Un futuro amenazante para el empleo

Con la robótica, IA y las nuevas tecnologías, un flujo importante de personas perderán sus empleos. 

19 septiembre, 2018

Por Diego Ghidini (*)

Los signos actuales vigentes, tales como la expansión de la robótica, la inteligencia artificial, el extraordinario desarrollo de la tecnología aplicada a equipos y procesos ya están generando una realidad donde las expectativas laborales son extremadamente cambiantes y marcadas por la precariedad.

 Es sumamente oportuno y anticipador el plantear este tema hoy.

El futuro es amenazante y sumamente preocupante y nos atrevemos a proponer que, quienes vayamos a escribir estas reflexiones, lo debiéramos hacer tomando este tema como un disparador estratégico y fundacional.

Todos esos signos producirán día a día, si no lo hacen ya, un flujo importante de personas que perderán sus empleos o estarán en vía de hacerlo. Es un dato de lo cotidiano.

Los primeros targets de este proceso, vulnerables por sus estructuras operativas y tecnológicas, han sido la industria en general y las de alta tecnología y/o de capital intensivo en particular. Se produce el doble, el triple y hasta en algunos casos diez veces más que hace aproximadamente veinte años utilizando la mitad de personal directo y hasta la cuarta parte de personal indirecto. Creemos que sería muy difícil intentar pronosticar como puede llegar a ser el futuro mediato. 

El viejo axioma respecto a que la inversión directa produce empleo, en este caso no es real; la relación entre monto de inversión / generación de puestos de trabajo se ha reducido en forma significativa.
Cuando eso sucedía, se dijo que era el momento en que las actividades de servicio se constituirían en las grandes proveedoras de empleo. Se produciría una suerte de migración transversal y el efecto total sobre los niveles de empleo no se vería demasiado alterado.

Lamentablemente poco se decía sin embargo sobre las calidades de las tareas que iban a desarrollarse y mucho menos sobre el desaprovechamiento de las competencias que los migrantes traerían consigo. Cómo se perderían las del sector expulsor –el industrial, en general de mayor nivel de calificación técnica–, frente al otro, el receptor, el de servicios, caracterizado por mano de obra intensiva con niveles de capacidad y competencias promedio o inferiores salvo algunas excepciones puntuales. Cruel como se lee, pero ese era el pensamiento y así fue y es la realidad.

Con mucha preocupación, paralelamente, no escuchamos a nadie dentro de los grupos / factores de poder e influencia (las asociaciones civiles, empresariales, obreras, otras sin fines de lucro, los Gobiernos y la política), planteando esta disyuntiva con el sentido trágico que tiene.

Se escucha a “representantes sociales” quejarse de la situación, de la cantidad de pobres, de las inequidades, etc. pero no se percibe que esos grupos representantes al igual que los anteriores mencionados convoquen a una discusión central sobre el qué hacer.

No nos referimos a una discusión política o corporativa: eso sería menor y hasta mezquino; nos referimos a lo social y educacional futuro que sí es lo trascendente.

¿Quiénes se han preguntado, sistemática y organizadamente, hacia dónde van los futuros trabajos, cómo serán las características de los mismos, quiénes serán los empleadores y cuáles las capacidades demandadas?

Se habrán incluso preguntado si habrá trabajo tal cual lo conocemos hoy, con los objetivos que hoy este tiene o la visión y perspectiva laboral girará 180 grados.

Preguntas inevitables


Observamos asimismo las viejas y cansadoras discusiones sectoriales sobre niveles salariales, ajustes, generación y niveles de empleo (¿qué y cuáles), crecimiento cuando ya sabemos y, si no lo sabemos seguramente lo intuimos, que muchas de las actuales tareas están desapareciendo o han desaparecido ya. 

Disculpas por la metáfora, pero es como discutir sobre la ropa que se le va a poner a un muerto, o de qué color pintaremos la casa que sabemos será demolida.Como un ejemplo y sencillo ejercicio se nos ocurren estas preguntas que estoy seguro que todos se hacen, cuanto menos en la intimidad: 

¿Qué pasara con los puestos de trabajo en las sucursales u oficinas regionales de las empresas de servicio: bancos, seguros, etc.
¿Qué pasará en el comercio minorista frente a la expansión del e-commerce y la venta por internet, etc.?
¿Los vehículos automotores se seguirán comercializando a través de concesionarias o serán ventas directas de las terminales o los importadores? Si fuera así ¿esos puestos de trabajo desaparecerían? ¿Habrá importadores?
¿Dónde se ubicarán los innumerables empleados públicos que, más allá de su cantidad de por sí excesiva, ya no tendrán tareas para realizar frente a la digitalización y procesamiento vía internet que casi todas las agencias estatales públicas están haciendo?
Por eso decimos que el momento es estratégico y fundacional.
Estratégico: porque debemos salir de la coyuntura y posicionarnos en un futuro “previsible”, el de los próximos 10 o 15 años, quizás. Ejercer nuestra imaginación, apoyándonos en una adecuada prospección de la realidad actual y diseñar qué tipo de tareas serán claves, cuáles agregarán valor y provocarán los cambios y, paralelo a ese proceso, pensar: a) cuáles debieran ser las competencias necesarias; 
b) probablemente definir nuevos conceptos de talento; y
c) no menor, cómo transformamos a quienes quedarán en el camino para darles un digno vivir.
Fundacional: porque será necesario intervenir en los procesos educativos dotándolos de los contenidos imprescindibles para poder asumir las nuevas tareas que vendrán y puedan ejercer las competencias que será obligatorio tener. Porque:
a) debiéramos comenzar a preguntarnos si las industrias serán como lo son hasta ahora;
b) si el tipo de servicios que se demandará será similar al actual y cómo serán nuestros interlocutores/competidores; y 
c) quizás los mercados de competencia no serán tal cual los tenemos hoy o los desafíos serán definitivamente más revolucionarios.

A raíz del título con el que se propone aunar estos aportes –perplejidad–, me permito parafrasear, con el mayor de los respetos, a un autor a quien admiro profundamente, Gary Hamel, quien en su libro Liderando la revolución y en Compitiendo por el futuro junto con H. Prahalad afirma algo mucho más radical.

Dice que ya estamos en la era de la revolución, y la percibe como la continuidad obvia de lo que llama la era del progreso, que da por terminada hacia fines del siglo 20. Y agrega que los cambios no serán lineales sino abruptos y discontinuos.

Como reflexión final, a la luz de estas ideas y de la lectura que podemos hacer de la evolución de los mercados de negocios –inserto en ellos el mercado laboral– se podría sintetizar en que lo que enfrentamos nos llena de perplejidad pero que además enfrentamos una situación de difícil previsibilidad.

Apuntamos a que pensemos cómo serán nuestros mercados futuros, como se plantearán las reglas de la competencia y por ende qué tipo de puestos de trabajos tendremos y cuáles competencias serán las necesarias.

Estamos convencidos de que deberemos definir nuevos conceptos de talento y sus modos de aplicación. 
Estamos proponiendo discutir qué se debiera poseer como expresión activa del talento para enfrentar los negocios y el empleo en las próximas décadas.

(*) Director de Ghidini Rodil, consultora en recursos humanos.

 

 

 

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