La generación del milenio (III)

La categorización –como todas las de este tipo– pertenece a Estados Unidos. Ni X ni Y, dicen los expertos Neil Howe y William Strauss. Cómo son y qué buscan. Ultima entrega.

12 septiembre, 2000

Si a los adultos no terminan de reconocer estos cambios –y si los padres tienden a verlos en sus propios hijos más que en los demás– es porque la generación del milenio sigue bañada en una pátina de cultura joven que no le es propia.

Hay que mirar debajo de la superficie, así como había que mirar para reconocer hacia dónde iban los chicos Boomers en los ´60 o los X en los ´80.

Claro que hay muchos chicos que mienten o engañan o maldicen o aun peor. Lo que sorprende es que se repriman a pesar del bajo nivel de tolerancia de muchos adultos.

Muchos chicos también creen que se les está exigiendo que cumplan con niveles éticos o culturales más altos que los que respetan muchos adultos (esto coincide por lo menos con cifras que muestran que por cada una muerte por sobredosis entre personas de menos de 21 años hay 25 casos entre los de 30 a 50 años).

Lo que muchos chicos quieren no es reglas más fáciles, sino reglas que se hagan cumplir con más consistencia. “Si tenemos tolerancia cero para los drogadictos, ¿porqué no las tenemos también para los que se copian en un examen?”.

Los adultos, mientras tanto, han mostrado un cambio fenomenal en sus actitudes hacia el mundo infantil. Cayeron las tasas de divorcios y abortos.

Los votantes consideran que los daños hacia los niños –sea el abuso familiar o la violencia en escuelas, la violencia de la cultura popular o las enormes deudas federales–son mucho menos tolerables hoy que hace una década.

Año a año los adultos van estructurando el día de los niños cada vez más. Tienen más deberes y cosas que hacer en la casa, ven menos horas de televisión.

Desde 1981 a 1997, según los investigadores de la Universidad de Michigan, el tiempo libre o no supervisado en el día de un niño promedio se ha reducido nada menos que 40%.

Durante los ´80 y los ´90, los estadounidenses mostraron una obsesión colectiva por esta nueva cosecha de niños. Casi todos los temas políticos han sido reetiquetados (como dijo Newsweek) como “kinderpolitics”: si es bueno para los niños, se hace; si no lo es, no se hace.

No hay semana en la que no se escuche algún urgente pronunciamiento sobre la necesidad de que la nación produzca una mejor generación de niños. Y no sólo mejor, sino mejor en una forma especial: más inocente, más educada, más aplicada y con más conciencia cívica.

Si a los adultos no terminan de reconocer estos cambios –y si los padres tienden a verlos en sus propios hijos más que en los demás– es porque la generación del milenio sigue bañada en una pátina de cultura joven que no le es propia.

Hay que mirar debajo de la superficie, así como había que mirar para reconocer hacia dónde iban los chicos Boomers en los ´60 o los X en los ´80.

Claro que hay muchos chicos que mienten o engañan o maldicen o aun peor. Lo que sorprende es que se repriman a pesar del bajo nivel de tolerancia de muchos adultos.

Muchos chicos también creen que se les está exigiendo que cumplan con niveles éticos o culturales más altos que los que respetan muchos adultos (esto coincide por lo menos con cifras que muestran que por cada una muerte por sobredosis entre personas de menos de 21 años hay 25 casos entre los de 30 a 50 años).

Lo que muchos chicos quieren no es reglas más fáciles, sino reglas que se hagan cumplir con más consistencia. “Si tenemos tolerancia cero para los drogadictos, ¿porqué no las tenemos también para los que se copian en un examen?”.

Los adultos, mientras tanto, han mostrado un cambio fenomenal en sus actitudes hacia el mundo infantil. Cayeron las tasas de divorcios y abortos.

Los votantes consideran que los daños hacia los niños –sea el abuso familiar o la violencia en escuelas, la violencia de la cultura popular o las enormes deudas federales–son mucho menos tolerables hoy que hace una década.

Año a año los adultos van estructurando el día de los niños cada vez más. Tienen más deberes y cosas que hacer en la casa, ven menos horas de televisión.

Desde 1981 a 1997, según los investigadores de la Universidad de Michigan, el tiempo libre o no supervisado en el día de un niño promedio se ha reducido nada menos que 40%.

Durante los ´80 y los ´90, los estadounidenses mostraron una obsesión colectiva por esta nueva cosecha de niños. Casi todos los temas políticos han sido reetiquetados (como dijo Newsweek) como “kinderpolitics”: si es bueno para los niños, se hace; si no lo es, no se hace.

No hay semana en la que no se escuche algún urgente pronunciamiento sobre la necesidad de que la nación produzca una mejor generación de niños. Y no sólo mejor, sino mejor en una forma especial: más inocente, más educada, más aplicada y con más conciencia cívica.

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