Son mujeres quienes osaron desenmascarar enormes escándalos

Los sociólogos europeos destacan lo siguiente: tres mujeres han sido la pieza fundamental en los dos mayores escándalos empresarios y en uno que salpica al FBI. Todo ello en Estados Unidos.

5 julio, 2002

La contadora Sherron Watkins denunció en 2000 las maniobras e irregularidades
contables en Enron Corporation, cuando esta firma tejana aún era
intocable (especialmente para la familia Bush). Su colega Cynthia Cooper, ya casi
en el presente, reveló en detalle los asientos falsos por US$ 3.850 millones
que están provocando el derrumbre de WorldCom. En cuanto a la Oficina
Federal de Investigaciones, Colleen Rowley fue la encargada de poner en la picota
a la poderosa agencia.

“Estas damas afrontaron sistemas estructuralmente corruptos o carentes
de contralores internas a partir de una característica anglosajona originalmente
patrimonio de los hombres: la ética calvinista. Sólo que los puritanos
que fundaron las primeras colonias no creían en la igualdad femenina”.
Así comenta Ennio Caretto, columnista político de Milán.
A su vez, como apunta el Frankfurter Allgemeine Zeitung, “las mujeres les
dijeron NO a perversos mecanismos montados por la codicia de algunos de los
hombres más poderosos en el campo empresario”.

En este momento, Watkins, Rowley y Cooper están entre las figuras más
populares de la Unión. Mientras su colegas masculinos, con tal de hacer
carrera o participar en el botín, cerraban los ojos ante balances trucados,
insider’s trading, compra de activos sobrepreciados, sociedades usadas
como testaferros y remuneraciones escandalosas, ellas salieron a denunciar esas
cosas. Arriesgaban cargos, sueldos –muchísimo más exiguos
que los de tantos CEO hoy desocupados y hasta presos- y su futuro personal.

“Inesperada muestra de civismo la de estas señoras, en un entorno
donde demasiado a menudo lo único que cuenta es el dinero o el poder”.
Palabras de alguien ducho en especulaciones, maniobras y vericuetos financieros:
el financista George Soros.

Cynthia Cooper tiene 37 años, es casada y dirige la oficina de auditoría
contable en WorldCom. En mayo, cuando la ex reina de las telecomunicaciones
ya perdía pie, empezó a revisar gastos e inversiones. De pronto,
notó que, en ejercicios anteriores, las utilidades habían sido
infladas artificiosamente (en esos US$ 3.850 millones). Se lo comunicó
a sus superiores, Max Bobbitt y Scott Sullivan. Éstos le aconsejaron
–como los directivos de Enron y los auditores de Arthur Andersen
a Watkins, años antes- quedarse callada y no crearse problemas.

Cooper no se amilanó y su informe fue a parar a KPMG y, por una vía
aún no revelada, a la Securities & Exchange Commission. La
contadora atestiguará ante el Congreso y a Sullivan lo echaron en junio.

A diferencia de Cooper, cuya carrera íntegra fue en WorldCom,
Sherron Watkins acumulaba varias experiencias. Por eso, cuando el entonce CEO
de Enron, Kenneth Lay –amigo personal de George W.Bush y su padre-,
le exigió en agosto de 2001 “no traicionar a la empresa”, ella
le dijo que era responsable de sus propias acciones, igual que él. Hoy,
subraya Bethany McLean en Fortune, “las decisiones de Cooper, Rowley
y Watkins resultan en un proyecto de ley para proteger a personal que denuncie
irregularidades y delitos corporativos”. En la jerga de sus atribulados
ex jefes, son whistle blowers: SOPLONAS que llaman la atención
pública sobre alguna falta.

La contadora Sherron Watkins denunció en 2000 las maniobras e irregularidades
contables en Enron Corporation, cuando esta firma tejana aún era
intocable (especialmente para la familia Bush). Su colega Cynthia Cooper, ya casi
en el presente, reveló en detalle los asientos falsos por US$ 3.850 millones
que están provocando el derrumbre de WorldCom. En cuanto a la Oficina
Federal de Investigaciones, Colleen Rowley fue la encargada de poner en la picota
a la poderosa agencia.

“Estas damas afrontaron sistemas estructuralmente corruptos o carentes
de contralores internas a partir de una característica anglosajona originalmente
patrimonio de los hombres: la ética calvinista. Sólo que los puritanos
que fundaron las primeras colonias no creían en la igualdad femenina”.
Así comenta Ennio Caretto, columnista político de Milán.
A su vez, como apunta el Frankfurter Allgemeine Zeitung, “las mujeres les
dijeron NO a perversos mecanismos montados por la codicia de algunos de los
hombres más poderosos en el campo empresario”.

En este momento, Watkins, Rowley y Cooper están entre las figuras más
populares de la Unión. Mientras su colegas masculinos, con tal de hacer
carrera o participar en el botín, cerraban los ojos ante balances trucados,
insider’s trading, compra de activos sobrepreciados, sociedades usadas
como testaferros y remuneraciones escandalosas, ellas salieron a denunciar esas
cosas. Arriesgaban cargos, sueldos –muchísimo más exiguos
que los de tantos CEO hoy desocupados y hasta presos- y su futuro personal.

“Inesperada muestra de civismo la de estas señoras, en un entorno
donde demasiado a menudo lo único que cuenta es el dinero o el poder”.
Palabras de alguien ducho en especulaciones, maniobras y vericuetos financieros:
el financista George Soros.

Cynthia Cooper tiene 37 años, es casada y dirige la oficina de auditoría
contable en WorldCom. En mayo, cuando la ex reina de las telecomunicaciones
ya perdía pie, empezó a revisar gastos e inversiones. De pronto,
notó que, en ejercicios anteriores, las utilidades habían sido
infladas artificiosamente (en esos US$ 3.850 millones). Se lo comunicó
a sus superiores, Max Bobbitt y Scott Sullivan. Éstos le aconsejaron
–como los directivos de Enron y los auditores de Arthur Andersen
a Watkins, años antes- quedarse callada y no crearse problemas.

Cooper no se amilanó y su informe fue a parar a KPMG y, por una vía
aún no revelada, a la Securities & Exchange Commission. La
contadora atestiguará ante el Congreso y a Sullivan lo echaron en junio.

A diferencia de Cooper, cuya carrera íntegra fue en WorldCom,
Sherron Watkins acumulaba varias experiencias. Por eso, cuando el entonce CEO
de Enron, Kenneth Lay –amigo personal de George W.Bush y su padre-,
le exigió en agosto de 2001 “no traicionar a la empresa”, ella
le dijo que era responsable de sus propias acciones, igual que él. Hoy,
subraya Bethany McLean en Fortune, “las decisiones de Cooper, Rowley
y Watkins resultan en un proyecto de ley para proteger a personal que denuncie
irregularidades y delitos corporativos”. En la jerga de sus atribulados
ex jefes, son whistle blowers: SOPLONAS que llaman la atención
pública sobre alguna falta.

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