Si te caes diez veces, te levantas otras diez…

Nuestros empresarios – brutalmente heridos por la larga recesión – se paralizan ante la incertidumbre. En momentos como éste hace falta gente con pasión por lo que hace. Gente que si se cae diez veces se levante otras diez, como anima Almafuerte.

29 enero, 2002

La globalización llegó a los sentimientos. Hoy la agresividad, la hostilidad, el odio, la “bronca”, el resentimiento, son sentimientos que afloran no sólo en la gente de nuestra ciudad, nuestras provincias, nuestro país, sino también nuestra región, el hemisferio sur, el hemisferio norte, el occidental y el oriental. Hemos fabricado un mundo que globalizó la inequidad, la mezquindad y la soberbia.

Los sistemas políticos — salvo raras excepciones – no han sabido crear y mantener sociedades igualitarias. Las teorías económicas van y vienen como el flujo y reflujo del mar. Ninguna, hasta ahora, ha logrado beneficiar parejamente a la sociedad. Tal vez eso sea una búsqueda eterna, como la del Santo Grial.

Y sin embargo, en todas partes las empresas e industrias deben sobrevivir, salir a flote y prosperar. Aunque sea contra viento y marea. Porque si no lo hacen se para la rueda del mundo. La empresa y la industria son los motores que mantienen al mundo en movimiento.

La prueba de esto la tenemos los argentinos hoy ante nuestros ojos. Se ha instalado una calma chicha en el mundo de la producción empresaria. No se compra, no se vende, no se cobra, no se paga. Un país no puede vivir en esas condiciones. Y como sabemos que por lo general los países no se mueren, lo que hay que hacer es poner la rueda nuevamente en movimiento.

A nadie le falta razón cuando dice que el país, el gobierno, el plan económico, la corrupción, la inmoralidad, anulan el accionar del aparato productivo. Pero si toda la gente honrada se cae y se queda en el suelo, si todos los empresarios y empresarias que condujeron sanamente sus negocios en el pasado se caen y no sacan fuerzas de alguna parte para volverse a levantar y volver a empezar, entonces le darán el triunfo a los inmorales.

Tim Sanders escribió, en un artículo publicado en Fast Company sobre el mundo de los negocios después del 11 de septiembre, que lo que necesitan hoy las empresas es amor. Hoy más que nunca, dice, es urgente lograr una transformación profunda del accionar de las empresas. Es necesario exterminar a los tiburones, las pirañas y los buitres y lograr que el control lo tengan personas buenas, inteligentes y con pasión por lo que hacen. Para sanear nuestra economía – dice el estadounidense – hay que lograr que “los tipos malos” lleguen últimos en la carrera.

¿Cómo se logra eso? Fácil, contesta. En un momento en que el mercado ofrece una superabundancia de modelos de productos y servicios de todo cuanto hay para comprar, ya nadie se siente obligado a soportar un producto que no le da lo que promete, o a una empresa que no le gusta, o a un patrón que no respeta.

A una persona desagradable, mezquina, arrogante o abusadora le va a resultar cada vez más difícil mantener gente bajo su mando. Por lo tanto, Sanders desarrolla su teoría del amor. Él usa la palabra amor tal como la define el filósofo Milton Mayeroff en su libro “On Caring”: “amar es facilitar generosamente el crecimiento del otro”. La idea es que demostramos amor cuando ayudamos a otros a crecer y a convertirse en las mejores personas que pueden ser; como consecuencia de esa generosidad, crecemos nosotros también.

Mientras Mayeroff hablaba principalmente del amor en la vida privada, Sanders la extiende a la vida profesional y dice: el amor es el acto de compartir conocimiento y experiencia con nuestros socios comerciales. El éxito no está en lograr el fracaso de los demás.

Eso lo estamos aprendiendo los argentinos de la manera más dura. O ayudamos todos a que todo el cuerpo social prospere o no prospera nadie. Los dueños de las empresas tienen que sentarse a pensar muy seriamente en esto. El “sálvese quien pueda” fracasó una vez y debemos aprender de ese fracaso. Ha llegado la hora de querernos más entre nosotros.

La globalización llegó a los sentimientos. Hoy la agresividad, la hostilidad, el odio, la “bronca”, el resentimiento, son sentimientos que afloran no sólo en la gente de nuestra ciudad, nuestras provincias, nuestro país, sino también nuestra región, el hemisferio sur, el hemisferio norte, el occidental y el oriental. Hemos fabricado un mundo que globalizó la inequidad, la mezquindad y la soberbia.

Los sistemas políticos — salvo raras excepciones – no han sabido crear y mantener sociedades igualitarias. Las teorías económicas van y vienen como el flujo y reflujo del mar. Ninguna, hasta ahora, ha logrado beneficiar parejamente a la sociedad. Tal vez eso sea una búsqueda eterna, como la del Santo Grial.

Y sin embargo, en todas partes las empresas e industrias deben sobrevivir, salir a flote y prosperar. Aunque sea contra viento y marea. Porque si no lo hacen se para la rueda del mundo. La empresa y la industria son los motores que mantienen al mundo en movimiento.

La prueba de esto la tenemos los argentinos hoy ante nuestros ojos. Se ha instalado una calma chicha en el mundo de la producción empresaria. No se compra, no se vende, no se cobra, no se paga. Un país no puede vivir en esas condiciones. Y como sabemos que por lo general los países no se mueren, lo que hay que hacer es poner la rueda nuevamente en movimiento.

A nadie le falta razón cuando dice que el país, el gobierno, el plan económico, la corrupción, la inmoralidad, anulan el accionar del aparato productivo. Pero si toda la gente honrada se cae y se queda en el suelo, si todos los empresarios y empresarias que condujeron sanamente sus negocios en el pasado se caen y no sacan fuerzas de alguna parte para volverse a levantar y volver a empezar, entonces le darán el triunfo a los inmorales.

Tim Sanders escribió, en un artículo publicado en Fast Company sobre el mundo de los negocios después del 11 de septiembre, que lo que necesitan hoy las empresas es amor. Hoy más que nunca, dice, es urgente lograr una transformación profunda del accionar de las empresas. Es necesario exterminar a los tiburones, las pirañas y los buitres y lograr que el control lo tengan personas buenas, inteligentes y con pasión por lo que hacen. Para sanear nuestra economía – dice el estadounidense – hay que lograr que “los tipos malos” lleguen últimos en la carrera.

¿Cómo se logra eso? Fácil, contesta. En un momento en que el mercado ofrece una superabundancia de modelos de productos y servicios de todo cuanto hay para comprar, ya nadie se siente obligado a soportar un producto que no le da lo que promete, o a una empresa que no le gusta, o a un patrón que no respeta.

A una persona desagradable, mezquina, arrogante o abusadora le va a resultar cada vez más difícil mantener gente bajo su mando. Por lo tanto, Sanders desarrolla su teoría del amor. Él usa la palabra amor tal como la define el filósofo Milton Mayeroff en su libro “On Caring”: “amar es facilitar generosamente el crecimiento del otro”. La idea es que demostramos amor cuando ayudamos a otros a crecer y a convertirse en las mejores personas que pueden ser; como consecuencia de esa generosidad, crecemos nosotros también.

Mientras Mayeroff hablaba principalmente del amor en la vida privada, Sanders la extiende a la vida profesional y dice: el amor es el acto de compartir conocimiento y experiencia con nuestros socios comerciales. El éxito no está en lograr el fracaso de los demás.

Eso lo estamos aprendiendo los argentinos de la manera más dura. O ayudamos todos a que todo el cuerpo social prospere o no prospera nadie. Los dueños de las empresas tienen que sentarse a pensar muy seriamente en esto. El “sálvese quien pueda” fracasó una vez y debemos aprender de ese fracaso. Ha llegado la hora de querernos más entre nosotros.

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