del ´90 sufre una serie de colapsos
recientes que tiene que ver con: balances falsificados de las corporaciones,
estafas a los accionistas, detención del crecimiento de los Estados Unidos,
11-S… El tema de hoy es la seguridad. Y no sólo para los republicanos,
también para los demócratas. En su discurso en la Internacional
Socialista, Clinton señala empezar con la seguridad y seguir con lo económico.

-Usted habla del management dice que todas las instituciones -la
Iglesia, la familia, la universidad- se manejarían como empresas. ¿Cómo
nos ha afectado en lo cotidiano el imperio de la literatura del management?

-Bueno, me imagino que lo hizo a través de la orientación vocacional,
de la ilusión de pertenecer al primer mundo, como toda posibilidad de
ascenso social. Como una forma de actualizarse, de llegar al conocimiento y
de estar al tanto de lo que está pasando. Todo es una empresa. La universidad
tiene que estar orientada y administrada por un equipo de management
Es decir, todas las instituciones tienen que adaptarse a este tipo de lenguaje.
Un tipo que hace una película ya no hace una película sino que
hace un "producto", una persona que se maquilla, se "produce".
Hubo una especie de vestimenta, estética -incluso también ética,
en cuanto valores-, de lo que esto formaba parte. Es un cierto modo de ver las
cosas. Para alguien que quiere ser un profesional de eso, bueno, es muy importante
porque tiene que estudiar ese tipo de literatura. Hoy en día, el que
estudia Economía o Administración de Empresas, se va a encontrar
con todo eso para sus aspiraciones, porque con la contabilidad sola hoy no alcanza.
Para estudiar ventas, se va a encontrar con todo ese tipo de literatura cuya
especialidad la tienen los estadounidenses. Yo creo que la modernización
de las empresas no termina porque haya una crisis en la Argentina. Es sólo
una crisis, pero la modernización empresaria de los métodos de
gestión, va a ser objeto de una literatura insistente. El mundo corporativo
necesita personal especializado, y ese personal especializado es seleccionado.
No van a entrar todos. En cambio, si uno lo ve sólo desde el punto de
vista del asesor de ética, es posible que en algún momento dado
todo esté saturado, que sólo se recicle material porque no hay
mucho para agregar. Pero una empresa no es solamente maquillaje. Una empresa
representa permanentes desafíos, redes mundiales y mercados competitivos
y a conquistar. Todo ese mundo no ha cambiado porque ciertos países estén
en crisis o en decadencia o en destrucción de su propia estructura.

Lo que pasa es que nuestro país -no solamente con el tema del management
o de la administración de empresas- es que el estudiante no sabe qué
hacer con ese conocimiento… tampoco lo sabe en arquitectura. El estudiante
de hoy en día recibe un volumen de conocimientos en el cual no cree que
pueda ubicar en algún lugar. Es muy difícil ser estudiante hoy
en día. Hablan de la deserción como problema de estructura universitaria
y dicen "si hay mucha gente que se va, que entren menos". Esa es la
gran genialidad pedagógica. Es muy difícil porque no es una cuestión
de "vengo del secundario, no sé leer, no entiendo, me voy",
sino de "no sé qué demonios es todo esto", porque en
el núcleo familiar, en el entorno, donde todo el tiempo la gente que
te habla no tiene laburo, es muy difícil para un estudiante de Administración
de Empresas… él quiere el título. No sabe para qué todavía,
pero lo quiere tener. Entonces, ¿cómo funciona esto en una cabeza?
Bueno, uno estudia. Hay cosas que le interesan, hay cosas que le interesan menos
y piensa menos en la profesión. Yo creo que la población juvenil
mientras lo pueda pagar va a ir a la universidad, e incluso se va a sacrificar.
Porque el nivel cultural y de estudio es lo último que se quiere perder
en la clase media. Todavía, se ve algo así como "bueno, no
sé qué hacer, voy a estudiar algo…".

No obstante, en los últimos dos o tres años, veo un descenso del
vocabulario del management en los medios de comunicación. Los
suplementos económicos de los diarios de hoy comparados con lo que eran
es para llorar. No hay. Ni el Cronista, ni Ámbito, ni los suplementos
de La Nación, ni los de Clarín traen muchos de estos temas. Antes
vos siempre tenías una mesa redonda con tipos en camisas mirando un gráfico.
Claro, al jefe no lo distinguías porque estaba arremangado, igual que
los otros, diciendo "hoy en día la gestión es cooperativa".

-En el libro, usted señala algunas de las características
del nuevo líder -aquel que desciende al nivel de sus subalternos para
trabajar codo a codo, espíritu colectivo-. ¿Cómo se concilia
eso con el espíritu de ascenso y en detrimento del otro?

-Creo que eso es una paradoja que hace que uno tiene que ser líder al
mismo tiempo que pertenece a algo que es superior, que es la empresa. Entonces,
por un lado debe haber una relación de fidelidad con la empresa, "te
ponés la camiseta". Pero por otro lado se está en un régimen
de competencia y uno sabrá cómo arreglárselas. Es decir,
cada uno sabrá cómo ascender sin que su jefe sienta que le mueve
el piso porque si no todo saldrá mal. Entonces, para eso habrá
que empezar a establecer relaciones preferenciales, es necesario mostrar que
se está al servicio de alguien y al mismo tiempo tener un aliado, y fijarse
bien en todos. Pero son estas cosas que pasan en cualquier lugar. Es una política
institucional que existió siempre. En la lucha por los lugares, antes,
había que ser puntual, ordenado con los papeles, enfermarse poco, ser
obediente, respetuoso y limpio. Había una serie de pautas muy claras
para ser un buen empleado y ser cumplidor. Quien a lo largo de los años
hacía eso tenía un ascenso.

En la actualidad no basta con eso. Se requiere más iniciativa de parte
del cuerpo subalterno, porque lo que importa son los resultados. Y todo eso
implica toda una serie de cosas y es como que un departamento de ventas inunda
toda la empresa, porque es ahí donde se hace el centro, y no en la producción,
no en el ingeniero… sino en el de relaciones públicas. Por eso hay
tantos catálogos que se escriben al respecto: "traer buena pilcha,
pero no más elegante que la del jefe; si él jefe usa gris, no
hay que ponerse uno azul; marrón, nunca, está prohibido".
Y no necesariamente los ambientes son hipócritas y malos. Es bueno dar
libertad. Es bueno que el tipo sepa que puede administrarse el tiempo, que no
se sienta esclavo todo el tiempo, sino que de alguna manera tenga la sensación
de elegir. Porque lo que tiene la literatura del management es algo que
tiene que ver con la realidad. Después uno la pinta, hace uso ideológico
o no, hace una concepción del mundo, pero tiene que ver con todos los
cambios que se hicieron que la empresa corporativa de 1990 no funcione como
la de 1950.

Todo esto hizo organizar a todas las instituciones como si fueran empresas,
pero hay cosas que no funcionan como una empresas, funcionan de otro modo, porque
no todo el mundo vende algo. Hay una idea de que todo el mundo vende algo, y
todo el mundo factura algo, y entonces lo importante es vender, facturar. Pero
a lo mejor eso va a encontrar un límite en algún momento, que
no es solamente vender, no se trata únicamente de consumir.

-Usted habla, también en el libro, de una cosa que parece cíclica
en la Argentina, que son los grandes acuerdos en momentos de grandes crisis
aparece: la multipartidaria de 1982 y el gran acuerdo social de los ´90. Podemos
agregar el famoso el Gran Acuerdo Nacional y, en 2001, la Mesa del Diálogo
Argentino. ¿Le parece que esto es una especie de mito argentino?

-Para mí una de las características de la vida política
argentina histórica, no es tanto los acuerdos sino las refundaciones.
Siempre empezamos de nuevo. Y desde cero, de una buena vez para siempre: reorganización,
reconstrucción, refundación de la República. Qué
mejor que decir, después de cada catástrofe, "volvemos a
nacer". Es una cosa ingenua. Pero fundamentalmente yo no creo más
en la ingenuidad, es de mala fe. Por un lado se habla de la memoria todo el
tiempo, y por otro lado está naciendo todo esto. La Argentina de hoy
-ni de hoy ni nunca- no sale de un repollo.

Este asunto de volver a empezar es una cosa permanente de una sociedad en decadencia,
que tiene la ilusión de un arranque renovado, fresco, totalmente nuevo,
una y otra vez. A Kirchner, recién lo estamos conociendo. Y además
un país no depende de una persona. Encaró bien, desde mi punto
de vista. Pero no se trata escepticismo, optimismo y pesimismo, sino que se
trata de lucidez. Es decir, de "alerta intelectual". De nunca perder
de vista los problemas. Argentina no nace hoy, no está refundada, porque
tiene los problemas de hace mucho. Tiene problemas de grave crisis económica
y social. Gravísima. No estamos mejor, como dicen muchos periodistas
e intelectuales. ¿Mejor respecto de qué? Dentro de un año
o dos veamos si se hizo algo. Si los jubilados están mejor atendidos,
si los medicamentos llegan a todas partes, si el presupuesto tiene un resto
que antes no tenía, si los precios mejoraron. Ahí digo si estamos
mejor, pero no si nombraron un nuevo directorio en el PAMI. ¡Eso es de
canallas! Nombrar un nuevo directorio es el inicio de un camino para ver si
estamos mejor, eso es muy importante el lenguaje.

Somos parte de un proceso de una grave crisis que tiene años y que estamos
en uno de los mayores momentos de crisis de la Argentina. Históricamente,
nunca estuvo tan mal el país. Eso es lo que tiene que hacer un periodista,
un intelectual. Un gobernante va a decir que estamos fenómeno, pero no
se le puede pedir a un político que hable como un periodista.

Yo no me banco a los optimistas. A pesar de que he escrito notas donde defiendo
ciertas medidas. Yo sigo saliendo a las calles. Hay un pibe que me agarra del
pantalón enseguida. ¿Cómo voy a ser optimista? ¿Se
terminó eso en la Argentina? Da ganas de llorar. Apoyo, pero no estamos
mejor. Apoyo la lucha que recién comienza y vamos a ver cuántos
idas y vueltas va a tener, cuántas traiciones va a haber, cuántos
van a seguir, cómo va a reaccionar la sociedad.

Por Matías Maciel

Tomás Abraham escribió hace más de tres años La
empresa de vivir
. En la solapa del libro figura que "es un filósofo
argentino nacido en Rumania y graduado en Francia. Estudió con Foucault,
Althusser y Canguilhem. Es profesor titular de Filosofía de la UBA, fundó
la revista La Caja, dirigió el Colegio Argentino de Filosofía
y, desde 1984, coordina a un grupo de aficionados a la filosofía conocido
como el "Seminario de los jueves".

Ha escrito varios libros y publica con asiduidad notas de actualidad en diarios
y revistas. Se considera a sí mismo como un intelectual "ni siquiera
inorgánico" que reclama para sí la tradición socrática:
el filósofo es el que interroga mediante la ironía el supuesto
saber de sus conciudadanos. Es indudable que ese es el papel que mejor le sienta.

Hijo de un empresario textil que veía en él a su "heredero",
Tomás Abraham prefirió dedicarse al pensamiento filosófico.
En La empresa de vivir hace un recorrido por las principales líneas
de fuerza de la literatura del management. "Su objeto es la empresa
como nueva institución madre. Y su hijo preferido es el empresario, como
nuevo líder padre", escribe. Así, cuestiona el rol flexible
que la literatura de tipo gerencial le adjudica a la empresa, "en momentos
en que ya no hay límites a la total integración del individuo
a la vida del mercado".

-Cuando escribió La empresa de vivir decía que la economía
y la filosofía eran las lenguas para discutir la realidad de entonces.
¿Qué tan vigentes se las encuentra en la actualidad, a partir
del desgaste del discurso hegemónico de lo económico? ¿Sigue
siendo la economía una herramienta útil para discutir la realidad?

-Indudablemente. Porque la economía política es necesaria para
entender los procesos políticos, y eso no deja de ser así porque
haya una crisis. Sigue siendo necesaria, pero quizá no del mismo modo.
La realidad argentina -y no solamente argentina- mostró que el discurso
hegemónico de lo económico sufrió una fisura que se advirtió
con mayor claridad con la crisis del Tequila. En este momento hay una fuerte
presencia de lo político, que no estaba presente en la década
del noventa porque, de algún modo, estaba condicionada por lo económico.
Es decir, el tema de la globalización y la inserción de la Argentina
en el mundo trazaba un camino muy estricto que estaba dando resultados positivos
en términos económicos, y no había ningún contradiscurso
al ´pensamiento único´. Nadie sabía bien qué oponer a ese
pensamiento de aranceles más bajos, privatizaciones, de competencia de
exportación, del rol de las corporaciones en la tecnología, entre
otras cosas. Pero hoy en día, la presencia de lo político es muy
fuerte.

Hay un resurgir que sugiere que desde lo político se puede hacer algo,
que los condicionamientos no son tan fuertes. Lo político ha recuperado
una imagen de autonomía y -desde un modo de proceder gubernamental, desde
estrategias estatales- es posible provocar cambios, porque no todo está
tan condicionado por la situación mundial. Es decir, que se puede discutir.
Los organismos internacionales dan la sensación de no tener una unanimidad
tal como tenían en otra época. Hay un poquito más de apertura.
Pero además, en Argentina se ha abierto una discusión que no se
daba antes. Esto es mucho y es poco. Se ha abierto una discusión.

Sin embargo, en la Argentina no han desaparecido los problemas. Ahora se está
trabajando sobre lo que no trabajó De la Rúa -y que había
prometido-: mejorar ética y políticamente todo el problema de
la corrupción, de las instituciones. El foco está puesto en ese
lugar y es importante, quién puede negarlo, pero eso no quiere decir
que el sector no iluminado ahora funcione de por sí, porque la situación
social es una reverenda porquería y el país está hecho
trizas. Estamos en el único país del mundo en que se discute si
un tipo que no tiene trabajo es o no es un desocupado: "está ocupado
en cobrar el plan de Jefes de Hogar", nos dicen. Claro, porque el que no
tiene trabajo no va a tener trabajo. Entonces no hay que llamarlo ´desocupado´
porque estará fuera del sistema.

Es muy interesante lo que hoy sucede a nivel político institucional,
pero es indispensable tener en cuenta que es un proceso que se inicia y no un
problema que termina. Acá siempre festejamos las inauguraciones y después
nos olvidamos si se hizo algo. Esto es una inauguración, pero hay que
ver cuál es su profundidad y cómo se la banca la sociedad. Porque
la sociedad aplaude mientras no la afecte directamente. Es sabido que la red
de ilegalidad en la Argentina es social, no es gubernamental. Entonces hay que
ver hasta dónde se extiende, hasta dónde duele. Y después
hay que ver si esto va a ser suficiente como para soportar acuerdos con el FMI
que implique pagos y algunos que otros ajustes si no se llega.

-¿Y qué piensa en relación con lo económico?

-Los problemas económicos no están resueltos. Ni hay una vía
de resolución a la vista. Los problemas económicos están
igual que antes, sólo que ahora no está la receta de antes. La
línea que en la actualidad puede representar López Murphy, por
ejemplo, que es la que pide crear confianza en los inversores se opone hoy en
día a otra que es crear confianza en la sociedad. Son dos cosas distintas.
Crear confianza en los inversores es la línea de toda la década
del ´90, y hoy implicaría fundamentalmente arreglar con el FMI un plan
de ajuste público para tener un superávit fuerte.

-En su libro, a principios de 2000, usted hablaba de "la ética
atravesando el espacio económico". Decía también:
"Es el mercado el que solicita la ética, la empresa lo hace, el
management lo pide, el marketing la compra." Y, además, sostenía
que la ética era el conversor de la política ausente. ¿Cuál
es el lugar de la ética hoy?

– Bueno, yo creo que hoy eso ya es viejo. Eso era durante el capitalismo triunfante
en la Argentina. En la actualidad no. La ética ya no va como sustituta.
Ahora estamos en el problema, que es político. En el menemismo el discurso
era "moraloide". Lo hacía desde Mariano Grondona hasta Chacho
Álvarez, era todo una entelequia moral. Ahora está el problema,
pero es político.

-Pero es un avance.

-Claro que es un avance, porque estamos ante el problema. Antes no estábamos
ante el problema sino ante una solución falsa. Todo el mundo estaba muy
preocupado por la ética en la Argentina. Pero era una ética espiritualista,
no era una ética que estaba combinada con lo político. ¡El
problema de la corrupción es político!

-Los filósofos tradicionales se han acercado al mundo de los negocios,
a las empresas, de varias maneras. ¿Cuál es el papel de los filósofos
hoy en las empresas a diferencia de lo que pasaba a fines de los ´90? ¿Cómo
reconstruyen la ética después del discurso que instalaron -"lo
político es todo malo"-, en un momento en el que desde lo político
parecería que se quiere hacer bien las cosas en el plano institucional?

-Bueno, en la Argentina no son muchos los filósofos que se acercaron
a trabajar en las empresas, porque acá eso funcionó como símbolo
y una cierta imagen deseable que se recibía de los Estados Unidos, fundamentalmente,
donde había consultorías éticas en las empresas y por toda
una literatura institucional acerca de la ética en todos los rubros.
Acá, salvo los cursos que se podían dar, era poco lo que se insertaba
en la markética, o del marketing con la ética. Me imagino
que esos filósofos ahora no tendrán trabajo, porque hoy en día
¿quién gasta en eso? Las empresas están en default.
Hoy no hay inserción para ese tipo de discursos corporativos, aunque
me imagino que en el mundo siguen teniendo fuerza porque no se ha derrumbado
ese modelo.

En los ´90, la ética aparece como el nuevo evangelio de las relaciones
humanas, que tiene que ver con el medio ambiente, con la calidad de vida, con
la imagen de las empresas en la sociedad, con su rol comunitario, con su ayuda
social y filantrópica. Ya no había que hablar del modelo fordista,
de la eficiencia en base al orden. Era una nueva sociedad, y todos los Peter
Drucker -que había por todas partes- hablaban de una nueva sociedad que
nace a partir de lo más importante de la sociedad, que es la empresa,
donde uno pasa la mayor parte de su vida y que, además, en un mundo corporativo
como el norteamericano donde las pymes casi no existen, se hace cargo de lo
social, de la educación de sus trabajadores, de las vacaciones, de clubes,
de afectos, con sus psicólogos, con sus consultorías de ética,
un mundo integrado de la empresa.

Por su parte, entonces, la década del ´90 sufre una serie de colapsos
recientes que tiene que ver con: balances falsificados de las corporaciones,
estafas a los accionistas, detención del crecimiento de los Estados Unidos,
11-S… El tema de hoy es la seguridad. Y no sólo para los republicanos,
también para los demócratas. En su discurso en la Internacional
Socialista, Clinton señala empezar con la seguridad y seguir con lo económico.

-Usted habla del management dice que todas las instituciones -la
Iglesia, la familia, la universidad- se manejarían como empresas. ¿Cómo
nos ha afectado en lo cotidiano el imperio de la literatura del management?

-Bueno, me imagino que lo hizo a través de la orientación vocacional,
de la ilusión de pertenecer al primer mundo, como toda posibilidad de
ascenso social. Como una forma de actualizarse, de llegar al conocimiento y
de estar al tanto de lo que está pasando. Todo es una empresa. La universidad
tiene que estar orientada y administrada por un equipo de management
Es decir, todas las instituciones tienen que adaptarse a este tipo de lenguaje.
Un tipo que hace una película ya no hace una película sino que
hace un "producto", una persona que se maquilla, se "produce".
Hubo una especie de vestimenta, estética -incluso también ética,
en cuanto valores-, de lo que esto formaba parte. Es un cierto modo de ver las
cosas. Para alguien que quiere ser un profesional de eso, bueno, es muy importante
porque tiene que estudiar ese tipo de literatura. Hoy en día, el que
estudia Economía o Administración de Empresas, se va a encontrar
con todo eso para sus aspiraciones, porque con la contabilidad sola hoy no alcanza.
Para estudiar ventas, se va a encontrar con todo ese tipo de literatura cuya
especialidad la tienen los estadounidenses. Yo creo que la modernización
de las empresas no termina porque haya una crisis en la Argentina. Es sólo
una crisis, pero la modernización empresaria de los métodos de
gestión, va a ser objeto de una literatura insistente. El mundo corporativo
necesita personal especializado, y ese personal especializado es seleccionado.
No van a entrar todos. En cambio, si uno lo ve sólo desde el punto de
vista del asesor de ética, es posible que en algún momento dado
todo esté saturado, que sólo se recicle material porque no hay
mucho para agregar. Pero una empresa no es solamente maquillaje. Una empresa
representa permanentes desafíos, redes mundiales y mercados competitivos
y a conquistar. Todo ese mundo no ha cambiado porque ciertos países estén
en crisis o en decadencia o en destrucción de su propia estructura.

Lo que pasa es que nuestro país -no solamente con el tema del management
o de la administración de empresas- es que el estudiante no sabe qué
hacer con ese conocimiento… tampoco lo sabe en arquitectura. El estudiante
de hoy en día recibe un volumen de conocimientos en el cual no cree que
pueda ubicar en algún lugar. Es muy difícil ser estudiante hoy
en día. Hablan de la deserción como problema de estructura universitaria
y dicen "si hay mucha gente que se va, que entren menos". Esa es la
gran genialidad pedagógica. Es muy difícil porque no es una cuestión
de "vengo del secundario, no sé leer, no entiendo, me voy",
sino de "no sé qué demonios es todo esto", porque en
el núcleo familiar, en el entorno, donde todo el tiempo la gente que
te habla no tiene laburo, es muy difícil para un estudiante de Administración
de Empresas… él quiere el título. No sabe para qué todavía,
pero lo quiere tener. Entonces, ¿cómo funciona esto en una cabeza?
Bueno, uno estudia. Hay cosas que le interesan, hay cosas que le interesan menos
y piensa menos en la profesión. Yo creo que la población juvenil
mientras lo pueda pagar va a ir a la universidad, e incluso se va a sacrificar.
Porque el nivel cultural y de estudio es lo último que se quiere perder
en la clase media. Todavía, se ve algo así como "bueno, no
sé qué hacer, voy a estudiar algo…".

No obstante, en los últimos dos o tres años, veo un descenso del
vocabulario del management en los medios de comunicación. Los
suplementos económicos de los diarios de hoy comparados con lo que eran
es para llorar. No hay. Ni el Cronista, ni Ámbito, ni los suplementos
de La Nación, ni los de Clarín traen muchos de estos temas. Antes
vos siempre tenías una mesa redonda con tipos en camisas mirando un gráfico.
Claro, al jefe no lo distinguías porque estaba arremangado, igual que
los otros, diciendo "hoy en día la gestión es cooperativa".

-En el libro, usted señala algunas de las características
del nuevo líder -aquel que desciende al nivel de sus subalternos para
trabajar codo a codo, espíritu colectivo-. ¿Cómo se concilia
eso con el espíritu de ascenso y en detrimento del otro?

-Creo que eso es una paradoja que hace que uno tiene que ser líder al
mismo tiempo que pertenece a algo que es superior, que es la empresa. Entonces,
por un lado debe haber una relación de fidelidad con la empresa, "te
ponés la camiseta". Pero por otro lado se está en un régimen
de competencia y uno sabrá cómo arreglárselas. Es decir,
cada uno sabrá cómo ascender sin que su jefe sienta que le mueve
el piso porque si no todo saldrá mal. Entonces, para eso habrá
que empezar a establecer relaciones preferenciales, es necesario mostrar que
se está al servicio de alguien y al mismo tiempo tener un aliado, y fijarse
bien en todos. Pero son estas cosas que pasan en cualquier lugar. Es una política
institucional que existió siempre. En la lucha por los lugares, antes,
había que ser puntual, ordenado con los papeles, enfermarse poco, ser
obediente, respetuoso y limpio. Había una serie de pautas muy claras
para ser un buen empleado y ser cumplidor. Quien a lo largo de los años
hacía eso tenía un ascenso.

En la actualidad no basta con eso. Se requiere más iniciativa de parte
del cuerpo subalterno, porque lo que importa son los resultados. Y todo eso
implica toda una serie de cosas y es como que un departamento de ventas inunda
toda la empresa, porque es ahí donde se hace el centro, y no en la producción,
no en el ingeniero… sino en el de relaciones públicas. Por eso hay
tantos catálogos que se escriben al respecto: "traer buena pilcha,
pero no más elegante que la del jefe; si él jefe usa gris, no
hay que ponerse uno azul; marrón, nunca, está prohibido".
Y no necesariamente los ambientes son hipócritas y malos. Es bueno dar
libertad. Es bueno que el tipo sepa que puede administrarse el tiempo, que no
se sienta esclavo todo el tiempo, sino que de alguna manera tenga la sensación
de elegir. Porque lo que tiene la literatura del management es algo que
tiene que ver con la realidad. Después uno la pinta, hace uso ideológico
o no, hace una concepción del mundo, pero tiene que ver con todos los
cambios que se hicieron que la empresa corporativa de 1990 no funcione como
la de 1950.

Todo esto hizo organizar a todas las instituciones como si fueran empresas,
pero hay cosas que no funcionan como una empresas, funcionan de otro modo, porque
no todo el mundo vende algo. Hay una idea de que todo el mundo vende algo, y
todo el mundo factura algo, y entonces lo importante es vender, facturar. Pero
a lo mejor eso va a encontrar un límite en algún momento, que
no es solamente vender, no se trata únicamente de consumir.

-Usted habla, también en el libro, de una cosa que parece cíclica
en la Argentina, que son los grandes acuerdos en momentos de grandes crisis
aparece: la multipartidaria de 1982 y el gran acuerdo social de los ´90. Podemos
agregar el famoso el Gran Acuerdo Nacional y, en 2001, la Mesa del Diálogo
Argentino. ¿Le parece que esto es una especie de mito argentino?

-Para mí una de las características de la vida política
argentina histórica, no es tanto los acuerdos sino las refundaciones.
Siempre empezamos de nuevo. Y desde cero, de una buena vez para siempre: reorganización,
reconstrucción, refundación de la República. Qué
mejor que decir, después de cada catástrofe, "volvemos a
nacer". Es una cosa ingenua. Pero fundamentalmente yo no creo más
en la ingenuidad, es de mala fe. Por un lado se habla de la memoria todo el
tiempo, y por otro lado está naciendo todo esto. La Argentina de hoy
-ni de hoy ni nunca- no sale de un repollo.

Este asunto de volver a empezar es una cosa permanente de una sociedad en decadencia,
que tiene la ilusión de un arranque renovado, fresco, totalmente nuevo,
una y otra vez. A Kirchner, recién lo estamos conociendo. Y además
un país no depende de una persona. Encaró bien, desde mi punto
de vista. Pero no se trata escepticismo, optimismo y pesimismo, sino que se
trata de lucidez. Es decir, de "alerta intelectual". De nunca perder
de vista los problemas. Argentina no nace hoy, no está refundada, porque
tiene los problemas de hace mucho. Tiene problemas de grave crisis económica
y social. Gravísima. No estamos mejor, como dicen muchos periodistas
e intelectuales. ¿Mejor respecto de qué? Dentro de un año
o dos veamos si se hizo algo. Si los jubilados están mejor atendidos,
si los medicamentos llegan a todas partes, si el presupuesto tiene un resto
que antes no tenía, si los precios mejoraron. Ahí digo si estamos
mejor, pero no si nombraron un nuevo directorio en el PAMI. ¡Eso es de
canallas! Nombrar un nuevo directorio es el inicio de un camino para ver si
estamos mejor, eso es muy importante el lenguaje.

Somos parte de un proceso de una grave crisis que tiene años y que estamos
en uno de los mayores momentos de crisis de la Argentina. Históricamente,
nunca estuvo tan mal el país. Eso es lo que tiene que hacer un periodista,
un intelectual. Un gobernante va a decir que estamos fenómeno, pero no
se le puede pedir a un político que hable como un periodista.

Yo no me banco a los optimistas. A pesar de que he escrito notas donde defiendo
ciertas medidas. Yo sigo saliendo a las calles. Hay un pibe que me agarra del
pantalón enseguida. ¿Cómo voy a ser optimista? ¿Se
terminó eso en la Argentina? Da ganas de llorar. Apoyo, pero no estamos
mejor. Apoyo la lucha que recién comienza y vamos a ver cuántos
idas y vueltas va a tener, cuántas traiciones va a haber, cuántos
van a seguir, cómo va a reaccionar la sociedad.

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