Nombres, apellidos y éxito

No vamos a hacer un análisis sociológico de por qué los inmigrantes, o sus descendientes, suelen optar por el cambio de nombre para trabajar en el país de adopción. Pero sí decir que una poderosa razón es alisar el camino hacia el éxito.

25 enero, 2002

Las razones que más menciona la gente que en algún momento optó por cambiar de nombre son facilitar la pronunciación a la población del lugar y evitar la tortura de ver sus apellidos desfigurados. Las razones más ocultas, sin embargo, se relacionan más con el deseo de mimetizarse y, a veces, esconder el origen.

En Estados Unidos, un país que desde sus orígenes atrajo siempre a gente de todas las nacionalidades con la promesa de libertad y prosperidad, muchos inmigrantes se cambiaron su apellido por una multiplicidad de razones.

Desde principios de siglo, cuando se sucedían las olas emigratorias desde Europa hacia las Américas, se manifestó entre la gente que llegaba a Estados Unidos una tendencia a “anglizar” nombres y apellidos. Muchas veces ocurría que las mismas autoridades de la Aduana escribían mal el nombre de los recién llegados o los registraban tal como los oían sin preocuparse mucho por la grafía correcta.

Lo cierto es que, cualquiera fuera la causa — o las causas — los inmigrantes comenzaron a advertir que la asimilación, “les facilitaba la vida”. Una actividad donde todo esto se hace muy patente ha sido y sigue siendo el cine de Hollywood. Resulta interesante dar una rápida mirada a la lista que sigue, donde aparecen los verdaderos nombres de actores y actrices del cine de ayer y de hoy:

Allen, Woody
Allen Stewart Konigsberg

Astaire, Fred
Frederick Austerlitz

Bacall, Lauren
Betty Joan Persky

Bancroft, Anne
Anna Maria Louisa Italiana

Bronson, Charles
Charles Buchinski

Brooks, Mel
Melvin Kaminsky

Burton, Richard
Richard Walter Jenkins

Cage, Nicholas
Nicholas Coppola

Caine, Michael
Maurice Micklewhite

Chaney, Lon
Alonso Chaney

Crawford, Joan
Lucille Fay LeSueur

Cruise, Tom
Thomas Cruise Mapotherv

Curtis, Tony
Bernard Schwartz

Day, Doris
Doris Mary Ann von Kappelhoff

Dietrich, Marlene
Maria Magdalena von Losch

Farrow, Mia
Maria de Lourdes Villiers

Fontain, Joan
Joan de Beauvior Havilland

Garbo, Greta
Greta Louisa Gustafsson

Garland, Judy
Frances Ethel Gumm

Hawn, Goldie
Goldie Jean Studlendgehawn

Hayworth, Rita
Margarita Carmen Cansino

Hepburn, Audrey
Edda van Heemstra Hepburn-Rusten

Hershey, Barbara
Barbara Herzstein

Hudson, Rock
Roy Harold Sherer

Jolson, Al
Asa Yoelson

Kinski, Nastassia
Nastassja Naksyzhyski

Ladd, Cheryl
Cheryl Stoppelmeyer

Lake, Veronica
Constance Frances Marie Ockleman

Landon, Michael
Eugene Orowitz

Lemmon, Jack
John Uhler Lemmon III

Lewis, Jerry
Joseph Levitch

Loren, Sophia
Sofia Villani Scicolone

Lugosi, Bela
Bela Ferenc Blasko (o Dezso)

Martin, Dean
Dino Paul Crocetti

Matthau, Walter
Walter Matuschanskavasky

Moore, Demi
Demetria Guynes

Norris, Chuck
Carlos Ray Norris

O´Hara, Maureen
Maureen Fitzsimons

Ryder, Winona
Winona Laura Horowitz

Sarandon, Susan
Susan Abigail Tomalin

Sheen, Charlie
Carlos Irwin Estevez

Sheen, Martin
Ramone Estevez

Valentino
Rodolfo di Valentino Antonguolla

Wayne, John
Marion Michael Morrison

Wilder, Gene
Jerome Silberman

Winters, Shelly
Shirley Schrift

Wood, Natalie
Natasha Nikoleauna Gurdin

Wyman, Jane
Sarah Jane Fulks

Es probable que esta lista haya causado más de una sorpresas.
¿Podría tal vez Fred Astaire haber llegado a donde llegó si hubiese optado por que lo siguieran llamando con su nombre familiar Frederick Austerlitz?

¿O habría Rita Hayworth logrado convertirse en el símbolo del glamour hollywoodense con el nombre que figuraba en su documento de identidad, Margarita Carmen Cansino?

Nunca lo averiguaremos.

Lo cierto es que el lenguaje – y más precisamente los nombres que asignamos a las cosas y las personas – imprime imágenes muy fuertes en nuestro subconsciente, que llegan al punto de provocar la sensación de que existe una relación “lógica” entre al cosa (o la persona) y el nombre con que se la conoce.

Los nombres en el ámbito empresario

Chukwunweike Oduh, un gerente nigeriano de 37 años, decidió cambiar su nombre auténtico (que además tiene un determinado sentido ancestral porque en Nigeria significa “Dios tiene poder”) por uno similar, más corto y muy común en Estados Unidos: Chuck. ¿La razón? Está harto de que los estadounidenses pronuncien mal su nombre y teme que su apellido termine siendo un obstáculo para triunfar en ese país.

Aloke Majumdar, por ejemplo, cuando llegó de la India en 1987 para hacer sus estudios de posgrado, encontró que sus compañeros y profesores con frecuencia hacían una pausa antes de lograr pronunciar su nombre: ¿A-low-kee? ¿A-lock? Luego, “cuando le daba a la gente mi tarjeta de presentación, ellos la miraban y tardaban en reaccionar”, dice Majumdar. Hoy, tiene 32 años, es empresario de Internet y trabaja en Denver. Hace relativamente poco tiempo cambio de nombre y apellido para convertirse en Al Major. “Simplemente quería que la gente me llamara correctamente”, dice.

Chuck y Major no son los únicos que han dado este paso. Un tribunal civil de Nueva York, para citar un caso, manejó en un año unas 1.200 solicitudes de personas que querían cambiar su nombre. En el casillero del formulario que solicitaba el motivo, la mayoría ponía “para que suene más estadounidense”.

En un día cualquiera, por lo menos cinco o seis cambian legalmente su nombre, dice la jueza Maxine Archer, del Tribunal Civil de Brooklyn, Nueva York. Los funcionarios del juzgado dicen que la mayoría lo hace porque cree que a la larga sus nombres pueden afectar sus negocios o su ascenso y progreso en el mundo empresarial de EE.UU.

Las razones que más menciona la gente que en algún momento optó por cambiar de nombre son facilitar la pronunciación a la población del lugar y evitar la tortura de ver sus apellidos desfigurados. Las razones más ocultas, sin embargo, se relacionan más con el deseo de mimetizarse y, a veces, esconder el origen.

En Estados Unidos, un país que desde sus orígenes atrajo siempre a gente de todas las nacionalidades con la promesa de libertad y prosperidad, muchos inmigrantes se cambiaron su apellido por una multiplicidad de razones.

Desde principios de siglo, cuando se sucedían las olas emigratorias desde Europa hacia las Américas, se manifestó entre la gente que llegaba a Estados Unidos una tendencia a “anglizar” nombres y apellidos. Muchas veces ocurría que las mismas autoridades de la Aduana escribían mal el nombre de los recién llegados o los registraban tal como los oían sin preocuparse mucho por la grafía correcta.

Lo cierto es que, cualquiera fuera la causa — o las causas — los inmigrantes comenzaron a advertir que la asimilación, “les facilitaba la vida”. Una actividad donde todo esto se hace muy patente ha sido y sigue siendo el cine de Hollywood. Resulta interesante dar una rápida mirada a la lista que sigue, donde aparecen los verdaderos nombres de actores y actrices del cine de ayer y de hoy:

Allen, Woody
Allen Stewart Konigsberg

Astaire, Fred
Frederick Austerlitz

Bacall, Lauren
Betty Joan Persky

Bancroft, Anne
Anna Maria Louisa Italiana

Bronson, Charles
Charles Buchinski

Brooks, Mel
Melvin Kaminsky

Burton, Richard
Richard Walter Jenkins

Cage, Nicholas
Nicholas Coppola

Caine, Michael
Maurice Micklewhite

Chaney, Lon
Alonso Chaney

Crawford, Joan
Lucille Fay LeSueur

Cruise, Tom
Thomas Cruise Mapotherv

Curtis, Tony
Bernard Schwartz

Day, Doris
Doris Mary Ann von Kappelhoff

Dietrich, Marlene
Maria Magdalena von Losch

Farrow, Mia
Maria de Lourdes Villiers

Fontain, Joan
Joan de Beauvior Havilland

Garbo, Greta
Greta Louisa Gustafsson

Garland, Judy
Frances Ethel Gumm

Hawn, Goldie
Goldie Jean Studlendgehawn

Hayworth, Rita
Margarita Carmen Cansino

Hepburn, Audrey
Edda van Heemstra Hepburn-Rusten

Hershey, Barbara
Barbara Herzstein

Hudson, Rock
Roy Harold Sherer

Jolson, Al
Asa Yoelson

Kinski, Nastassia
Nastassja Naksyzhyski

Ladd, Cheryl
Cheryl Stoppelmeyer

Lake, Veronica
Constance Frances Marie Ockleman

Landon, Michael
Eugene Orowitz

Lemmon, Jack
John Uhler Lemmon III

Lewis, Jerry
Joseph Levitch

Loren, Sophia
Sofia Villani Scicolone

Lugosi, Bela
Bela Ferenc Blasko (o Dezso)

Martin, Dean
Dino Paul Crocetti

Matthau, Walter
Walter Matuschanskavasky

Moore, Demi
Demetria Guynes

Norris, Chuck
Carlos Ray Norris

O´Hara, Maureen
Maureen Fitzsimons

Ryder, Winona
Winona Laura Horowitz

Sarandon, Susan
Susan Abigail Tomalin

Sheen, Charlie
Carlos Irwin Estevez

Sheen, Martin
Ramone Estevez

Valentino
Rodolfo di Valentino Antonguolla

Wayne, John
Marion Michael Morrison

Wilder, Gene
Jerome Silberman

Winters, Shelly
Shirley Schrift

Wood, Natalie
Natasha Nikoleauna Gurdin

Wyman, Jane
Sarah Jane Fulks

Es probable que esta lista haya causado más de una sorpresas.
¿Podría tal vez Fred Astaire haber llegado a donde llegó si hubiese optado por que lo siguieran llamando con su nombre familiar Frederick Austerlitz?

¿O habría Rita Hayworth logrado convertirse en el símbolo del glamour hollywoodense con el nombre que figuraba en su documento de identidad, Margarita Carmen Cansino?

Nunca lo averiguaremos.

Lo cierto es que el lenguaje – y más precisamente los nombres que asignamos a las cosas y las personas – imprime imágenes muy fuertes en nuestro subconsciente, que llegan al punto de provocar la sensación de que existe una relación “lógica” entre al cosa (o la persona) y el nombre con que se la conoce.

Los nombres en el ámbito empresario

Chukwunweike Oduh, un gerente nigeriano de 37 años, decidió cambiar su nombre auténtico (que además tiene un determinado sentido ancestral porque en Nigeria significa “Dios tiene poder”) por uno similar, más corto y muy común en Estados Unidos: Chuck. ¿La razón? Está harto de que los estadounidenses pronuncien mal su nombre y teme que su apellido termine siendo un obstáculo para triunfar en ese país.

Aloke Majumdar, por ejemplo, cuando llegó de la India en 1987 para hacer sus estudios de posgrado, encontró que sus compañeros y profesores con frecuencia hacían una pausa antes de lograr pronunciar su nombre: ¿A-low-kee? ¿A-lock? Luego, “cuando le daba a la gente mi tarjeta de presentación, ellos la miraban y tardaban en reaccionar”, dice Majumdar. Hoy, tiene 32 años, es empresario de Internet y trabaja en Denver. Hace relativamente poco tiempo cambio de nombre y apellido para convertirse en Al Major. “Simplemente quería que la gente me llamara correctamente”, dice.

Chuck y Major no son los únicos que han dado este paso. Un tribunal civil de Nueva York, para citar un caso, manejó en un año unas 1.200 solicitudes de personas que querían cambiar su nombre. En el casillero del formulario que solicitaba el motivo, la mayoría ponía “para que suene más estadounidense”.

En un día cualquiera, por lo menos cinco o seis cambian legalmente su nombre, dice la jueza Maxine Archer, del Tribunal Civil de Brooklyn, Nueva York. Los funcionarios del juzgado dicen que la mayoría lo hace porque cree que a la larga sus nombres pueden afectar sus negocios o su ascenso y progreso en el mundo empresarial de EE.UU.

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