¿Las marcas en retroceso?

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Por segundo año consecutivo, la encuesta de Interbrand muestra qie 40 de los primeras 75 marcas mundiales perdieron valor durante 2002. Esto refleja, además del estancamiento, que en todas partes las marcas pierden frente a competidores pequeños.

Parece que ha llegado la hora de admitir que las marcas no se van a comer el planeta,
dice David Boyle en "Authenticity, Brands, Fakes, Spin and the Lust for
Real Life
". Desde hace algunos años se observa en todo el mundo
una creciente tendencia cultural que exige comida verdadera, cultura verdadera,
historias verdaderas, educación verdadera, medicina verdadera y mucho más.
No hay más que ver el regreso de las ferias municipales, de los grupos
de lectura y recitales de poesía, el auge de los vegetales orgánicos,
de la medicina complementaria y de la ropa sin etiqueta.

Hay una "vuelta a la autenticidad" entendida como el consumo de productos
que son intrínsecamente éticos y naturales. Tal vez, también
entendida como instituciones a escala humana, instituciones a las que se le
puede conocer la cara. La gente, finalmente, comienza a mostrar rechazo a la
forma carroñera en que las grandes marcas mundiales se fagocitaron las
locales, eliminando diversidad, opciones y competencia.
Si estos sentimientos se afianzan, habrá que repensar aquella idea que
deambulaba entre las agencias, que las marcas serían la religión
del siglo 21. Pero, dice Boyle, es natural que las marcas terminen desencantando
a la gente porque son, por naturaleza, falsas. La identidad que tienen la toman
prestada del producto.

Ésa es una de las razones que explica el movimiento universal anti-marca
y el surgimiento de un nuevo y poderoso grupo japonés conocido como Muji
(su forma completa es Mujirushi Ryohin) que vende "productos de calidad
sin marca", o Uniglo, la cadena de ropa a precios de ocasión. Por
eso, también en muchos países crecen más las verdulerías
y almacenes pequeños que los supermercados.

Es posible que el futuro sea global, pero la tendencia en sentido contrario,
igualmente poderosa, valora lo local y lo real. La gente quiere comer comida,
no sustitutos. Quiere vivir en lugares reales, no en construcciones de concreto.
Quiere hablar con gente de carne y hueso, no con programas telefónicos
computarizados.

Parece que ha llegado la hora de admitir que las marcas no se van a comer el planeta,
dice David Boyle en "Authenticity, Brands, Fakes, Spin and the Lust for
Real Life
". Desde hace algunos años se observa en todo el mundo
una creciente tendencia cultural que exige comida verdadera, cultura verdadera,
historias verdaderas, educación verdadera, medicina verdadera y mucho más.
No hay más que ver el regreso de las ferias municipales, de los grupos
de lectura y recitales de poesía, el auge de los vegetales orgánicos,
de la medicina complementaria y de la ropa sin etiqueta.

Hay una "vuelta a la autenticidad" entendida como el consumo de productos
que son intrínsecamente éticos y naturales. Tal vez, también
entendida como instituciones a escala humana, instituciones a las que se le
puede conocer la cara. La gente, finalmente, comienza a mostrar rechazo a la
forma carroñera en que las grandes marcas mundiales se fagocitaron las
locales, eliminando diversidad, opciones y competencia.
Si estos sentimientos se afianzan, habrá que repensar aquella idea que
deambulaba entre las agencias, que las marcas serían la religión
del siglo 21. Pero, dice Boyle, es natural que las marcas terminen desencantando
a la gente porque son, por naturaleza, falsas. La identidad que tienen la toman
prestada del producto.

Ésa es una de las razones que explica el movimiento universal anti-marca
y el surgimiento de un nuevo y poderoso grupo japonés conocido como Muji
(su forma completa es Mujirushi Ryohin) que vende "productos de calidad
sin marca", o Uniglo, la cadena de ropa a precios de ocasión. Por
eso, también en muchos países crecen más las verdulerías
y almacenes pequeños que los supermercados.

Es posible que el futuro sea global, pero la tendencia en sentido contrario,
igualmente poderosa, valora lo local y lo real. La gente quiere comer comida,
no sustitutos. Quiere vivir en lugares reales, no en construcciones de concreto.
Quiere hablar con gente de carne y hueso, no con programas telefónicos
computarizados.

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