La importancia de pensar en conjunto

Los profesionales locales han alcanzado un alto grado de excelencia y reconocimiento en su labor, pero siguen sin poder encauzar y jerarquizar al Círculo de Creativos, la institución que los agrupa, y que sigue debatiéndose en enfrentamientos.

16 noviembre, 2000

Pocos dudan de que en los últimos años la creatividad publicitaria local alcanzó un alto nivel de excelencia.

Los premios en los más importantes certámenes internacionales, la satisfacción de los anunciantes y la reacción del destinatario de los mensajes –el público, que consume y festeja los buenos avisos– son buena prueba de esa realidad.

Claro que hubo otras épocas doradas y grandes maestros que marcaron su impronta en la actividad. Pero, precisamente, eran otras épocas.

A las camadas jóvenes que irrumpieron con su talento y desenfado a hacer lo que tenían que hacer –romper códigos establecidos y recrear– les tocó crecer y tener éxito en una era signada por la alta exposición mediática, la frivolidad, el escaso o nulo sentido de solidaridad, el individualismo a ultranza. Tiempos difíciles para pensar en plural y actuar en consecuencia.

Los profesionales de cualquier rubro han tendido siempre a agruparse para defender objetivos comunes: defender y jerarquizar su trabajo, generar ámbitos que faciliten su propio perfeccionamiento y el de los jóvenes que vienen detrás, dejar testimonio de sus logros. Esos seguramente deben haber sido los motivos fundacionales del Círculo de Creativos.

Sin embargo, estos últimos años, que fueron de bonanza para el negocio publicitario y de excelencia en el nivel creativo, pasaron para el Círculo con mucha pena y nada de gloria.

Sólo la muestra anual –certamen que una y otra vez suscitó rencillas y cuestionamientos de todas las especies–, dio cuenta de su existencia. Ni siquiera quedó el registro de lo mucho y bueno que se produjo.

No cabe dudar de que deben haber existido las buenas intenciones, por lo que las causas de este estado de cosas habrá que buscarlas en otro lugar.

Evidentemente, hombres y mujeres que llegan al mejor momento de su carrera y tienen que trabajar días y noches a full no están en las mejores condiciones para dedicarse a llevar adelante una organización profesional, tarea que demanda una cuota importante de tiempo y energía.

Pero, así como sirve mirar las tortas internacionales, puede resultar interesante observar las experiencias ajenas para ver cómo resolvieron esta cuestión.

Hay dos modelos que son muy parecidos, tanto en su estructura como en su prestigio: el británico D&AD y el estadounidense One Club.

Ambos están fuertemente orientados a la formación, y a la elevación del nivel de excelencia; organizan seminarios, están conectados con las instituciones educativas de su especialidad, otorgan becas.

Por supuesto, ambos tienen su propio certamen –cuyos premios figuran entre los más cotizados del mundo– y editan sus libros, videos y CDRom.

Los popes publicitarios británicos y estadounidenses tampoco tienen tiempo para dedicarse a manejar sus instituciones. Pero, decididos a tenerlas, encontraron un mecanismo que funciona bien: contratar uno o dos managers profesionales que se ocupan de la gestión, del día a día, mientras el consejo directivo se limita a fijar los objetivos y controlar que se cumplan.

Quizá sea una alternativa digna de reflexión, o tal vez existan otras igualmente viables. Pero la madurez de la creatividad local se merece un círculo mucho más redondo.

Pocos dudan de que en los últimos años la creatividad publicitaria local alcanzó un alto nivel de excelencia.

Los premios en los más importantes certámenes internacionales, la satisfacción de los anunciantes y la reacción del destinatario de los mensajes –el público, que consume y festeja los buenos avisos– son buena prueba de esa realidad.

Claro que hubo otras épocas doradas y grandes maestros que marcaron su impronta en la actividad. Pero, precisamente, eran otras épocas.

A las camadas jóvenes que irrumpieron con su talento y desenfado a hacer lo que tenían que hacer –romper códigos establecidos y recrear– les tocó crecer y tener éxito en una era signada por la alta exposición mediática, la frivolidad, el escaso o nulo sentido de solidaridad, el individualismo a ultranza. Tiempos difíciles para pensar en plural y actuar en consecuencia.

Los profesionales de cualquier rubro han tendido siempre a agruparse para defender objetivos comunes: defender y jerarquizar su trabajo, generar ámbitos que faciliten su propio perfeccionamiento y el de los jóvenes que vienen detrás, dejar testimonio de sus logros. Esos seguramente deben haber sido los motivos fundacionales del Círculo de Creativos.

Sin embargo, estos últimos años, que fueron de bonanza para el negocio publicitario y de excelencia en el nivel creativo, pasaron para el Círculo con mucha pena y nada de gloria.

Sólo la muestra anual –certamen que una y otra vez suscitó rencillas y cuestionamientos de todas las especies–, dio cuenta de su existencia. Ni siquiera quedó el registro de lo mucho y bueno que se produjo.

No cabe dudar de que deben haber existido las buenas intenciones, por lo que las causas de este estado de cosas habrá que buscarlas en otro lugar.

Evidentemente, hombres y mujeres que llegan al mejor momento de su carrera y tienen que trabajar días y noches a full no están en las mejores condiciones para dedicarse a llevar adelante una organización profesional, tarea que demanda una cuota importante de tiempo y energía.

Pero, así como sirve mirar las tortas internacionales, puede resultar interesante observar las experiencias ajenas para ver cómo resolvieron esta cuestión.

Hay dos modelos que son muy parecidos, tanto en su estructura como en su prestigio: el británico D&AD y el estadounidense One Club.

Ambos están fuertemente orientados a la formación, y a la elevación del nivel de excelencia; organizan seminarios, están conectados con las instituciones educativas de su especialidad, otorgan becas.

Por supuesto, ambos tienen su propio certamen –cuyos premios figuran entre los más cotizados del mundo– y editan sus libros, videos y CDRom.

Los popes publicitarios británicos y estadounidenses tampoco tienen tiempo para dedicarse a manejar sus instituciones. Pero, decididos a tenerlas, encontraron un mecanismo que funciona bien: contratar uno o dos managers profesionales que se ocupan de la gestión, del día a día, mientras el consejo directivo se limita a fijar los objetivos y controlar que se cumplan.

Quizá sea una alternativa digna de reflexión, o tal vez existan otras igualmente viables. Pero la madurez de la creatividad local se merece un círculo mucho más redondo.

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