Wharton (escuela de negocios) y Londres (escuela de economía) ya están
en el cambio, como lo muestra su creciente escepticismo ante industrias y sectores
enteros. Por ejemplo, telecomunicaciones, automotores, tecnología informática
y análisis de valores. Pero también surgen libros dedicados a demoler
casi toda la biblioteca gerencial acumulada desde los 80, si no desde antes.
En "Execution" (Lawrence Bossidy y otros), el texto mejor vendido
en la última lista especializada de "The Wall Street Journal",
se describe un grupo de managers que vienen sobreviviendo crisis tras crisis
porque no les hacen caso a las recetas de liderazgo inspiradas en Napoleón,
Julio César, Patton o "Tormenta del Desierto". En "Good
to great" (James Collins), otro éxito editorial, se descubre que
las empresas triunfadoras en el decenio 1993-2002 carecen de seducción,
encanto y obsesiones por la excelencia. Simplemente, son sensatas
Tanto esos trabajos como algunos que aparecen en Gran Bretaña y Alemania
revelan que las virtudes básicas (disciplina, rigor, método, prudencia)
siguen más cerca de Marco Aurelio que de Constantino el Grande. A punto
tal que "First, Break all the rules" (Marcus Buckingham y Curt Coffman)
prescribe una regla de oro: llevar a buen puerto decisiones en firme, en lugar
a desarrollar "grandes visiones".
Por cada William Gates, Jack Welch o Warren Buffett, ha habido demasiados Jean-Marie
Messier, Bernard Ebbers, Andrew Fastow (Enron), Michel Bon, Samuel Waksal o
Joseph Nacchio. Pero el culto a la magia gerencial y su jerga -recuerda John
Magretta en "What management is"- siguen vigentes en culturas no anglosajonas.
Basta leer medios italianos, españoles, latinoamericanos o rusos (¡!)
para toparse con especialistas incapaces de expresarse claramente. Por su parte,
en EE.UU. abundan apellidos indios, chinos o latinos al pie de verdaderos galimatías.
Curiosamente, la máxima autoridad viviente en management, Peter Drucker
(nació en 1909), es un austríaco de apellido holandés cuyo
inglés está más allá de todo reproche.
Wharton (escuela de negocios) y Londres (escuela de economía) ya están
en el cambio, como lo muestra su creciente escepticismo ante industrias y sectores
enteros. Por ejemplo, telecomunicaciones, automotores, tecnología informática
y análisis de valores. Pero también surgen libros dedicados a demoler
casi toda la biblioteca gerencial acumulada desde los 80, si no desde antes.
En "Execution" (Lawrence Bossidy y otros), el texto mejor vendido
en la última lista especializada de "The Wall Street Journal",
se describe un grupo de managers que vienen sobreviviendo crisis tras crisis
porque no les hacen caso a las recetas de liderazgo inspiradas en Napoleón,
Julio César, Patton o "Tormenta del Desierto". En "Good
to great" (James Collins), otro éxito editorial, se descubre que
las empresas triunfadoras en el decenio 1993-2002 carecen de seducción,
encanto y obsesiones por la excelencia. Simplemente, son sensatas
Tanto esos trabajos como algunos que aparecen en Gran Bretaña y Alemania
revelan que las virtudes básicas (disciplina, rigor, método, prudencia)
siguen más cerca de Marco Aurelio que de Constantino el Grande. A punto
tal que "First, Break all the rules" (Marcus Buckingham y Curt Coffman)
prescribe una regla de oro: llevar a buen puerto decisiones en firme, en lugar
a desarrollar "grandes visiones".
Por cada William Gates, Jack Welch o Warren Buffett, ha habido demasiados Jean-Marie
Messier, Bernard Ebbers, Andrew Fastow (Enron), Michel Bon, Samuel Waksal o
Joseph Nacchio. Pero el culto a la magia gerencial y su jerga -recuerda John
Magretta en "What management is"- siguen vigentes en culturas no anglosajonas.
Basta leer medios italianos, españoles, latinoamericanos o rusos (¡!)
para toparse con especialistas incapaces de expresarse claramente. Por su parte,
en EE.UU. abundan apellidos indios, chinos o latinos al pie de verdaderos galimatías.
Curiosamente, la máxima autoridad viviente en management, Peter Drucker
(nació en 1909), es un austríaco de apellido holandés cuyo
inglés está más allá de todo reproche.