Vengan señores, y aprendan a liderar

Antes se creía que el líder nacía o se hacía ante circunstancias determinadas. Hoy impera lo contrario: cualquiera puede llegar a ser un gran líder, sólo necesita ser adecuadamente entrenado. Esa concepción dio origen a un nuevo y lucrativo negocio.

13 abril, 2006

Los cursos pueden ser anuales, semestrales o trimestrales y su objetivo es, casi siempre, analizar casos ejemplares de liderazgo con miras a desentrañarlos y reconocer cualidades y habilidades; el paso siguiente es buscar esas cualidades en los estudiantes para desarrollarlas y mejorarlas. Si no existen, la teoría es que incluso de pueden crear con ayuda de ejercicios y mucho trabajo personal.

Un seminario reciente de tres días de duración, titulado Foundations of Leadership (fundamentos de liderazgo), aunque con el modesto objetivo de impartir algunas “lecciones sobre liderazgo”, sirve para dar una idea de cómo se articula este género de enseñanza.

Los alumnos reciben un cuaderno donde se les pide que enumeren todos los éxitos y fracasos que recuerden hayan tenido en su vida desde la niñez. La idea es que eso es posible porque se trata de cosas que se relacionan directamente con la experiencia personal, y por eso han quedado grabadas en la memoria.

Les presentaron – mediante videos o relatos – retratos de diversos líderes. Los comentarios quedaban a cargo de psicólogos. Uno de los objetivos centrales de esa actividad era mostrar hasta qué punto el líder es bueno en su relacionamiento con los demás. Aquí se les recuerda que el líder logra siempre convencer a los otros, incluso cuando inicialmente no compartan su opinión. El líder consigue, además, que lo sigan en campañas que suelen parecer insensatas o hasta ridículas para el común de la gente. ¿Y cómo lo logra? Porque sabe cómo llegar a los sentimientos de la gente, sabe escoger las palabras adecuadas; sabe, en definitiva, ganar la batalla de las ideas.

Una vez que los alumnos comprenden la diferencia fundamental entre líder y seguidores, se trata entonces de bucear en el “yo” para ver si existen escondidas en alguna parte las condiciones necesarias. Durante el ejercicio práctico muchos descubren que son incompetentes en el tratamiento de los sentimientos de los demás. La recomendación es, entonces, “es necesario desarrollar esa capacidad”.

La primera sesión de una tarde está dedicada a analizar las diferentes maneras de ejercer influencia en los demás: citando hechos concretos, apelando a las convicciones más sagradas, a la adulación o a las amenazas. Luego de ese preludio viene el ejercicio donde los alumnos de dividen en grupos y analizan el caso de un marinero que resulta muerto durante un intento de rescate. Deben decidir, entre varios candidatos, quién es el mayor responsable de su muerte. Cada uno de los integrantes del grupo debe usar todos los argumentos de que sea capaz para tratar de lograr que los demás compartan su opinión y digan que A (o B, o C) es el culpable. El líder será aquel que logre consenso. La discusión (de cada grupo) se graba en video y luego es analizada por todos en clase general. Allí se analizan

La mañana siguiente se habla de conflictos en el lugar de trabajo; se dice que el conflicto es útil porque si no se lleva al nivel personal, es útil para inspirar confianza. Se analizan los “disparadores emocionales” y se habla de la necesidad de anularlos para no involucrarse personalmente en una discusión. Luego vienen los consejos sobre cómo resolver un conflicto. Uno de ellos es: “repriman los pensamientos estresantes y reemplácenlos por otros tranquilizadores”. Otro: expresen sus emociones sin echar culpas”.

Los grupos se vuelven a formar para dramatizar conflictos que cada uno ha propuesto. Una persona actúa de sí misma mientras otra trata de activarle los “disparadores emocionales”. También eso se graba y luego se analizan detenidamente las discusiones de todas las representaciones.
El último día cada alumno tiene una entrevista personal con un psicólogo, quien le hace una devolución pormenorizada sobre las posibilidades que tiene de convertirse en cacique. Si no son muchas, deberá conformarse con seguir siendo un indio más de la tribu. Algo que tampoco está tan mal porque, según dicen los sabios, en el mundo siempre ha habido muchos más indios que caciques.

Los cursos pueden ser anuales, semestrales o trimestrales y su objetivo es, casi siempre, analizar casos ejemplares de liderazgo con miras a desentrañarlos y reconocer cualidades y habilidades; el paso siguiente es buscar esas cualidades en los estudiantes para desarrollarlas y mejorarlas. Si no existen, la teoría es que incluso de pueden crear con ayuda de ejercicios y mucho trabajo personal.

Un seminario reciente de tres días de duración, titulado Foundations of Leadership (fundamentos de liderazgo), aunque con el modesto objetivo de impartir algunas “lecciones sobre liderazgo”, sirve para dar una idea de cómo se articula este género de enseñanza.

Los alumnos reciben un cuaderno donde se les pide que enumeren todos los éxitos y fracasos que recuerden hayan tenido en su vida desde la niñez. La idea es que eso es posible porque se trata de cosas que se relacionan directamente con la experiencia personal, y por eso han quedado grabadas en la memoria.

Les presentaron – mediante videos o relatos – retratos de diversos líderes. Los comentarios quedaban a cargo de psicólogos. Uno de los objetivos centrales de esa actividad era mostrar hasta qué punto el líder es bueno en su relacionamiento con los demás. Aquí se les recuerda que el líder logra siempre convencer a los otros, incluso cuando inicialmente no compartan su opinión. El líder consigue, además, que lo sigan en campañas que suelen parecer insensatas o hasta ridículas para el común de la gente. ¿Y cómo lo logra? Porque sabe cómo llegar a los sentimientos de la gente, sabe escoger las palabras adecuadas; sabe, en definitiva, ganar la batalla de las ideas.

Una vez que los alumnos comprenden la diferencia fundamental entre líder y seguidores, se trata entonces de bucear en el “yo” para ver si existen escondidas en alguna parte las condiciones necesarias. Durante el ejercicio práctico muchos descubren que son incompetentes en el tratamiento de los sentimientos de los demás. La recomendación es, entonces, “es necesario desarrollar esa capacidad”.

La primera sesión de una tarde está dedicada a analizar las diferentes maneras de ejercer influencia en los demás: citando hechos concretos, apelando a las convicciones más sagradas, a la adulación o a las amenazas. Luego de ese preludio viene el ejercicio donde los alumnos de dividen en grupos y analizan el caso de un marinero que resulta muerto durante un intento de rescate. Deben decidir, entre varios candidatos, quién es el mayor responsable de su muerte. Cada uno de los integrantes del grupo debe usar todos los argumentos de que sea capaz para tratar de lograr que los demás compartan su opinión y digan que A (o B, o C) es el culpable. El líder será aquel que logre consenso. La discusión (de cada grupo) se graba en video y luego es analizada por todos en clase general. Allí se analizan

La mañana siguiente se habla de conflictos en el lugar de trabajo; se dice que el conflicto es útil porque si no se lleva al nivel personal, es útil para inspirar confianza. Se analizan los “disparadores emocionales” y se habla de la necesidad de anularlos para no involucrarse personalmente en una discusión. Luego vienen los consejos sobre cómo resolver un conflicto. Uno de ellos es: “repriman los pensamientos estresantes y reemplácenlos por otros tranquilizadores”. Otro: expresen sus emociones sin echar culpas”.

Los grupos se vuelven a formar para dramatizar conflictos que cada uno ha propuesto. Una persona actúa de sí misma mientras otra trata de activarle los “disparadores emocionales”. También eso se graba y luego se analizan detenidamente las discusiones de todas las representaciones.
El último día cada alumno tiene una entrevista personal con un psicólogo, quien le hace una devolución pormenorizada sobre las posibilidades que tiene de convertirse en cacique. Si no son muchas, deberá conformarse con seguir siendo un indio más de la tribu. Algo que tampoco está tan mal porque, según dicen los sabios, en el mundo siempre ha habido muchos más indios que caciques.

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