Son esos jóvenes, los empleados del siglo 21, los que pueden hacer realidad el cambio para mejor en sus empresas. Sólo falta que la gerencia les dé la oportunidad.
Si eso ocurre, tal vez llegue por fin la democratización a las organizaciones, que llegue el fin de la gestión del mando y del control. Con estas reflexiones comienza un ensayo que, con la firma del consultor Marc Prensky, aparece en la última edición de Strategy + Business.
Esta nueva raza de empleados – los que aún no han cumplido 30 años – se suma al mundo del trabajo con una experiencia digital sin precedentes: un promedio cercano a las 10.000 horas compitiendo con videojuegos, más de 200.000 e-mails y mensajes instantáneos enviados y recibidos, casi 10.000 horas hablando por teléfonos celulares o comunicándose y usando organizadores personales digitales; más de 20.000 horas consumidas frente al televisor viendo más de 500.000 comerciales. Todo eso antes de terminar la universidad. Cuando mucho, llegan sólo a 5.000 horas de lectura de libros. Es, sin duda, una generación digital. Presnky los define como “nativos digitales”.
Por lo tanto, esta nueva generación está en mejores condiciones que ninguna otra para absorber información y tomar decisiones rápidas, para manejar multitareas y procesamiento paralelo.
A los de más de 30 los llama “inmigrantes digitales” porque nunca van a estar tan cómodos con la tecnología como los nativos que nacieron con ella. Se les nota el “acento”.
Los más jóvenes no tienen que adaptarse para funcionar en esa organización ágil y chata que los ejecutivos se esfuerzan por diseñar. Ellos encajan naturalmente. Utilizan todos los métodos digitales con tanta habilidad que hasta pueden modificarlos a gusto; usan un vocabulario que sus jefes ni siquiera entienden: dicen blog, wiki, RTS, spawn, POS y sólo se entienden entre ellos.
Si los actuales líderes de empresas no advierten que la tecnología, además de mejorar la productividad, cambió muchos aspectos de la organización, no van a aprovechar las habilidades “únicas” que esos jóvenes tienen para aportar a la organización.
Los gerentes inteligentes harían bien en prestar atención a lo que esta nueva generación tiene para ofrecer. Podrían consultarlos, por ejemplo, sobre nuevas formas de comunicarse con sus clientes. O pedirles que les orienten sobre nuevos productos que pudieran satisfacer más directamente las necesidades de los clientes jóvenes.
Si se los consulta, esos empleados podrían ser una fuerza positiva enorme para lograr el cambio y el éxito en sus empresas. Pero si se los ignora, seguramente van a usar su cerebro para ver la forma de mejorar su vida personal y no la de la empresa donde trabajan.
Son esos jóvenes, los empleados del siglo 21, los que pueden hacer realidad el cambio para mejor en sus empresas. Sólo falta que la gerencia les dé la oportunidad.
Si eso ocurre, tal vez llegue por fin la democratización a las organizaciones, que llegue el fin de la gestión del mando y del control. Con estas reflexiones comienza un ensayo que, con la firma del consultor Marc Prensky, aparece en la última edición de Strategy + Business.
Esta nueva raza de empleados – los que aún no han cumplido 30 años – se suma al mundo del trabajo con una experiencia digital sin precedentes: un promedio cercano a las 10.000 horas compitiendo con videojuegos, más de 200.000 e-mails y mensajes instantáneos enviados y recibidos, casi 10.000 horas hablando por teléfonos celulares o comunicándose y usando organizadores personales digitales; más de 20.000 horas consumidas frente al televisor viendo más de 500.000 comerciales. Todo eso antes de terminar la universidad. Cuando mucho, llegan sólo a 5.000 horas de lectura de libros. Es, sin duda, una generación digital. Presnky los define como “nativos digitales”.
Por lo tanto, esta nueva generación está en mejores condiciones que ninguna otra para absorber información y tomar decisiones rápidas, para manejar multitareas y procesamiento paralelo.
A los de más de 30 los llama “inmigrantes digitales” porque nunca van a estar tan cómodos con la tecnología como los nativos que nacieron con ella. Se les nota el “acento”.
Los más jóvenes no tienen que adaptarse para funcionar en esa organización ágil y chata que los ejecutivos se esfuerzan por diseñar. Ellos encajan naturalmente. Utilizan todos los métodos digitales con tanta habilidad que hasta pueden modificarlos a gusto; usan un vocabulario que sus jefes ni siquiera entienden: dicen blog, wiki, RTS, spawn, POS y sólo se entienden entre ellos.
Si los actuales líderes de empresas no advierten que la tecnología, además de mejorar la productividad, cambió muchos aspectos de la organización, no van a aprovechar las habilidades “únicas” que esos jóvenes tienen para aportar a la organización.
Los gerentes inteligentes harían bien en prestar atención a lo que esta nueva generación tiene para ofrecer. Podrían consultarlos, por ejemplo, sobre nuevas formas de comunicarse con sus clientes. O pedirles que les orienten sobre nuevos productos que pudieran satisfacer más directamente las necesidades de los clientes jóvenes.
Si se los consulta, esos empleados podrían ser una fuerza positiva enorme para lograr el cambio y el éxito en sus empresas. Pero si se los ignora, seguramente van a usar su cerebro para ver la forma de mejorar su vida personal y no la de la empresa donde trabajan.