Pregunta número uno: ¿Qué hace una empresa?

Mike Mazarr, socio y cofundador de The Archigos Project, una ONG dedicada a formar líderes para el futuro, se pregunta, luego de la sucesión de escándalos de dominio público, cuáles son las responsabilidades éticas de los líderes de empresas.

31 octubre, 2002

Durante la última parte del siglo 20, y más especialmente con el
nacimiento de la era del conocimiento, el mensaje – tácito o explícito
– era el siguiente: los gobiernos son malos administradores. Las ONG o los grupos
religiosos tienen buenas intenciones pero casi siempre carecen de recursos suficientes.
Los principales actores en la sociedad son los grupos empresarios, que, con la
globalización van adquiriendo cada vez más poder.

Los ojos del mundo se posaban en las empresas. ¿Cómo modelos de
conducción, tal vez? La conducción de las empresas se convirtió
en un tema que se analizó con una profundidad nunca vista. Y del análisis
surgió esta respuesta: la responsabilidad número uno de una empresa
es aumentar utilidades. Punto. Proteger a los trabajadores o al medio ambiente
no es responsabilidad de las empresas. Para eso están los gobiernos, o
las ONG. Las empresas deben hacer dinero.

La sarta de escándalos que comenzó con los desastres contables de
Enron y Arthur Andersen sugiere que los CEO se preocupaban – más
que nada – por lo que debían decirle a los analistas del mercado. Esa tendencia
fue acentuándose en los ´90, con la locura por las puntocom y la carrera
hacia la oferta pública inicial (OPI). El santo grial era el crecimiento
del valor de la acción para beneficio de los accionistas.

Y ese mensaje fue transmitido a los actuales estudiantes de MBA. Varias encuestas
recientes realizadas entre los alumnos de la George Washington University
muestran que la gran mayoría de los encuestados cree que la primera responsabilidad
de una empresa es aumentar el valor para los accionistas. Una de las preguntas
de tales encuestas planteaba a los alumnos si infringirían la ley si tuvieran
99% de no ser descubiertos, con el objeto de obtener una ganancia de US$ 100.000
para sí mismos o para la firma. La tercera parte contestó que sí.

Los ejecutivos de Enron y Andersen se vieron ante dilemas de ese
tipo y respondieron de manera uniforme. Se comportaron de manera de preservar
valor para los accionistas. Si de paso actuaban para proteger el valor de sus
propias opciones no es lo más importante en el análisis de largo
plazo. El verdadero tema es el siguiente: muchos líderes de empresas modernas
han internalizado un sistema de valores en el cual la mentira, el encubrimiento,
el envenenamiento y hasta la matanza están justificados en nombre del valor
para el accionista. Para ellos, el tema es de una moral perversa: un nuevo orden
moral que — sin exagerar – antepone el valor de la acción a la vida humana.

Lo solución no es ni fácil ni evidente. Los empresarios deberán
comenzar a pensar en responder ante una base más amplia de intereses: el
movimiento de los "stakeholders", o sea todos los que directa
o indirectamente, están involucrados o tienen algún tipo de interés
en la compañía. Este diálogo debe comenzar. Si la gran pregunta
del siglo 20 era ¿ganará la libertad?, la gran pregunta para este
siglo podría ser ¿qué hace una empresa?

Durante la última parte del siglo 20, y más especialmente con el
nacimiento de la era del conocimiento, el mensaje – tácito o explícito
– era el siguiente: los gobiernos son malos administradores. Las ONG o los grupos
religiosos tienen buenas intenciones pero casi siempre carecen de recursos suficientes.
Los principales actores en la sociedad son los grupos empresarios, que, con la
globalización van adquiriendo cada vez más poder.

Los ojos del mundo se posaban en las empresas. ¿Cómo modelos de
conducción, tal vez? La conducción de las empresas se convirtió
en un tema que se analizó con una profundidad nunca vista. Y del análisis
surgió esta respuesta: la responsabilidad número uno de una empresa
es aumentar utilidades. Punto. Proteger a los trabajadores o al medio ambiente
no es responsabilidad de las empresas. Para eso están los gobiernos, o
las ONG. Las empresas deben hacer dinero.

La sarta de escándalos que comenzó con los desastres contables de
Enron y Arthur Andersen sugiere que los CEO se preocupaban – más
que nada – por lo que debían decirle a los analistas del mercado. Esa tendencia
fue acentuándose en los ´90, con la locura por las puntocom y la carrera
hacia la oferta pública inicial (OPI). El santo grial era el crecimiento
del valor de la acción para beneficio de los accionistas.

Y ese mensaje fue transmitido a los actuales estudiantes de MBA. Varias encuestas
recientes realizadas entre los alumnos de la George Washington University
muestran que la gran mayoría de los encuestados cree que la primera responsabilidad
de una empresa es aumentar el valor para los accionistas. Una de las preguntas
de tales encuestas planteaba a los alumnos si infringirían la ley si tuvieran
99% de no ser descubiertos, con el objeto de obtener una ganancia de US$ 100.000
para sí mismos o para la firma. La tercera parte contestó que sí.

Los ejecutivos de Enron y Andersen se vieron ante dilemas de ese
tipo y respondieron de manera uniforme. Se comportaron de manera de preservar
valor para los accionistas. Si de paso actuaban para proteger el valor de sus
propias opciones no es lo más importante en el análisis de largo
plazo. El verdadero tema es el siguiente: muchos líderes de empresas modernas
han internalizado un sistema de valores en el cual la mentira, el encubrimiento,
el envenenamiento y hasta la matanza están justificados en nombre del valor
para el accionista. Para ellos, el tema es de una moral perversa: un nuevo orden
moral que — sin exagerar – antepone el valor de la acción a la vida humana.

Lo solución no es ni fácil ni evidente. Los empresarios deberán
comenzar a pensar en responder ante una base más amplia de intereses: el
movimiento de los "stakeholders", o sea todos los que directa
o indirectamente, están involucrados o tienen algún tipo de interés
en la compañía. Este diálogo debe comenzar. Si la gran pregunta
del siglo 20 era ¿ganará la libertad?, la gran pregunta para este
siglo podría ser ¿qué hace una empresa?

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