Los nuevos mandatos del mercado laboral

Los cambios siempre son traumáticos. Cada innovación elimina puestos en un sector y los crea en otros. Y pierden los que no se adaptan al nuevo paradigma. Comprender esto es clave para no quedar afuera del mercado de empleo.

19 marzo, 2002

Sean cuales fueren las características estables que, eventualmente, adopte la nueva economía, la cuestión del empleo seguirá pesando. Aun en las economías centrales. Naturalmente, para entender los problemas ocupacionales del momento hay que asociarlos a lo que el analista económico estadounidense Robert Samuelson, Eisaku Ishihara –experto en hardware de vanguardia- o el italiano Andrea Lawendel (consultor en materia de Internet) definen como la mayor revolución tecnológica de la historia capitalista.

En similar plano, quienes adhieren a teorías identifican el advenimiento de la nueva economía con drásticos cambios que parecen producirse cada 200 años, desde el Renacimiento occidental, y dan vuelta las reglas conocidas hasta ese momento. Según esta óptica, las transformaciones anteriores fueron la difusión de la imprenta con tipos móviles a mediados del siglo XV–llevó a la alfabetización masiva- y la primera revolución industrial, a fines del siglo XVII.

La revolución de Johannes Gutenberg fue socialmente traumática. Basta imaginar su impacto en pueblos que recién salían del medioevo, un mundo estable, donde cada uno tenía su lugar, inmutable y seguro. Ya nada sería igual para quienes ignorasen las nuevas reglas de juego: no bastaban los brazos fuertes; ahora había que leer, escribir, aprender, informarse y capacitarse. Muchos fueron quedándose sin trabajo, sencillamente porque iban desapareciendo puestos. Era un cambio estructural, no político ni ideológico, aunque después sus efectos sí lo fueran.

Entre la revolución Gutenberg y la del telar mecánico (Holanda e Inglaterra, 1688), quedó marginada 70% de la población en Europa occidental, que era analfabeta. Pero también quedaron al costado países e imperios dentro o fuera del Viejo Continente. Como se ve, entonces, la globalización –como licuación de ámbitos nacionales- no es una novedad.

Ganadores y perdedores

Justamente en ese plano, la etapa actual no es una excepción. El total global de empleos casi no se ha modificado, pero hoy están en otra parte del mapa o en otros segmentos del mercado. Ha cambiado, por el contrario, el tipo de preparación requerido. Por ende, mientras muchos ya no consiguen trabajo en el mundo moderno, otros son desesperadamente buscados. Como otrora la imprenta y el telar mecánico, la informática y la matriz de la actual globalización, el sector financiero virtual, privilegian una clase de oferta laboral y no otras.

Se trata del grupo donde figuran quienes saben computación e idiomas, operan con instrumentos financieros complejos o desarrollan aptitudes de organización , liderazgo y negociación, además de lo específicamente necesario para su ramo. Paralela e inversamente, las universidades siguen produciendo cada vez más gente en sectores que necesitan cada vez menos y manteniendo costosas carreras sin utilidad posterior para quienes deban ganarse la vida.

El desempleo, por consiguiente, es un problema de tres dimensiones: política, social y corporativa. La primera les cabe a los gobiernos, que deben promover encuadres jurídicos y educativos sensibles al cambio. La parte social involucra a las personas y a sus elecciones de carrera, aprendizaje o reaprendizaje. En cuanto al aspecto corporativo, empieza a manifestarse vía empresas capacitadoras que toman parte activa en la educación a través de programas basados en situaciones reales.

Oportunidades siglo XXI

¿Dónde estarán, pues, las oportunidades de empleo en el siglo XXI y dónde las habrá cada día menos?
Debido, precisamente, a que la característica de esta transición es la velocidad de sus cambios, parece aventurado predecir qué ocurrirá en el largo plazo. Pero no es difícil localizar las oportunidades para la década que comienza.

Primeramente, hay que ubicar las áreas donde pueden aumentar o ingresar capitales disponibles y donde se estancará o se reducirá el flujo de dinero. Al respecto, los pronósticos de varios expertos, aparecidos durante el último trimestre de 2000, pueden sintetizarse como sigue:

– Sólo 3% de la fuerza laboral en el Primer Mundo quedará en la agricultura en forma de esfuerzo manual. Las grandes corporaciones agrícolas reemplazan a las chacras unifamiliares, las combinan en grandes unidades cosechadoras y las mecanizan totalmente, guiadas por una planificación computarizada de producción, ventas y precios en escala mundial. Los componentes innovadores, sobre todo biotecnológicos, simplemente aceleran esas tendencias:

– Apenas 16 % de toda la fuerza de trabajo se empleará en la fabricación actual. Muchas labores de la clase media serán sustituidas por la automatización, a su vez totalmente informatizada.

– 20% de la población adulta activa se dedicará a trabajos por ahora no reemplazables por la computadora.. – El 61% restante se dedicará a tareas profesionales y servicios públicos estatales o privados.

Felices los irremplazables

El corolario es simple: si más de la mitad del empleo en el futuro cercano exige tratar con gente, ahí están las oportunidades. Como señalan, también, analistas europeos, el empleo estará en servicios personales tan necesarios que no pueden reemplazarse por ninguna computadora; por ejemplo, la dirección de compañías y sus elencos gerenciales. Por lo menos, hasta que surjan androides con cerebros autómatas, previsto en libros como Robot: from mere machine to trascendent mind (Hans Moravec) o The age of spiritual machines (Ray Kurzweil).

Los cargos de dirección tienen visos de irremplazables, ya que en ese nivel se decide qué deben computar las computadoras, qué se hará, con qué planes y qué programas. Tampoco serían fáciles de sustituir, en un futuro razonable, las personas con ideas creativas. Las computadoras podrán ayudar a medir la factibilidad de una idea o estimar su provecho potencial. Pero, primero, alguien debe tener esa idea.

Por otras razones, los servicios profesionales o cualquier actividad que requieran trato con la gente o relaciones interpersonales figuran entre lo más necesario en cualquier escenario trazado hasta por lo menos 2020. Quien se capaciten en negociación, liderazgo u organización serán imprescindibles. Se cierra, en este punto, la parábola iniciada por Gutenberg hace 550 años: cada revolución tecnológica tiende a elevar el piso de educación, conocimiento y aptitudes exigido a la fuerza de trabajo.

Sean cuales fueren las características estables que, eventualmente, adopte la nueva economía, la cuestión del empleo seguirá pesando. Aun en las economías centrales. Naturalmente, para entender los problemas ocupacionales del momento hay que asociarlos a lo que el analista económico estadounidense Robert Samuelson, Eisaku Ishihara –experto en hardware de vanguardia- o el italiano Andrea Lawendel (consultor en materia de Internet) definen como la mayor revolución tecnológica de la historia capitalista.

En similar plano, quienes adhieren a teorías identifican el advenimiento de la nueva economía con drásticos cambios que parecen producirse cada 200 años, desde el Renacimiento occidental, y dan vuelta las reglas conocidas hasta ese momento. Según esta óptica, las transformaciones anteriores fueron la difusión de la imprenta con tipos móviles a mediados del siglo XV–llevó a la alfabetización masiva- y la primera revolución industrial, a fines del siglo XVII.

La revolución de Johannes Gutenberg fue socialmente traumática. Basta imaginar su impacto en pueblos que recién salían del medioevo, un mundo estable, donde cada uno tenía su lugar, inmutable y seguro. Ya nada sería igual para quienes ignorasen las nuevas reglas de juego: no bastaban los brazos fuertes; ahora había que leer, escribir, aprender, informarse y capacitarse. Muchos fueron quedándose sin trabajo, sencillamente porque iban desapareciendo puestos. Era un cambio estructural, no político ni ideológico, aunque después sus efectos sí lo fueran.

Entre la revolución Gutenberg y la del telar mecánico (Holanda e Inglaterra, 1688), quedó marginada 70% de la población en Europa occidental, que era analfabeta. Pero también quedaron al costado países e imperios dentro o fuera del Viejo Continente. Como se ve, entonces, la globalización –como licuación de ámbitos nacionales- no es una novedad.

Ganadores y perdedores

Justamente en ese plano, la etapa actual no es una excepción. El total global de empleos casi no se ha modificado, pero hoy están en otra parte del mapa o en otros segmentos del mercado. Ha cambiado, por el contrario, el tipo de preparación requerido. Por ende, mientras muchos ya no consiguen trabajo en el mundo moderno, otros son desesperadamente buscados. Como otrora la imprenta y el telar mecánico, la informática y la matriz de la actual globalización, el sector financiero virtual, privilegian una clase de oferta laboral y no otras.

Se trata del grupo donde figuran quienes saben computación e idiomas, operan con instrumentos financieros complejos o desarrollan aptitudes de organización , liderazgo y negociación, además de lo específicamente necesario para su ramo. Paralela e inversamente, las universidades siguen produciendo cada vez más gente en sectores que necesitan cada vez menos y manteniendo costosas carreras sin utilidad posterior para quienes deban ganarse la vida.

El desempleo, por consiguiente, es un problema de tres dimensiones: política, social y corporativa. La primera les cabe a los gobiernos, que deben promover encuadres jurídicos y educativos sensibles al cambio. La parte social involucra a las personas y a sus elecciones de carrera, aprendizaje o reaprendizaje. En cuanto al aspecto corporativo, empieza a manifestarse vía empresas capacitadoras que toman parte activa en la educación a través de programas basados en situaciones reales.

Oportunidades siglo XXI

¿Dónde estarán, pues, las oportunidades de empleo en el siglo XXI y dónde las habrá cada día menos?
Debido, precisamente, a que la característica de esta transición es la velocidad de sus cambios, parece aventurado predecir qué ocurrirá en el largo plazo. Pero no es difícil localizar las oportunidades para la década que comienza.

Primeramente, hay que ubicar las áreas donde pueden aumentar o ingresar capitales disponibles y donde se estancará o se reducirá el flujo de dinero. Al respecto, los pronósticos de varios expertos, aparecidos durante el último trimestre de 2000, pueden sintetizarse como sigue:

– Sólo 3% de la fuerza laboral en el Primer Mundo quedará en la agricultura en forma de esfuerzo manual. Las grandes corporaciones agrícolas reemplazan a las chacras unifamiliares, las combinan en grandes unidades cosechadoras y las mecanizan totalmente, guiadas por una planificación computarizada de producción, ventas y precios en escala mundial. Los componentes innovadores, sobre todo biotecnológicos, simplemente aceleran esas tendencias:

– Apenas 16 % de toda la fuerza de trabajo se empleará en la fabricación actual. Muchas labores de la clase media serán sustituidas por la automatización, a su vez totalmente informatizada.

– 20% de la población adulta activa se dedicará a trabajos por ahora no reemplazables por la computadora.. – El 61% restante se dedicará a tareas profesionales y servicios públicos estatales o privados.

Felices los irremplazables

El corolario es simple: si más de la mitad del empleo en el futuro cercano exige tratar con gente, ahí están las oportunidades. Como señalan, también, analistas europeos, el empleo estará en servicios personales tan necesarios que no pueden reemplazarse por ninguna computadora; por ejemplo, la dirección de compañías y sus elencos gerenciales. Por lo menos, hasta que surjan androides con cerebros autómatas, previsto en libros como Robot: from mere machine to trascendent mind (Hans Moravec) o The age of spiritual machines (Ray Kurzweil).

Los cargos de dirección tienen visos de irremplazables, ya que en ese nivel se decide qué deben computar las computadoras, qué se hará, con qué planes y qué programas. Tampoco serían fáciles de sustituir, en un futuro razonable, las personas con ideas creativas. Las computadoras podrán ayudar a medir la factibilidad de una idea o estimar su provecho potencial. Pero, primero, alguien debe tener esa idea.

Por otras razones, los servicios profesionales o cualquier actividad que requieran trato con la gente o relaciones interpersonales figuran entre lo más necesario en cualquier escenario trazado hasta por lo menos 2020. Quien se capaciten en negociación, liderazgo u organización serán imprescindibles. Se cierra, en este punto, la parábola iniciada por Gutenberg hace 550 años: cada revolución tecnológica tiende a elevar el piso de educación, conocimiento y aptitudes exigido a la fuerza de trabajo.

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