Los Estados Unidos de la rúcula

En el gran país del norte conviven armoniosamente el amor por la hamburguesa y la pizza con el té verde, el vino bueno y la comida gourmet. Hoy las cadenas de comida rápida intentan aprovechar también la mística de la comida gourmet.

28 marzo, 2007

Dos libros de reciente aparición ponen de manifiesto una contradicción en la evolución del paladar de la población estadounidense. En los últimos 20 años los norteamericanos aprendieron a adorar la pizza, la hamburguesa, las gaseosas y los caramelos. Pero también en ese mismo período fueron aprendiendo paulatinamente a apreciar el queso importado, las verduras orgánicas y exóticas, el agua mineral y el café saborizado. Aproximadamente 20% de la población total come tres veces por semana en lugares de comida rápida y 15% bebe una taza de café especial todos los días.

Veinte años atrás, la dieta era muy diferente. En los supermercados los quesos eran locales, el café era instantáneo, el jugo de naranja venía en botellas plásticas y la lechuga era de sólo dos clases.

Hoy, los consumidores comen cosas que hace 20 años habrían rechazado de plano – sushi, tofu, brotes — y llenan sus alacenas con ingredientes desconocidos hasta hace algunos años: aceite de oliva extra virgen, aceto balsámico, queso de cabra, tomates secos y vegetales exóticos como la rúcula.

En libro que Eric Schlosser tituló “Fast Food Nation: The Dark Side of the All-American Meal”, muestra que Estados Unidos se está convirtiendo en una nación de obesos con comida barata y fácil perfeccionada por cadenas multimillonarias como McDonald´s, Wendy´s y Burger King. David Kamp muestra la otra cara en “In The United States of Arugula: How We Became a Gourmet Nation”. Allí dice que precisamente cuando la comida rápida se incorporó a la cultura nacional, también surgió un ideal de comida fina. “Puede que seamos adictos a las grasas, al azúcar, sal y comidas al paso, pero también reverenciamos el cappucchino, las croissants y la rúcula.

Kamp explica que la Segunda Guerra Mundial llevó el placer de la fina cocina francesa a Estados Unidos; cuenta cómo llegaron a Nueva York oleadas de cocineros franceses en busca de refugio y y en poco tiempo instalaron restaurantes que pronto fueron un éxito. Paralelamente, los soldados en el extranjero conocían nuevos mundos culinarios. Y así, hubo novedades en casa y experiencias con la cocina europea, El paladar del estadounidense, costumbrado a la comida insípida y poco imaginativa, cambió para siempre.
Su narrativa es optimista: “La comida es un área de la vida norteamericana donde las cosas van a seguir mejorando”..

“Los Estados Unidos de la rúcula” es más que una historia de los hábitos alimentarios del país. También es un compendio de los grandes golpes económicos de la cocina estadounidense; los libros de gran popularidad, los restaurantes de más éxito y la creación de mercados totalmente nuevos para agricultores, comerciantes y chefs.

Dos libros de reciente aparición ponen de manifiesto una contradicción en la evolución del paladar de la población estadounidense. En los últimos 20 años los norteamericanos aprendieron a adorar la pizza, la hamburguesa, las gaseosas y los caramelos. Pero también en ese mismo período fueron aprendiendo paulatinamente a apreciar el queso importado, las verduras orgánicas y exóticas, el agua mineral y el café saborizado. Aproximadamente 20% de la población total come tres veces por semana en lugares de comida rápida y 15% bebe una taza de café especial todos los días.

Veinte años atrás, la dieta era muy diferente. En los supermercados los quesos eran locales, el café era instantáneo, el jugo de naranja venía en botellas plásticas y la lechuga era de sólo dos clases.

Hoy, los consumidores comen cosas que hace 20 años habrían rechazado de plano – sushi, tofu, brotes — y llenan sus alacenas con ingredientes desconocidos hasta hace algunos años: aceite de oliva extra virgen, aceto balsámico, queso de cabra, tomates secos y vegetales exóticos como la rúcula.

En libro que Eric Schlosser tituló “Fast Food Nation: The Dark Side of the All-American Meal”, muestra que Estados Unidos se está convirtiendo en una nación de obesos con comida barata y fácil perfeccionada por cadenas multimillonarias como McDonald´s, Wendy´s y Burger King. David Kamp muestra la otra cara en “In The United States of Arugula: How We Became a Gourmet Nation”. Allí dice que precisamente cuando la comida rápida se incorporó a la cultura nacional, también surgió un ideal de comida fina. “Puede que seamos adictos a las grasas, al azúcar, sal y comidas al paso, pero también reverenciamos el cappucchino, las croissants y la rúcula.

Kamp explica que la Segunda Guerra Mundial llevó el placer de la fina cocina francesa a Estados Unidos; cuenta cómo llegaron a Nueva York oleadas de cocineros franceses en busca de refugio y y en poco tiempo instalaron restaurantes que pronto fueron un éxito. Paralelamente, los soldados en el extranjero conocían nuevos mundos culinarios. Y así, hubo novedades en casa y experiencias con la cocina europea, El paladar del estadounidense, costumbrado a la comida insípida y poco imaginativa, cambió para siempre.
Su narrativa es optimista: “La comida es un área de la vida norteamericana donde las cosas van a seguir mejorando”..

“Los Estados Unidos de la rúcula” es más que una historia de los hábitos alimentarios del país. También es un compendio de los grandes golpes económicos de la cocina estadounidense; los libros de gran popularidad, los restaurantes de más éxito y la creación de mercados totalmente nuevos para agricultores, comerciantes y chefs.

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