domingo, 27 de abril de 2025

En Gran Bretaña el ministro del ambiente cuestiona la preferencia por el agua mineral

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El agua embotellada es, para el ministro Phil Woolas, “moralmente inaceptable”.
Primero porque el producto que no ha demostrado ser mejor que el de la canilla y también por el alto costo – económico y ambiental – que tiene su industrialización.

En un reciente comunicado Phil Woolas, ministro del ambiente de Gran Bretaña,
dice en su país se gastan anualmente 2.000 millones de libras esterlinas
al año en agua embotellada. ¿Por qué? Se pregunta. ¿Acaso
en algún momento se ha demostrado la superioridad del agua mineral frente
al agua potabilizada que sale de los grifos? El país invierte mucho dinero
en potabilizar el agua para el bien de la comunidad.
De las canillas sale agua perfectamente aceptable para consumo humano. La industrialización
del agua – como todo proceso industrial – genera gases de invernadero que alteran
la atmósfera. Luego está el plástico, del cual se recicla
sólo la cuarta parte; o el vidrio, cuya fabricación y reutilización
consume tanta energía.

Pero hay algo más que le indujo a decir que el agua embotellada es “moralmente
inaceptable”: gastar tanto dinero en agua procesada cuando en el mundo
hay mil millones de personas que no tienen agua potable.

El tema de lo que se gasta en botellas de agua no es solamente una preocupación
del ministro. Casi coincidiendo con las opiniones públicas del representante
del gobierno, el reportero Tom Heap publicó en la página web de
la BBC una columna donde expone los resultados de una investigación suya
sobre el tema y opina que el éxito fenomenal del negocio del agua embotellada
es un triunfo más del marketing frente al sentido común mientras
ruega a sus lectores que terminen su romance con el agua de botella.

“En los años 70”, dice Heap, “los británicos apenas
tomábamos agua embotellada. Cuando viajábamos “al continente”
(por Europa continental) mirábamos con una mezcla de lástima y
superioridad a quienes preferían beber de una botella y desconfiaban de la canilla.
¿Qué pasó en tan poco tiempo?

“En la prueba a ciegas que hicimos el agua de la canilla no salió
nada mal”, dice. Todo lo que hacen lo anunciantes es invitar a tomar sus
aguas en lugar de gaseosas azucaradas para que de ese modo mejore la salud general
de la población.

El otro elemento que viene a sumarse en este ataque masivo a las aguas mineralizadas
es la corriente ambientalista que cuestiona la actividad económica por
contaminante.

En un reciente comunicado Phil Woolas, ministro del ambiente de Gran Bretaña,
dice en su país se gastan anualmente 2.000 millones de libras esterlinas
al año en agua embotellada. ¿Por qué? Se pregunta. ¿Acaso
en algún momento se ha demostrado la superioridad del agua mineral frente
al agua potabilizada que sale de los grifos? El país invierte mucho dinero
en potabilizar el agua para el bien de la comunidad.
De las canillas sale agua perfectamente aceptable para consumo humano. La industrialización
del agua – como todo proceso industrial – genera gases de invernadero que alteran
la atmósfera. Luego está el plástico, del cual se recicla
sólo la cuarta parte; o el vidrio, cuya fabricación y reutilización
consume tanta energía.

Pero hay algo más que le indujo a decir que el agua embotellada es “moralmente
inaceptable”: gastar tanto dinero en agua procesada cuando en el mundo
hay mil millones de personas que no tienen agua potable.

El tema de lo que se gasta en botellas de agua no es solamente una preocupación
del ministro. Casi coincidiendo con las opiniones públicas del representante
del gobierno, el reportero Tom Heap publicó en la página web de
la BBC una columna donde expone los resultados de una investigación suya
sobre el tema y opina que el éxito fenomenal del negocio del agua embotellada
es un triunfo más del marketing frente al sentido común mientras
ruega a sus lectores que terminen su romance con el agua de botella.

“En los años 70”, dice Heap, “los británicos apenas
tomábamos agua embotellada. Cuando viajábamos “al continente”
(por Europa continental) mirábamos con una mezcla de lástima y
superioridad a quienes preferían beber de una botella y desconfiaban de la canilla.
¿Qué pasó en tan poco tiempo?

“En la prueba a ciegas que hicimos el agua de la canilla no salió
nada mal”, dice. Todo lo que hacen lo anunciantes es invitar a tomar sus
aguas en lugar de gaseosas azucaradas para que de ese modo mejore la salud general
de la población.

El otro elemento que viene a sumarse en este ataque masivo a las aguas mineralizadas
es la corriente ambientalista que cuestiona la actividad económica por
contaminante.

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