Surcorea: harta de corrupción, pero timorata para actuar

El gigante Samsung –abastecido por miles de partistas- afronta nuevos cargos de corrupción. Sus ejecutivos no pueden dejar el país. La justicia allana oficinas buscando pruebas sobre un fondo secreto (US$ 217 millones) para repartir sobornos.

5 diciembre, 2007

Todo están pendientes. Si el grupo tambalea por estas investigaciones reduce inversiones, muchas empresas pequeñas y medianas cerraran una tras otra. Por ese motivo, casi nadie en Surcorea cree que la firma siga el camino de Enron y similares, pese a la recurrencia de escándalos como el actual.

En verdad, la gente está harta de tanta corrupción en el gran mundo de los negocios. Pero la economía depende demasiado de unos pocos actores –cuya influencia alcanza la vida cotidiana- y los surcoreanos temen que castigarlos afectaría fuentes laborales y el bienestar general.

Así, más o menos cada año estalla un escándalo en algún conglomerado (chaebol). Pero, una vez que la justicia sigue su curso, los acusados de distribuir coimas reciben penas insignificantes. Por lo común, prisión en suspenso y una advertencia del juez: la sentencia pudo ser peor, de no mediar la contribución de la empresa a la economía.

Entonces, los reos hacen ostensibles donaciones benéficas –por ejemplo, para alimentar a los norcoreanos- y tornan a sus despachos hasta el escándalo siguiente. Pocos esperan que las cosas marchen de otro modo en esta oportunidad: habrá situaciones embarazosas, pero no una causa en serio. Lo malo es que, si Samsung es una de las organización de mejor management, aterra pensar cuan corrupto ha de ser el resto del sector privado.

Por otra parte, este asunto tiene un rasgo novedoso: un garganta profunda, especia rara en Surcorea. Durante semanas, Kim Yong-chul (ex asesor legal y, antes, fiscal) reveló que la compañía había reunido un fondo para repartir sobornos. Lo forma dinero propio, oculto en cuentas bancarias falsas a nombre de ejecutivos –inclusive el denunciante-, para coimear políticos, fiscales, periodistas y sindicalistas. Hasta se lo empleó para financiar una colección para la familia de los dueños.

Hace veinte años, el actual presidente (Li Kun-hi, 65 años) sucedió al fundador, su padre Li Byung-chull. El hijo transformó a Samsung, que pasó de fabricar imitaciones baratas de productos japoneses a competir con Sony, Nokia o Philips en celulares, computadoras y televisores. Pero no hubo celebraciones, pues una nube obscurece el cielo: Li quiere dejar el cargo a su hijo, Jae Yong. Pero éste se halla investigado por la justicia.

Samsung es el mayor chaebol de la península y ejemplifica el tipo de conglomerados familiares creado durante la fase militar del régimen (1946-53). De hecho, estos motores de crecimento adaptaron un modelo japonés de la reforma Meiji, los zaibatsu. Todavía dominan la décimotercia economía del mundo. Con sesenta afiliadas y 250.000 empleados alrededor del mundo, Samsung vendió por más de US$ 160.000 millones en 2006, o sea más que el producto bruto interno del país.

En general, los expertos locales detectan ciertas tendencias hacia reformas jurídicas y mejores prácticas de management. Pero seguirá habiendo escándalos en tanto las empresas deban apelar a sobornos para aceitar la densa burocracia surcoreana, atrincherada en regulaciones poco lógicas y proclive a pedir coimas.

Todo están pendientes. Si el grupo tambalea por estas investigaciones reduce inversiones, muchas empresas pequeñas y medianas cerraran una tras otra. Por ese motivo, casi nadie en Surcorea cree que la firma siga el camino de Enron y similares, pese a la recurrencia de escándalos como el actual.

En verdad, la gente está harta de tanta corrupción en el gran mundo de los negocios. Pero la economía depende demasiado de unos pocos actores –cuya influencia alcanza la vida cotidiana- y los surcoreanos temen que castigarlos afectaría fuentes laborales y el bienestar general.

Así, más o menos cada año estalla un escándalo en algún conglomerado (chaebol). Pero, una vez que la justicia sigue su curso, los acusados de distribuir coimas reciben penas insignificantes. Por lo común, prisión en suspenso y una advertencia del juez: la sentencia pudo ser peor, de no mediar la contribución de la empresa a la economía.

Entonces, los reos hacen ostensibles donaciones benéficas –por ejemplo, para alimentar a los norcoreanos- y tornan a sus despachos hasta el escándalo siguiente. Pocos esperan que las cosas marchen de otro modo en esta oportunidad: habrá situaciones embarazosas, pero no una causa en serio. Lo malo es que, si Samsung es una de las organización de mejor management, aterra pensar cuan corrupto ha de ser el resto del sector privado.

Por otra parte, este asunto tiene un rasgo novedoso: un garganta profunda, especia rara en Surcorea. Durante semanas, Kim Yong-chul (ex asesor legal y, antes, fiscal) reveló que la compañía había reunido un fondo para repartir sobornos. Lo forma dinero propio, oculto en cuentas bancarias falsas a nombre de ejecutivos –inclusive el denunciante-, para coimear políticos, fiscales, periodistas y sindicalistas. Hasta se lo empleó para financiar una colección para la familia de los dueños.

Hace veinte años, el actual presidente (Li Kun-hi, 65 años) sucedió al fundador, su padre Li Byung-chull. El hijo transformó a Samsung, que pasó de fabricar imitaciones baratas de productos japoneses a competir con Sony, Nokia o Philips en celulares, computadoras y televisores. Pero no hubo celebraciones, pues una nube obscurece el cielo: Li quiere dejar el cargo a su hijo, Jae Yong. Pero éste se halla investigado por la justicia.

Samsung es el mayor chaebol de la península y ejemplifica el tipo de conglomerados familiares creado durante la fase militar del régimen (1946-53). De hecho, estos motores de crecimento adaptaron un modelo japonés de la reforma Meiji, los zaibatsu. Todavía dominan la décimotercia economía del mundo. Con sesenta afiliadas y 250.000 empleados alrededor del mundo, Samsung vendió por más de US$ 160.000 millones en 2006, o sea más que el producto bruto interno del país.

En general, los expertos locales detectan ciertas tendencias hacia reformas jurídicas y mejores prácticas de management. Pero seguirá habiendo escándalos en tanto las empresas deban apelar a sobornos para aceitar la densa burocracia surcoreana, atrincherada en regulaciones poco lógicas y proclive a pedir coimas.

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