La generación del milenio (I)

La categorización –como todas las de este tipo– pertenece a Estados Unidos. Ni X ni Y, dicen los expertos Neil Howe y William Strauss. Cómo son y qué buscan. Primera entrega.

10 septiembre, 2000

Apenas un adulto de cada tres cree que los niños de hoy, cuando crezcan, harán de este mundo un lugar mejor. Así informa una reciente encuesta estadounidense.

Quien lea los diarios –sostienen los expertos Neil Howe y William Strauss– puede pensar que las escuelas estadounidenses están llenas de niños que no saben leer, que se pelean en los pasillos, que gastan su dinero en golosinas y les importa un bledo quién está al frente del país.

Es fácil inferir de allí que la próxima camada de jóvenes continuará por este camino, abierto primero por la generación del Baby Boom y luego por la Generación X, hacia una actitud todavía más egoísta e individualista, hacia una mayor irreverencia y transgresión y hacia una subdivisión más intensa de objetivos en la vida.

Una generación que respete todavía menos la cultura heredada. Una generación dispuesta a correr más riesgos en el terreno del sexo, las drogas y el crimen. Una generación todavía más apática en política que la anterior.

Algunos gurúes –marketineros, especialmente– comienzan ya a llamarla la Generación Y, como si estos niños fueran la Generación X elevada al cuadrado. Totalmente deprimente. Totalmente equivocado.

Cualquiera sea el momento que vivan, los estadounidenses siempre imaginan que el futuro será una extensión lineal del pasado reciente. Pero eso nunca ocurre, ni con las sociedades ni con las generaciones.

En la década de los ’60 muchos expertos suponían que el enorme grupo de niños que dio en llamarse el Baby Boom crecería todavía más maleable y conformista que la Generación Silenciosa que les precedió (una generación que masivamente se vistió de franela gris).

Las autoridades universitarias vaticinaban una nueva cosecha de tecnócratas serios, y la cultura joven todavía estaba plagada de alegres y felices películas playeras.

Los grandes nombres de la ciencia social –desde Margaret Mead hasta Erik Erikson– no detectaron ninguna pista que indicara la revolución joven que estaba a punto de explotar.

Veinte años más tarde, al comenzar la década de los ’80, los expertos comenzaron a hablar del surgimiento de una generación, menos numerosa, de jóvenes post-boom.

¿Cómo serían? El consenso decía que más idealistas, más progresistas y más rebeldes. Marcarían lo que American Demographics llamó “una tendencia en constante alejamiento de las aspiraciones materiales y acercamiento hacia los objetivos no materialistas”.

Un veredicto fácil en un momento en que Paul McCartney y Diane Keaton eran los más grandes íconos de la juventud, pero también un veredicto que se haría añicos al aparecer la personalidad rudimentaria, pragmática, independiente e insolidaria del representante de la Generación X, sólo unos pocos años después.

Hoy han pasado otros 20 años, de modo que es momento para otra sorpresa. El nombre de Generación Y implica que la trayectoria de la vida futura de los niños de hoy podría describirse bastante bien como una extensión de la Generación X. Pero eso no ocurrirá.

Apenas un adulto de cada tres cree que los niños de hoy, cuando crezcan, harán de este mundo un lugar mejor. Así informa una reciente encuesta estadounidense.

Quien lea los diarios –sostienen los expertos Neil Howe y William Strauss– puede pensar que las escuelas estadounidenses están llenas de niños que no saben leer, que se pelean en los pasillos, que gastan su dinero en golosinas y les importa un bledo quién está al frente del país.

Es fácil inferir de allí que la próxima camada de jóvenes continuará por este camino, abierto primero por la generación del Baby Boom y luego por la Generación X, hacia una actitud todavía más egoísta e individualista, hacia una mayor irreverencia y transgresión y hacia una subdivisión más intensa de objetivos en la vida.

Una generación que respete todavía menos la cultura heredada. Una generación dispuesta a correr más riesgos en el terreno del sexo, las drogas y el crimen. Una generación todavía más apática en política que la anterior.

Algunos gurúes –marketineros, especialmente– comienzan ya a llamarla la Generación Y, como si estos niños fueran la Generación X elevada al cuadrado. Totalmente deprimente. Totalmente equivocado.

Cualquiera sea el momento que vivan, los estadounidenses siempre imaginan que el futuro será una extensión lineal del pasado reciente. Pero eso nunca ocurre, ni con las sociedades ni con las generaciones.

En la década de los ’60 muchos expertos suponían que el enorme grupo de niños que dio en llamarse el Baby Boom crecería todavía más maleable y conformista que la Generación Silenciosa que les precedió (una generación que masivamente se vistió de franela gris).

Las autoridades universitarias vaticinaban una nueva cosecha de tecnócratas serios, y la cultura joven todavía estaba plagada de alegres y felices películas playeras.

Los grandes nombres de la ciencia social –desde Margaret Mead hasta Erik Erikson– no detectaron ninguna pista que indicara la revolución joven que estaba a punto de explotar.

Veinte años más tarde, al comenzar la década de los ’80, los expertos comenzaron a hablar del surgimiento de una generación, menos numerosa, de jóvenes post-boom.

¿Cómo serían? El consenso decía que más idealistas, más progresistas y más rebeldes. Marcarían lo que American Demographics llamó “una tendencia en constante alejamiento de las aspiraciones materiales y acercamiento hacia los objetivos no materialistas”.

Un veredicto fácil en un momento en que Paul McCartney y Diane Keaton eran los más grandes íconos de la juventud, pero también un veredicto que se haría añicos al aparecer la personalidad rudimentaria, pragmática, independiente e insolidaria del representante de la Generación X, sólo unos pocos años después.

Hoy han pasado otros 20 años, de modo que es momento para otra sorpresa. El nombre de Generación Y implica que la trayectoria de la vida futura de los niños de hoy podría describirse bastante bien como una extensión de la Generación X. Pero eso no ocurrirá.

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