Ante una situación de alta turbulencia, con discontinuidades frecuentes y rápidas, el management debe empezar escuchando las imperceptibles señales de la complejidad. La amenaza puede estar en cualquier tipo de cambio que se pueda producir en un mercado determinado. Los cambios pueden provenir de los comportamientos del consumidor, de la tecnología, de las acciones de los competidores o de la propia empresa.
Por necesidad de adaptación, el management está inspirado, en todos sus aspectos, en el fenómeno de la evolución que se manifiesta en la tecnología, la sociología, la política, la economía… etc. Por eso debe renunciar a adoptar modelos ideales y permanentes de las acciones humanas en el campo de la dirección empresarial. Esto exige intuir y comprender la lógica de la evolución para, finalmente, renunciar a la noción de perfección que sólo tendría sentido en un universo estático. El sentido de la evolución está tan presente en la visión actual del mundo, que la publicidad lo explota cada vez que invoca nuevos modelos y productos. El mensaje implícito: hay que cambiar para sobrevivir en un mundo competitivo. En este marco de referencia, el perfeccionismo puede llegar a ser un obstáculo para el progreso, además de no ser rentable.
Una pregunta que con frecuencia se hacen los científicos es por qué la relatividad y por qué la turbulencia. El problema cultural a vencer, en nuestro tiempo, es el de seguir funcionando con los principios físicos aristotélicos que definían al mundo como intrínsecamente ordenado, en el que, por tanto, no hay problemas de organización. Por eso, uno de los desafíos actuales es el de investigar los mecanismos capaces de generar leyes de orden, a partir del desorden y del caos. La teoría del caos, tan de moda en estos momentos, se ocupa del comportamiento irregular e imprevisible de los sistemas dinámicos. Además, las ideas científicas, tal como ahora se entienden, no cambian de forma ordenada, por evolución, sino por revolución, de forma que un conjunto de ideas reemplazan a las anteriores, de golpe. En resumen, el ritmo de la vida, en los albores del siglo XXI, nos ha acostumbrado al cambio repentino, arbitrario, y a veces inexplicable.
Ante todo este panorama, es lógico que una de las cuestiones más candentes, en estos momentos, sea profundizar en la comprensión de cuál es la verdadera naturaleza del cambio; dónde están las cosas, después de todo. A propósito de esta cuestión, frecuentemente han salido en los medios de comunicación los últimos descubrimientos de los paleontólogos, donde podemos observar qué es lo que pasa también en la naturaleza, que nos obliga a revisar la idea tradicional que habíamos heredado de Darwin, relativa a la evolución gradual de las especies, de forma casi inapreciable. Por el contrario, lo que al parecer ocurre es que la evolución de las especies se producen por explosiones repentinas, cambios rápidos. Esto es lo que se está llamando equilibrio puntuado, que fue propuesto en el año 1972 por los científicos norteamericanos Gould y Eldredge. Ahora, el citado equilibrio puntuado ha madurado y es ampliamente aceptado, como la mejor forma de interpretar los modelos de evolución geológica.
Y aunque las pruebas del cambio siempre han existido, nadie fue consciente hasta que Darwin nos ofreció la posibilidad de darnos cuenta con su libro “El origen de las especies”, posiblemente uno de los trabajos más influyentes de los publicados. Pero este gradualismo darwiniano debería suponer que las especies en mutación estarían presentes en la mayor parte de las huellas que nos dejan los fósiles. Sin embargo, para mayor desorientación, las especies parecen mantenerse con pequeños cambios durante millones de años. Gould y Eldredge dicen que no tiene sentido intentar buscar pruebas de cambio gradual en el registro fósil, porque no existen. Las especies evolucionan muy rápidamente, en pocos miles de años, pero una vez que han evolucionado, permanecen, sin cambio, durante mucho más del que tardan en evolucionar.
Pero lo más sorprendente es la conclusión: en general, las criaturas son conservadoras y hacen todo lo posible por mantener un rumbo fijo, en un mundo incierto, con el propósito de transmitir sus genes a las generaciones siguientes. Y además, el cambio, cuando se culmina — lo que significa que la mutación ha tenido éxito — tiende a producirse con más eficacia en poblaciones pequeñas y periféricas de una especie, en lugar de hacerlo en grupos grandes, donde tales mutaciones pueden resultar ahogadas. Gould y Eldredge tomaron estas ideas de la genérica. También lo habrían observado en ciertos segmentos de nuestra actual organización empresarial.
Ante una situación de alta turbulencia, con discontinuidades frecuentes y rápidas, el management debe empezar escuchando las imperceptibles señales de la complejidad. La amenaza puede estar en cualquier tipo de cambio que se pueda producir en un mercado determinado. Los cambios pueden provenir de los comportamientos del consumidor, de la tecnología, de las acciones de los competidores o de la propia empresa.
Por necesidad de adaptación, el management está inspirado, en todos sus aspectos, en el fenómeno de la evolución que se manifiesta en la tecnología, la sociología, la política, la economía… etc. Por eso debe renunciar a adoptar modelos ideales y permanentes de las acciones humanas en el campo de la dirección empresarial. Esto exige intuir y comprender la lógica de la evolución para, finalmente, renunciar a la noción de perfección que sólo tendría sentido en un universo estático. El sentido de la evolución está tan presente en la visión actual del mundo, que la publicidad lo explota cada vez que invoca nuevos modelos y productos. El mensaje implícito: hay que cambiar para sobrevivir en un mundo competitivo. En este marco de referencia, el perfeccionismo puede llegar a ser un obstáculo para el progreso, además de no ser rentable.
Una pregunta que con frecuencia se hacen los científicos es por qué la relatividad y por qué la turbulencia. El problema cultural a vencer, en nuestro tiempo, es el de seguir funcionando con los principios físicos aristotélicos que definían al mundo como intrínsecamente ordenado, en el que, por tanto, no hay problemas de organización. Por eso, uno de los desafíos actuales es el de investigar los mecanismos capaces de generar leyes de orden, a partir del desorden y del caos. La teoría del caos, tan de moda en estos momentos, se ocupa del comportamiento irregular e imprevisible de los sistemas dinámicos. Además, las ideas científicas, tal como ahora se entienden, no cambian de forma ordenada, por evolución, sino por revolución, de forma que un conjunto de ideas reemplazan a las anteriores, de golpe. En resumen, el ritmo de la vida, en los albores del siglo XXI, nos ha acostumbrado al cambio repentino, arbitrario, y a veces inexplicable.
Ante todo este panorama, es lógico que una de las cuestiones más candentes, en estos momentos, sea profundizar en la comprensión de cuál es la verdadera naturaleza del cambio; dónde están las cosas, después de todo. A propósito de esta cuestión, frecuentemente han salido en los medios de comunicación los últimos descubrimientos de los paleontólogos, donde podemos observar qué es lo que pasa también en la naturaleza, que nos obliga a revisar la idea tradicional que habíamos heredado de Darwin, relativa a la evolución gradual de las especies, de forma casi inapreciable. Por el contrario, lo que al parecer ocurre es que la evolución de las especies se producen por explosiones repentinas, cambios rápidos. Esto es lo que se está llamando equilibrio puntuado, que fue propuesto en el año 1972 por los científicos norteamericanos Gould y Eldredge. Ahora, el citado equilibrio puntuado ha madurado y es ampliamente aceptado, como la mejor forma de interpretar los modelos de evolución geológica.
Y aunque las pruebas del cambio siempre han existido, nadie fue consciente hasta que Darwin nos ofreció la posibilidad de darnos cuenta con su libro “El origen de las especies”, posiblemente uno de los trabajos más influyentes de los publicados. Pero este gradualismo darwiniano debería suponer que las especies en mutación estarían presentes en la mayor parte de las huellas que nos dejan los fósiles. Sin embargo, para mayor desorientación, las especies parecen mantenerse con pequeños cambios durante millones de años. Gould y Eldredge dicen que no tiene sentido intentar buscar pruebas de cambio gradual en el registro fósil, porque no existen. Las especies evolucionan muy rápidamente, en pocos miles de años, pero una vez que han evolucionado, permanecen, sin cambio, durante mucho más del que tardan en evolucionar.
Pero lo más sorprendente es la conclusión: en general, las criaturas son conservadoras y hacen todo lo posible por mantener un rumbo fijo, en un mundo incierto, con el propósito de transmitir sus genes a las generaciones siguientes. Y además, el cambio, cuando se culmina — lo que significa que la mutación ha tenido éxito — tiende a producirse con más eficacia en poblaciones pequeñas y periféricas de una especie, en lugar de hacerlo en grupos grandes, donde tales mutaciones pueden resultar ahogadas. Gould y Eldredge tomaron estas ideas de la genérica. También lo habrían observado en ciertos segmentos de nuestra actual organización empresarial.