Las razones que más menciona la gente que en algún momento optó por cambiar de nombre son facilitar la pronunciación a la población del lugar y evitar la tortura de ver sus apellidos desfigurados. Las razones más ocultas, sin embargo, se relacionan más con el deseo de mimetizarse y, a veces, esconder el origen.
En Estados Unidos, un país que desde sus orígenes atrajo siempre a gente de todas las nacionalidades con la promesa de libertad y prosperidad, muchos inmigrantes se cambiaron su apellido por una multiplicidad de razones.
Desde principios de siglo, cuando se sucedían las olas emigratorias desde Europa hacia las Américas, se manifestó entre la gente que llegaba a Estados Unidos una tendencia a “anglizar” nombres y apellidos. Muchas veces ocurría que las mismas autoridades de la Aduana escribían mal el nombre de los recién llegados o los registraban tal como los oían sin preocuparse mucho por la grafía correcta.
Lo cierto es que, cualquiera fuera la causa — o las causas — los inmigrantes comenzaron a advertir que la asimilación, “les facilitaba la vida”. Una actividad donde todo esto se hace muy patente ha sido y sigue siendo el cine de Hollywood. Resulta interesante dar una rápida mirada a la lista que sigue, donde aparecen los verdaderos nombres de actores y actrices del cine de ayer y de hoy:
Allen, Woody
Allen Stewart Konigsberg
Astaire, Fred
Frederick Austerlitz
Bacall, Lauren
Betty Joan Persky
Bancroft, Anne
Anna Maria Louisa Italiana
Bronson, Charles
Charles Buchinski
Brooks, Mel
Melvin Kaminsky
Burton, Richard
Richard Walter Jenkins
Cage, Nicholas
Nicholas Coppola
Caine, Michael
Maurice Micklewhite
Chaney, Lon
Alonso Chaney
Crawford, Joan
Lucille Fay LeSueur
Cruise, Tom
Thomas Cruise Mapotherv
Curtis, Tony
Bernard Schwartz
Day, Doris
Doris Mary Ann von Kappelhoff
Dietrich, Marlene
Maria Magdalena von Losch
Farrow, Mia
Maria de Lourdes Villiers
Fontain, Joan
Joan de Beauvior Havilland
Garbo, Greta
Greta Louisa Gustafsson
Garland, Judy
Frances Ethel Gumm
Hawn, Goldie
Goldie Jean Studlendgehawn
Hayworth, Rita
Margarita Carmen Cansino
Hepburn, Audrey
Edda van Heemstra Hepburn-Rusten
Hershey, Barbara
Barbara Herzstein
Hudson, Rock
Roy Harold Sherer
Jolson, Al
Asa Yoelson
Kinski, Nastassia
Nastassja Naksyzhyski
Ladd, Cheryl
Cheryl Stoppelmeyer
Lake, Veronica
Constance Frances Marie Ockleman
Landon, Michael
Eugene Orowitz
Lemmon, Jack
John Uhler Lemmon III
Lewis, Jerry
Joseph Levitch
Loren, Sophia
Sofia Villani Scicolone
Lugosi, Bela
Bela Ferenc Blasko (o Dezso)
Martin, Dean
Dino Paul Crocetti
Matthau, Walter
Walter Matuschanskavasky
Moore, Demi
Demetria Guynes
Norris, Chuck
Carlos Ray Norris
O´Hara, Maureen
Maureen Fitzsimons
Ryder, Winona
Winona Laura Horowitz
Sarandon, Susan
Susan Abigail Tomalin
Sheen, Charlie
Carlos Irwin Estevez
Sheen, Martin
Ramone Estevez
Valentino
Rodolfo di Valentino Antonguolla
Wayne, John
Marion Michael Morrison
Wilder, Gene
Jerome Silberman
Winters, Shelly
Shirley Schrift
Wood, Natalie
Natasha Nikoleauna Gurdin
Wyman, Jane
Sarah Jane Fulks
Es probable que esta lista haya causado más de una sorpresas.
¿Podría tal vez Fred Astaire haber llegado a donde llegó si hubiese optado por que lo siguieran llamando con su nombre familiar Frederick Austerlitz?
¿O habría Rita Hayworth logrado convertirse en el símbolo del glamour hollywoodense con el nombre que figuraba en su documento de identidad, Margarita Carmen Cansino?
Nunca lo averiguaremos.
Lo cierto es que el lenguaje – y más precisamente los nombres que asignamos a las cosas y las personas – imprime imágenes muy fuertes en nuestro subconsciente, que llegan al punto de provocar la sensación de que existe una relación “lógica” entre al cosa (o la persona) y el nombre con que se la conoce.
Los nombres en el ámbito empresario
Chukwunweike Oduh, un gerente nigeriano de 37 años, decidió cambiar su nombre auténtico (que además tiene un determinado sentido ancestral porque en Nigeria significa “Dios tiene poder”) por uno similar, más corto y muy común en Estados Unidos: Chuck. ¿La razón? Está harto de que los estadounidenses pronuncien mal su nombre y teme que su apellido termine siendo un obstáculo para triunfar en ese país.
Aloke Majumdar, por ejemplo, cuando llegó de la India en 1987 para hacer sus estudios de posgrado, encontró que sus compañeros y profesores con frecuencia hacían una pausa antes de lograr pronunciar su nombre: ¿A-low-kee? ¿A-lock? Luego, “cuando le daba a la gente mi tarjeta de presentación, ellos la miraban y tardaban en reaccionar”, dice Majumdar. Hoy, tiene 32 años, es empresario de Internet y trabaja en Denver. Hace relativamente poco tiempo cambio de nombre y apellido para convertirse en Al Major. “Simplemente quería que la gente me llamara correctamente”, dice.
Chuck y Major no son los únicos que han dado este paso. Un tribunal civil de Nueva York, para citar un caso, manejó en un año unas 1.200 solicitudes de personas que querían cambiar su nombre. En el casillero del formulario que solicitaba el motivo, la mayoría ponía “para que suene más estadounidense”.
En un día cualquiera, por lo menos cinco o seis cambian legalmente su nombre, dice la jueza Maxine Archer, del Tribunal Civil de Brooklyn, Nueva York. Los funcionarios del juzgado dicen que la mayoría lo hace porque cree que a la larga sus nombres pueden afectar sus negocios o su ascenso y progreso en el mundo empresarial de EE.UU.
Las razones que más menciona la gente que en algún momento optó por cambiar de nombre son facilitar la pronunciación a la población del lugar y evitar la tortura de ver sus apellidos desfigurados. Las razones más ocultas, sin embargo, se relacionan más con el deseo de mimetizarse y, a veces, esconder el origen.
En Estados Unidos, un país que desde sus orígenes atrajo siempre a gente de todas las nacionalidades con la promesa de libertad y prosperidad, muchos inmigrantes se cambiaron su apellido por una multiplicidad de razones.
Desde principios de siglo, cuando se sucedían las olas emigratorias desde Europa hacia las Américas, se manifestó entre la gente que llegaba a Estados Unidos una tendencia a “anglizar” nombres y apellidos. Muchas veces ocurría que las mismas autoridades de la Aduana escribían mal el nombre de los recién llegados o los registraban tal como los oían sin preocuparse mucho por la grafía correcta.
Lo cierto es que, cualquiera fuera la causa — o las causas — los inmigrantes comenzaron a advertir que la asimilación, “les facilitaba la vida”. Una actividad donde todo esto se hace muy patente ha sido y sigue siendo el cine de Hollywood. Resulta interesante dar una rápida mirada a la lista que sigue, donde aparecen los verdaderos nombres de actores y actrices del cine de ayer y de hoy:
Allen, Woody
Allen Stewart Konigsberg
Astaire, Fred
Frederick Austerlitz
Bacall, Lauren
Betty Joan Persky
Bancroft, Anne
Anna Maria Louisa Italiana
Bronson, Charles
Charles Buchinski
Brooks, Mel
Melvin Kaminsky
Burton, Richard
Richard Walter Jenkins
Cage, Nicholas
Nicholas Coppola
Caine, Michael
Maurice Micklewhite
Chaney, Lon
Alonso Chaney
Crawford, Joan
Lucille Fay LeSueur
Cruise, Tom
Thomas Cruise Mapotherv
Curtis, Tony
Bernard Schwartz
Day, Doris
Doris Mary Ann von Kappelhoff
Dietrich, Marlene
Maria Magdalena von Losch
Farrow, Mia
Maria de Lourdes Villiers
Fontain, Joan
Joan de Beauvior Havilland
Garbo, Greta
Greta Louisa Gustafsson
Garland, Judy
Frances Ethel Gumm
Hawn, Goldie
Goldie Jean Studlendgehawn
Hayworth, Rita
Margarita Carmen Cansino
Hepburn, Audrey
Edda van Heemstra Hepburn-Rusten
Hershey, Barbara
Barbara Herzstein
Hudson, Rock
Roy Harold Sherer
Jolson, Al
Asa Yoelson
Kinski, Nastassia
Nastassja Naksyzhyski
Ladd, Cheryl
Cheryl Stoppelmeyer
Lake, Veronica
Constance Frances Marie Ockleman
Landon, Michael
Eugene Orowitz
Lemmon, Jack
John Uhler Lemmon III
Lewis, Jerry
Joseph Levitch
Loren, Sophia
Sofia Villani Scicolone
Lugosi, Bela
Bela Ferenc Blasko (o Dezso)
Martin, Dean
Dino Paul Crocetti
Matthau, Walter
Walter Matuschanskavasky
Moore, Demi
Demetria Guynes
Norris, Chuck
Carlos Ray Norris
O´Hara, Maureen
Maureen Fitzsimons
Ryder, Winona
Winona Laura Horowitz
Sarandon, Susan
Susan Abigail Tomalin
Sheen, Charlie
Carlos Irwin Estevez
Sheen, Martin
Ramone Estevez
Valentino
Rodolfo di Valentino Antonguolla
Wayne, John
Marion Michael Morrison
Wilder, Gene
Jerome Silberman
Winters, Shelly
Shirley Schrift
Wood, Natalie
Natasha Nikoleauna Gurdin
Wyman, Jane
Sarah Jane Fulks
Es probable que esta lista haya causado más de una sorpresas.
¿Podría tal vez Fred Astaire haber llegado a donde llegó si hubiese optado por que lo siguieran llamando con su nombre familiar Frederick Austerlitz?
¿O habría Rita Hayworth logrado convertirse en el símbolo del glamour hollywoodense con el nombre que figuraba en su documento de identidad, Margarita Carmen Cansino?
Nunca lo averiguaremos.
Lo cierto es que el lenguaje – y más precisamente los nombres que asignamos a las cosas y las personas – imprime imágenes muy fuertes en nuestro subconsciente, que llegan al punto de provocar la sensación de que existe una relación “lógica” entre al cosa (o la persona) y el nombre con que se la conoce.
Los nombres en el ámbito empresario
Chukwunweike Oduh, un gerente nigeriano de 37 años, decidió cambiar su nombre auténtico (que además tiene un determinado sentido ancestral porque en Nigeria significa “Dios tiene poder”) por uno similar, más corto y muy común en Estados Unidos: Chuck. ¿La razón? Está harto de que los estadounidenses pronuncien mal su nombre y teme que su apellido termine siendo un obstáculo para triunfar en ese país.
Aloke Majumdar, por ejemplo, cuando llegó de la India en 1987 para hacer sus estudios de posgrado, encontró que sus compañeros y profesores con frecuencia hacían una pausa antes de lograr pronunciar su nombre: ¿A-low-kee? ¿A-lock? Luego, “cuando le daba a la gente mi tarjeta de presentación, ellos la miraban y tardaban en reaccionar”, dice Majumdar. Hoy, tiene 32 años, es empresario de Internet y trabaja en Denver. Hace relativamente poco tiempo cambio de nombre y apellido para convertirse en Al Major. “Simplemente quería que la gente me llamara correctamente”, dice.
Chuck y Major no son los únicos que han dado este paso. Un tribunal civil de Nueva York, para citar un caso, manejó en un año unas 1.200 solicitudes de personas que querían cambiar su nombre. En el casillero del formulario que solicitaba el motivo, la mayoría ponía “para que suene más estadounidense”.
En un día cualquiera, por lo menos cinco o seis cambian legalmente su nombre, dice la jueza Maxine Archer, del Tribunal Civil de Brooklyn, Nueva York. Los funcionarios del juzgado dicen que la mayoría lo hace porque cree que a la larga sus nombres pueden afectar sus negocios o su ascenso y progreso en el mundo empresarial de EE.UU.