La filosofía del egoísmo digno

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Charles Handy explica que cuando se haya alcanzado suficiente riqueza económica, y algunos logros, habrá que dedicarse a perseguir lo “sublime”, cosas como el arte y la música.

Charles Handy, autor del tan comentado libro “La edad de las Paradojas” donde decía que la sociedad necesita una nueva ética basada en un humanismo renovado y una diferente interpretación del capitalismo, da otro paso en la misma dirección con la publicación de The Hungry Spirit (Broadway Books).

Dice allí que el capitalismo crea oportunidades para que la gente y las empresas prosperen, pero que eso no es suficiente porque las personas y las compañías desean, o necesitan, detener su búsqueda de beneficios y dinero y encontrar un objetivo más importante para su existencia.

¿Cómo se satisface esa necesidad? La clave, sostiene, está en una filosofía que llama “egoísmo digno”. Significa hacerse responsable para aprovechar al máximo la vida concentrándose en los otros. Es egoísmo porque a través de los demás, la persona logra su propia satisfacción y logra comprender quíén es y qué significa.

¿Cómo se puede aprovechar la propia vida a través de los otros? Handy lo explica diciendo que en primerísimo lugar hay que tener un sueño que vaya más allá de la riqueza económica o material. Luego habrá que saber cuándo decir “basta”. Es imposible hacer una contribución al mundo si antes no cuidamos nuestra propia persona. Pero cuando hayamos logrado una cantidad suficiente de dinero y logros – y para él es una obligación darse cuenta – deberemos dedicarnos a perseguir lo que Handy llama “lo sublime“.

Lo sublime está compuesto por cosas como el arte y la música, cosas que nos liberan de la vida cotidiana. Una empresa, al igual que una persona, perdurará en el tiempo sólo si logra dejar detrás de sí alguna cosa positiva para el mundo y para la gente que lo habita.

Vivir es algo más que hacer dinero y comprar cosas. Y sin embargo los sistemas capitalistas usan el dinero para medir el éxito y el valor. Hacer dinero se ha convertido para mucha gente, instituciones y hasta la sociedad, en el objetivo último de su existencia. La gran promesa de todo nuevo gobierno es que hará a los ciudadanos más ricos de lo que son. La idea que compran los votantes es que más riqueza lleva automáticamente a más felicidad en la vida.

Los países se clasifican según su Producto Bruto Interno. Los productos o actividades que no implican hacer dinero no cuentan. Las organizaciones de cualquier tipo, no sólo empresas sino escuelas, organizaciones voluntarias y hospitales, ahora buscan también resultados financieros.

El nuevo mantra es manejarlo todo, hasta nuestra propia vida, “como si fuera una empresa”, o sea, buscando ventajas. Dejemos que el mercado controle y todo estará bien. La disciplina del mercado, que impulsa a las organizaciones y a las instituciones ha buscar la ganancia o desaparecer, creará una sociedad eficiente.

Pero la eficiencia no siempre es mejor. Los hospitales y las escuelas tienen mandatos que no se corresponden con las demandas del mercado.

El objetivo de gastar dinero

La eficiencia genera crecimiento económico que significa más dinero para todos. Pero ese dinero muchas veces compra cosas que no agregan valor a las vidas o a la sociedad. Pero como esas compras hacen que la economía se vea saludable, el tema no parece importarle a muchos.

El capitalismo crea riqueza y mejora las vidas más eficazmente que cualquier otro sistema económico. Pero debe ser un medio, no un fin. Un sistema económico no puede, por sí mismo, fijar el propósito de una vida o de una sociedad en general.

La eficiencia económica no puede ser la razón de la existencia de una persona o una institución. La razón de ser deberá buscarse más allá de la economía.

¿Cuál es el deseo íntimo del ser humano? Según Handy, la posibilidad de ser cada vez mejor. Sentimos deseos de ser alguien valioso. Podemos tener todo el dinero del mundo, pero no estaremos satisfechos hasta que no sepamos quiénes somos, para qué estamos en el mundo y de qué somos capaces. La única manera de satisfacer esa búsqueda de identidad es a través de los demás. El egoísmo digno plantea que no somos nada sin los demás. La combinación del interés personal con la responsabilidad por los demás nos da una mejor razón para vivir que el simple éxito económico.

La posibilidad de crear “lo sublime” no está exclusivamente reservada a artistas y músicos. Si todos encontramos alguna manera de ayudar a los demás – en el trabajo, en nuestras familias, o en nuestra comunidad – también podemos crear algo sublime Todos podemos hacer algo para estimular la imaginación de los demás.

Si las empresas existieran solamente para obtener ganancias no serían más que instrumentos para conseguir dinero para sus dueños. No tendrían ni personalidad ni propósito propio. Pero las empresas tienen un propósito: agregar valor. Agregan valor cuando introducen algo que antes no existía, o cuando mejoran algo existente. Las empresas quieren ser inmortales, existir para siempre. Pero sólo lo lograrán si merecen seguir viviendo, si se hacen merecedoras de un lugar en la sociedad moderna. Y para eso deben aplicar el egoísmo digno. Deben fijarse un objetivo que esté más allá de las ganancias materiales y descubrir un propósito más grande. Este propósito social, no económico, habrá de ser definido a través de los demás: no sólo los clientes, sino los empleados dentro del a compañía y el mundo exterior.

Una de las formas en que las compañías se ganan un lugar en la sociedad es ayudando a sus empleados a lograr sus sueños. Hoy mucha gente busca en su trabajo un propósito mayor al de la ganancia económica. Pretenden encontrar allí una pasión, algo que les dé sentido a sus vidas. Si no lo encuentran allí donde trabajan, se irán a otra parte.

En esta era del conocimiento no es posible ya tratar a los empleados como máquinas humanas. Cuando los empleados se van, llevan con ellos habilidades, experiencia, conocimiento y pensamiento creativo. Todo eso es capital en una empresa de conocimiento.

Las empresas tienen hoy la obligación de impedir que se le vayan sus activos humanos, y para eso deben darle más que un sueldo a fin de mes, deben brindarles un propósito, una pasión, una personalidad.

Charles Handy, autor del tan comentado libro “La edad de las Paradojas” donde decía que la sociedad necesita una nueva ética basada en un humanismo renovado y una diferente interpretación del capitalismo, da otro paso en la misma dirección con la publicación de The Hungry Spirit (Broadway Books).

Dice allí que el capitalismo crea oportunidades para que la gente y las empresas prosperen, pero que eso no es suficiente porque las personas y las compañías desean, o necesitan, detener su búsqueda de beneficios y dinero y encontrar un objetivo más importante para su existencia.

¿Cómo se satisface esa necesidad? La clave, sostiene, está en una filosofía que llama “egoísmo digno”. Significa hacerse responsable para aprovechar al máximo la vida concentrándose en los otros. Es egoísmo porque a través de los demás, la persona logra su propia satisfacción y logra comprender quíén es y qué significa.

¿Cómo se puede aprovechar la propia vida a través de los otros? Handy lo explica diciendo que en primerísimo lugar hay que tener un sueño que vaya más allá de la riqueza económica o material. Luego habrá que saber cuándo decir “basta”. Es imposible hacer una contribución al mundo si antes no cuidamos nuestra propia persona. Pero cuando hayamos logrado una cantidad suficiente de dinero y logros – y para él es una obligación darse cuenta – deberemos dedicarnos a perseguir lo que Handy llama “lo sublime“.

Lo sublime está compuesto por cosas como el arte y la música, cosas que nos liberan de la vida cotidiana. Una empresa, al igual que una persona, perdurará en el tiempo sólo si logra dejar detrás de sí alguna cosa positiva para el mundo y para la gente que lo habita.

Vivir es algo más que hacer dinero y comprar cosas. Y sin embargo los sistemas capitalistas usan el dinero para medir el éxito y el valor. Hacer dinero se ha convertido para mucha gente, instituciones y hasta la sociedad, en el objetivo último de su existencia. La gran promesa de todo nuevo gobierno es que hará a los ciudadanos más ricos de lo que son. La idea que compran los votantes es que más riqueza lleva automáticamente a más felicidad en la vida.

Los países se clasifican según su Producto Bruto Interno. Los productos o actividades que no implican hacer dinero no cuentan. Las organizaciones de cualquier tipo, no sólo empresas sino escuelas, organizaciones voluntarias y hospitales, ahora buscan también resultados financieros.

El nuevo mantra es manejarlo todo, hasta nuestra propia vida, “como si fuera una empresa”, o sea, buscando ventajas. Dejemos que el mercado controle y todo estará bien. La disciplina del mercado, que impulsa a las organizaciones y a las instituciones ha buscar la ganancia o desaparecer, creará una sociedad eficiente.

Pero la eficiencia no siempre es mejor. Los hospitales y las escuelas tienen mandatos que no se corresponden con las demandas del mercado.

El objetivo de gastar dinero

La eficiencia genera crecimiento económico que significa más dinero para todos. Pero ese dinero muchas veces compra cosas que no agregan valor a las vidas o a la sociedad. Pero como esas compras hacen que la economía se vea saludable, el tema no parece importarle a muchos.

El capitalismo crea riqueza y mejora las vidas más eficazmente que cualquier otro sistema económico. Pero debe ser un medio, no un fin. Un sistema económico no puede, por sí mismo, fijar el propósito de una vida o de una sociedad en general.

La eficiencia económica no puede ser la razón de la existencia de una persona o una institución. La razón de ser deberá buscarse más allá de la economía.

¿Cuál es el deseo íntimo del ser humano? Según Handy, la posibilidad de ser cada vez mejor. Sentimos deseos de ser alguien valioso. Podemos tener todo el dinero del mundo, pero no estaremos satisfechos hasta que no sepamos quiénes somos, para qué estamos en el mundo y de qué somos capaces. La única manera de satisfacer esa búsqueda de identidad es a través de los demás. El egoísmo digno plantea que no somos nada sin los demás. La combinación del interés personal con la responsabilidad por los demás nos da una mejor razón para vivir que el simple éxito económico.

La posibilidad de crear “lo sublime” no está exclusivamente reservada a artistas y músicos. Si todos encontramos alguna manera de ayudar a los demás – en el trabajo, en nuestras familias, o en nuestra comunidad – también podemos crear algo sublime Todos podemos hacer algo para estimular la imaginación de los demás.

Si las empresas existieran solamente para obtener ganancias no serían más que instrumentos para conseguir dinero para sus dueños. No tendrían ni personalidad ni propósito propio. Pero las empresas tienen un propósito: agregar valor. Agregan valor cuando introducen algo que antes no existía, o cuando mejoran algo existente. Las empresas quieren ser inmortales, existir para siempre. Pero sólo lo lograrán si merecen seguir viviendo, si se hacen merecedoras de un lugar en la sociedad moderna. Y para eso deben aplicar el egoísmo digno. Deben fijarse un objetivo que esté más allá de las ganancias materiales y descubrir un propósito más grande. Este propósito social, no económico, habrá de ser definido a través de los demás: no sólo los clientes, sino los empleados dentro del a compañía y el mundo exterior.

Una de las formas en que las compañías se ganan un lugar en la sociedad es ayudando a sus empleados a lograr sus sueños. Hoy mucha gente busca en su trabajo un propósito mayor al de la ganancia económica. Pretenden encontrar allí una pasión, algo que les dé sentido a sus vidas. Si no lo encuentran allí donde trabajan, se irán a otra parte.

En esta era del conocimiento no es posible ya tratar a los empleados como máquinas humanas. Cuando los empleados se van, llevan con ellos habilidades, experiencia, conocimiento y pensamiento creativo. Todo eso es capital en una empresa de conocimiento.

Las empresas tienen hoy la obligación de impedir que se le vayan sus activos humanos, y para eso deben darle más que un sueldo a fin de mes, deben brindarles un propósito, una pasión, una personalidad.

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