martes, 24 de junio de 2025

Felipe II, un “moderno” líder del siglo XVI.

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No hay nada nuevo bajo el sol: basta con comparar al monarca en cuyo imperio el sol no se ponía nunca, Felipe II, con líderes actuales en situación similar.

Felipe II fue el primer “superburócrata” de la historia mundial,
luchando por gobernar un imperio con papeles, informes e instrucciones escritas,
quejándose constantemente en notas marginales de su agotamiento y de
la imposibilidad de cumplir la tarea autoimpuesta.

Pero si su figura resulta relevante para nuestra época es porque convirtió
su país en el primer policía mundial, lo que le implicó
en las más acerbas controversias. Su huella aún se deja sentir
en la política española.

El comunismo del siglo XVI

Al igual que el presidente norteamericano Ronald Reagan, Felipe II cargó
de deudas su país para actuar con fuerza en el mundo.

El monarca español, como el presidente Bill Clinton y ahora George W.
Bush, tuvo que vérselas con el Islam. Los turcos, que avanzaban hacia
Occidente por el Mediterráneo, eran el “peligro amarillo” del
siglo XVI. España, como cabeza de alianza católica, venció
en la gran batalla naval de Lepanto en 1571, forzando un decisivo vuelco en
el equilibrio de poder.

Más importante aún fue su intento por acabar con el naciente brote
de protestantismo, que para él no era más que una herejía.

Tras largas guerras con Francia, Felipe inició batallas en todos los
frentes imaginables contra luteranos y calvinistas y, por último, contra
los ingleses. Era como si se estuviera enfrentando a la hidra comunista.
Los Países Bajos era su Vietnam. Allí emprendió una guerra
que no podía ganar, a pesar del enorme gasto. Las hostilidades animaron
a su rival holandés, el príncipe Guillermo de Orange, a escribir
el libro propagandístico de mayor éxito de la historia. Su Apología
de quince mil palabras fue el principal instrumento, la base sobre la que se
construyó la famosa Leyenda Negra sobre la España del Siglo de
Oro en general y contra Felipe II en particular.

Las supuestas iniquidades de Felipe – desde asesinatos y desenfreno sexual hasta
las brutales actividades de la Inquisición y la represión y genocidio
de los indígenas americanos – se convirtieron en el sello característico
de su reinado.

Mientras, Felipe sangraba Castilla, la más fácil de saquear de
sus posesiones. Vendió a sus banqueros los ingresos fiscales aún
no recaudados. Comprometió la plata que traían sus navíos
de las Américas.
“Nunca he logrado meterme en la cabeza todo este negocio de préstamos
e intereses”, se quejaba el rey a su secretario. “Nunca he conseguido
entenderlo”. No es, por tanto, extraño que al final no pudiera pagar.

Igual que sucedió con México y los países sudamericanos
en la crisis bancaria de 1982-83, igual que sucedió más tarde
con Indonesia, el resultado fue una frenética renegociación de
las condiciones de los créditos e inevitables acuerdos de ampliación
del plazo de vencimiento.

Un perdedor

Al final, Felipe fue un claro perdedor. La división entre católicos
y protestantes perdura hasta nuestros días y sigue siendo conflictiva
en algunas partes, como Irlanda del Norte, o en la ofensiva de las sectas evangélicas
en América Central y del Sur. Felipe debe estar revolviéndose
en su tumba.

En cuanto a Gran Bretaña – o más exactamente, Inglaterra -, Felipe
se casó con María Tudor en 1554. María, al tratar de restablecer
los lazos que su padre había roto con Roma, inició la persecución
de los protestantes ingleses, mandando a la hoguera a los obispos que se resistían.
La culpa, naturalmente, se achacó a Felipe. Sin embargo, aunque las capitulaciones
matrimoniales estaban pensadas para mantener la imagen de la política
inglesa, su embajador, Simón Renard, le aconsejó que ejerciera
su influencia contra la persecución. Su propio confesor predicó
a la Corte de Londres en contra de la quema en la hoguera.

En cuanto a la historia personal del matrimonio, María era once años
mayor que él y era, según un embajador veneciano, una mujer poco
atractiva y llena de arrugas con la voz de un hombre.
El amor no entraba dentro de los planes de la pareja, pero María exigía
que el esposo elegido fuera de su grado. Incuestionablemente, la reina se enamoró
de él y luego sufrió la humillación de un embarazo psicológico.

Para la España moderna, la relación es más directa. Durante
su férrea dictadura, Franco tomó como modelo el austero imperialismo
del Rey Prudente.

Los oponentes de Franco respondieron recordando los supuestos crímenes
de Felipe, la misteriosa muerte del infante Don Carlos, la brutalidad de la
represión de los moriscos tras el levantamiento de Las Alpujarras, los
sucesos de la Inquisición, etcétera.
Fue, en esencia, un remake de la Leyenda Negra, sin las connotaciones
católico – protestantes.
Escobedo, Lasa y Zabala.

El caso clave en el reinado de Felipe fue la muerte del importante pero problemático
funcionario Juan Escobedo, desmontado de su caballo en Madrid y asesinado por
personas desconocidas en 1578. El historiador británico Geoffrey Parker,
muy respetado en España, está convencido de que Felipe fue el
responsable. Henru Kramen, su biógrafo más reciente, dice que
no existen pruebas que lo vinculen con el crimen.

Y tampoco es esta cuestión de la violencia de Estado algo ajeno a la
España actual. Hace relativamente poco concluyó en Madrid un juicio
de enorme trascendencia política en torno a la guerra sucia a principios
de los ochenta contra los terroristas de ETA.

He aquí un alto funcionario de un moderno Estado democrático empleando
técnicas que sus socios ideológicos siempre han denostado en el
caso de Felipe II.

Mientras, la organizadora de la reciente muestra en el Escorial sobre el Rey
Prudente, Carmen Iglesias, catedrática y tutora del Príncipe Felipe,
tiene que defenderse de la acusación de haber evitado a toda costa los
aspectos más polémicos del reinado de Felipe II. Iglesias alega
que se ha recurrido a los mejores historiadores de la época en el vasto
y lujoso catálogo de la exposición.

La soledad del poder

Es mucho lo que no se conoce de Felipe II. Disponemos de una montaña
de cartas escritas desde su infancia entre su tutor y su padre, el emperador
del Sacro Imperio Romano Germánico Carlos V, comentando cada mínimo
detalle de su desarrollo.

Cuando el propio Felipe tuvo edad de empezar a consagrarse en tareas de gobierno,
inició un caudal impresionante de millares de documentos que, para el
historiador, proporcionan algo similar a una conversación con el rey
muerto hace siglos.

A pesar de la creciente complejidad organizativa del sistema burocrático
que pronto empezó a desarrollar, es casi imposible no compadecer en su
temible soledad y la tremenda carga de trabajo. “Son ya las diez de la
noche y estoy exhausto porque es día de ayuno. Esos papeles tendrán
que esperar hasta mañana”, es un comentario al margen típico
del monarca español. En un solo día, comenta en cierta ocasión,
ha firmado y despachado cuatrocientos documentos.

El amor por su familia, sobre todo por su hermana y por las hijas que tuvo
con Isabel de Valois, su tercera esposa, destaca en toda su correspondencia.
Ponía de manifiesto su inteligencia y su despierto ingenio conjunto sobre
un vastísimo conjunto de distintas cuestiones.

A parte de la caza, que siempre ha sido el deporte de los reyes, tuvo pasión
por la arquitectura y la jardinería, aficiones a las que se dedicó
con parejo entusiasmo.

Enamorado de las obras de Ticiano, pintor de corte de su padre, le encargó
muchos cuadros. En los Países Bajos compró obras del Bosco (hacia
1774 poseía 33 pinturas de este enigmático artista) y envió
a Madrid la obra cumbre del flamenco Rogier van den Weyden, El Descubrimiento
de la Cruz (ahora en el Museo del Prado).

Por impresionante que resulte este interés y por mucho que nos revele
sobre Felipe II, deja aún en el aire la pregunta de si, efectivamente,
el rey en cuyos dominios no se ponía el sol fue un monstruo o un hombre
incomprendido.
25 de agosto de 1998.
Adam Hopkins

Expansión.

Felipe II fue el primer “superburócrata” de la historia mundial,
luchando por gobernar un imperio con papeles, informes e instrucciones escritas,
quejándose constantemente en notas marginales de su agotamiento y de
la imposibilidad de cumplir la tarea autoimpuesta.

Pero si su figura resulta relevante para nuestra época es porque convirtió
su país en el primer policía mundial, lo que le implicó
en las más acerbas controversias. Su huella aún se deja sentir
en la política española.

El comunismo del siglo XVI

Al igual que el presidente norteamericano Ronald Reagan, Felipe II cargó
de deudas su país para actuar con fuerza en el mundo.

El monarca español, como el presidente Bill Clinton y ahora George W.
Bush, tuvo que vérselas con el Islam. Los turcos, que avanzaban hacia
Occidente por el Mediterráneo, eran el “peligro amarillo” del
siglo XVI. España, como cabeza de alianza católica, venció
en la gran batalla naval de Lepanto en 1571, forzando un decisivo vuelco en
el equilibrio de poder.

Más importante aún fue su intento por acabar con el naciente brote
de protestantismo, que para él no era más que una herejía.

Tras largas guerras con Francia, Felipe inició batallas en todos los
frentes imaginables contra luteranos y calvinistas y, por último, contra
los ingleses. Era como si se estuviera enfrentando a la hidra comunista.
Los Países Bajos era su Vietnam. Allí emprendió una guerra
que no podía ganar, a pesar del enorme gasto. Las hostilidades animaron
a su rival holandés, el príncipe Guillermo de Orange, a escribir
el libro propagandístico de mayor éxito de la historia. Su Apología
de quince mil palabras fue el principal instrumento, la base sobre la que se
construyó la famosa Leyenda Negra sobre la España del Siglo de
Oro en general y contra Felipe II en particular.

Las supuestas iniquidades de Felipe – desde asesinatos y desenfreno sexual hasta
las brutales actividades de la Inquisición y la represión y genocidio
de los indígenas americanos – se convirtieron en el sello característico
de su reinado.

Mientras, Felipe sangraba Castilla, la más fácil de saquear de
sus posesiones. Vendió a sus banqueros los ingresos fiscales aún
no recaudados. Comprometió la plata que traían sus navíos
de las Américas.
“Nunca he logrado meterme en la cabeza todo este negocio de préstamos
e intereses”, se quejaba el rey a su secretario. “Nunca he conseguido
entenderlo”. No es, por tanto, extraño que al final no pudiera pagar.

Igual que sucedió con México y los países sudamericanos
en la crisis bancaria de 1982-83, igual que sucedió más tarde
con Indonesia, el resultado fue una frenética renegociación de
las condiciones de los créditos e inevitables acuerdos de ampliación
del plazo de vencimiento.

Un perdedor

Al final, Felipe fue un claro perdedor. La división entre católicos
y protestantes perdura hasta nuestros días y sigue siendo conflictiva
en algunas partes, como Irlanda del Norte, o en la ofensiva de las sectas evangélicas
en América Central y del Sur. Felipe debe estar revolviéndose
en su tumba.

En cuanto a Gran Bretaña – o más exactamente, Inglaterra -, Felipe
se casó con María Tudor en 1554. María, al tratar de restablecer
los lazos que su padre había roto con Roma, inició la persecución
de los protestantes ingleses, mandando a la hoguera a los obispos que se resistían.
La culpa, naturalmente, se achacó a Felipe. Sin embargo, aunque las capitulaciones
matrimoniales estaban pensadas para mantener la imagen de la política
inglesa, su embajador, Simón Renard, le aconsejó que ejerciera
su influencia contra la persecución. Su propio confesor predicó
a la Corte de Londres en contra de la quema en la hoguera.

En cuanto a la historia personal del matrimonio, María era once años
mayor que él y era, según un embajador veneciano, una mujer poco
atractiva y llena de arrugas con la voz de un hombre.
El amor no entraba dentro de los planes de la pareja, pero María exigía
que el esposo elegido fuera de su grado. Incuestionablemente, la reina se enamoró
de él y luego sufrió la humillación de un embarazo psicológico.

Para la España moderna, la relación es más directa. Durante
su férrea dictadura, Franco tomó como modelo el austero imperialismo
del Rey Prudente.

Los oponentes de Franco respondieron recordando los supuestos crímenes
de Felipe, la misteriosa muerte del infante Don Carlos, la brutalidad de la
represión de los moriscos tras el levantamiento de Las Alpujarras, los
sucesos de la Inquisición, etcétera.
Fue, en esencia, un remake de la Leyenda Negra, sin las connotaciones
católico – protestantes.
Escobedo, Lasa y Zabala.

El caso clave en el reinado de Felipe fue la muerte del importante pero problemático
funcionario Juan Escobedo, desmontado de su caballo en Madrid y asesinado por
personas desconocidas en 1578. El historiador británico Geoffrey Parker,
muy respetado en España, está convencido de que Felipe fue el
responsable. Henru Kramen, su biógrafo más reciente, dice que
no existen pruebas que lo vinculen con el crimen.

Y tampoco es esta cuestión de la violencia de Estado algo ajeno a la
España actual. Hace relativamente poco concluyó en Madrid un juicio
de enorme trascendencia política en torno a la guerra sucia a principios
de los ochenta contra los terroristas de ETA.

He aquí un alto funcionario de un moderno Estado democrático empleando
técnicas que sus socios ideológicos siempre han denostado en el
caso de Felipe II.

Mientras, la organizadora de la reciente muestra en el Escorial sobre el Rey
Prudente, Carmen Iglesias, catedrática y tutora del Príncipe Felipe,
tiene que defenderse de la acusación de haber evitado a toda costa los
aspectos más polémicos del reinado de Felipe II. Iglesias alega
que se ha recurrido a los mejores historiadores de la época en el vasto
y lujoso catálogo de la exposición.

La soledad del poder

Es mucho lo que no se conoce de Felipe II. Disponemos de una montaña
de cartas escritas desde su infancia entre su tutor y su padre, el emperador
del Sacro Imperio Romano Germánico Carlos V, comentando cada mínimo
detalle de su desarrollo.

Cuando el propio Felipe tuvo edad de empezar a consagrarse en tareas de gobierno,
inició un caudal impresionante de millares de documentos que, para el
historiador, proporcionan algo similar a una conversación con el rey
muerto hace siglos.

A pesar de la creciente complejidad organizativa del sistema burocrático
que pronto empezó a desarrollar, es casi imposible no compadecer en su
temible soledad y la tremenda carga de trabajo. “Son ya las diez de la
noche y estoy exhausto porque es día de ayuno. Esos papeles tendrán
que esperar hasta mañana”, es un comentario al margen típico
del monarca español. En un solo día, comenta en cierta ocasión,
ha firmado y despachado cuatrocientos documentos.

El amor por su familia, sobre todo por su hermana y por las hijas que tuvo
con Isabel de Valois, su tercera esposa, destaca en toda su correspondencia.
Ponía de manifiesto su inteligencia y su despierto ingenio conjunto sobre
un vastísimo conjunto de distintas cuestiones.

A parte de la caza, que siempre ha sido el deporte de los reyes, tuvo pasión
por la arquitectura y la jardinería, aficiones a las que se dedicó
con parejo entusiasmo.

Enamorado de las obras de Ticiano, pintor de corte de su padre, le encargó
muchos cuadros. En los Países Bajos compró obras del Bosco (hacia
1774 poseía 33 pinturas de este enigmático artista) y envió
a Madrid la obra cumbre del flamenco Rogier van den Weyden, El Descubrimiento
de la Cruz (ahora en el Museo del Prado).

Por impresionante que resulte este interés y por mucho que nos revele
sobre Felipe II, deja aún en el aire la pregunta de si, efectivamente,
el rey en cuyos dominios no se ponía el sol fue un monstruo o un hombre
incomprendido.
25 de agosto de 1998.
Adam Hopkins

Expansión.

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