Management: ¿por qué el éxodo de directivos en Citigroup?

Pocos medios tocan el asunto, pero algo pasa. Mientras Sanford Weill quiere dejar la presidencia de junta a cambio de prebendas, el número dos –Robert Willumstad- y Marjorie Magner (banca minorista global) han resuelto marcharse.

25 agosto, 2005

Los pocos comentarios circulantes atribuyen el éxodo a un cambio de orientación en la mayor entidad financiera del mundo. “El banco está reformándose”, sostuvo el “Wall Street Journal” en la web. A su juicio y el de publicaciones británicas, el abogado Charles Prince –desplazó en 2003 de la conducción ejecutiva a Weill- va descartando políticas de rápida expansión en servicios e ingresos por un enfoque más de largo plazo y menos agresivo.

“Weill y su antecesor, John Reed, veìan a Citi como simple negocio. Pero Prince –apuntaba el “Financial Times”- estima que una banca de ese tamaño es, casi, una institución pública”. Menos líricos, medios suizos y alemanes creen que Prince sólo busca calafatear la endeble imagen del gigante, fruto de abusos en materia de bonos (Londres), banca privada (Tokio) y otros deslices. Pero esos casos salieron a luz en 2004, bajo el actual CEO.

Cabe acotar que quienes están abandonando el barco eran muy allegados a Weill y no congeniaban con el nuevo estilo de management. Bajo el ex presidente ejecutivo –que provenía de Travelers’ Group, no de Citicorp-, las estrategias se decidían dentro de un pequeño grupo de colaboradores, en tanto los ejecutivos sectoriales gozaban de amplia autonomía.

Al revés, Prince ha creado comités de supervisión, les ha incorporado abogados o auditores y, con frecuencia, resuelve por su cuenta. No tiene amigos personales en el grupo y no lleva la vida social de Weill o, antes, Reed y sus allegados (por ejemplo, Richard Handley y Richard Stanley). En verdad, Weill, Willumstad –un clon suyo- y Magner han dicho que se sentían marginados por la nueva conducción.

A criterio de varios analistas, a ambos lados del Atlántico y el Pacìfico, el deterioro de la gestión Weill tornaba inevitables reformas que el propio Prince hubiese querido postergar otro par de años. Hubo tres detonantes de ribetes escandalosos, el año pasado. Primero, Japón le retiró a Citigroup la autorización para operar como banca privada, por maniobras ilícitas con derivados. Después, la autoridad reguladora británica le abrió sumario por operaciones indebidas con bonos públicos.

En tercer lugar, la Comisión federal de comercio (EE.UU.) acusó a la división banca minorista por marketing y publicidad engañosos. Era el feudo de Magner, claro. Pero el golpe de gracia data de marzo: la propia Reserva Federal neoyorquina le prohibió a Citigroup encarar fusiones y adquisiciones, o intervenir en ellas, mientras no mejore su situación ante todas las instancias regulatorias. Dentro y fuera del país.

Los pocos comentarios circulantes atribuyen el éxodo a un cambio de orientación en la mayor entidad financiera del mundo. “El banco está reformándose”, sostuvo el “Wall Street Journal” en la web. A su juicio y el de publicaciones británicas, el abogado Charles Prince –desplazó en 2003 de la conducción ejecutiva a Weill- va descartando políticas de rápida expansión en servicios e ingresos por un enfoque más de largo plazo y menos agresivo.

“Weill y su antecesor, John Reed, veìan a Citi como simple negocio. Pero Prince –apuntaba el “Financial Times”- estima que una banca de ese tamaño es, casi, una institución pública”. Menos líricos, medios suizos y alemanes creen que Prince sólo busca calafatear la endeble imagen del gigante, fruto de abusos en materia de bonos (Londres), banca privada (Tokio) y otros deslices. Pero esos casos salieron a luz en 2004, bajo el actual CEO.

Cabe acotar que quienes están abandonando el barco eran muy allegados a Weill y no congeniaban con el nuevo estilo de management. Bajo el ex presidente ejecutivo –que provenía de Travelers’ Group, no de Citicorp-, las estrategias se decidían dentro de un pequeño grupo de colaboradores, en tanto los ejecutivos sectoriales gozaban de amplia autonomía.

Al revés, Prince ha creado comités de supervisión, les ha incorporado abogados o auditores y, con frecuencia, resuelve por su cuenta. No tiene amigos personales en el grupo y no lleva la vida social de Weill o, antes, Reed y sus allegados (por ejemplo, Richard Handley y Richard Stanley). En verdad, Weill, Willumstad –un clon suyo- y Magner han dicho que se sentían marginados por la nueva conducción.

A criterio de varios analistas, a ambos lados del Atlántico y el Pacìfico, el deterioro de la gestión Weill tornaba inevitables reformas que el propio Prince hubiese querido postergar otro par de años. Hubo tres detonantes de ribetes escandalosos, el año pasado. Primero, Japón le retiró a Citigroup la autorización para operar como banca privada, por maniobras ilícitas con derivados. Después, la autoridad reguladora británica le abrió sumario por operaciones indebidas con bonos públicos.

En tercer lugar, la Comisión federal de comercio (EE.UU.) acusó a la división banca minorista por marketing y publicidad engañosos. Era el feudo de Magner, claro. Pero el golpe de gracia data de marzo: la propia Reserva Federal neoyorquina le prohibió a Citigroup encarar fusiones y adquisiciones, o intervenir en ellas, mientras no mejore su situación ante todas las instancias regulatorias. Dentro y fuera del país.

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