Crisis de liderazgo

El autor Warren Bennis afirma que hay tres grandes peligros en el mundo actual: una guerra nuclear, una enfermedad universal y la desaparición de los líderes. El último es el más urgente porque no se lo reconoce como problema.

19 marzo, 2001

No hay una cura rápida para la crisis de liderazgo, dice Warren Bennis en su libro Managing People is like Herding Cats (Executive Excellence Publishing, US$ 24,95). El título curioso que eligió para su libro — “Dirigir gente es como arriar gatos” –explica gran parte de su popularidad. Bennis comienza por explicar que a las personas — como a los gatos -– no les gusta que les griten. Personas y gatos necesitan buen trato y no toleran que los ignoren.

El autor, refiriéndose a Estados Unidos, sostiene que en el ámbito empresario hay muchos gerentes y pocos líderes. El país pierde ventaja competitiva porque, entre otras cosas, el ánimo de los empleados está más deprimido que nunca y hacen falta dirigentes con carácter y capacidad para evolucionar, personas que no tengan miedo de correr riesgos y que aprendan de sus errores, visionarios sepan inspirar a sus seguidores para que los sigan en su misión.

Los viejos líderes ya no están, pero hay que aprender a cultivar nuevos. Las organizaciones deben instalar un clima positivo que permita la aparición del liderazgo bien entendido.

Crisis de liderazgo

La desaparición de líderes es uno de los tres grandes peligros del mundo actual, tan importante como la posibilidad de una guerra nuclear y la expansión de una epidemia universal. Aunque muchos objetarán la comparación, la falta de líderes es el riesgo más urgente de los tres porque no se lo advierte como tal. Y una sociedad necesita al líder como una persona su cerebro.

El mundo conoció líderes de proporciones colosales. Figuras como Mahatma Gandhi, Albert Schweitzer, Golda Meir, Franklin D. Roosevelt, supieron inflamar a millones detrás de sus ideales. En el ámbito de los negocios, Henry Ford, Thomas Edison , John D. Rockefeller tuvieron una influencia semejante. Líderes como ellos ya no se ven. Hoy hay fama sin logros, forma sin sustancia. Elevamos a la gente no por lo que hace sino por cómo lo hace. Nunca hizo más falta un líder como ahora.

El bien público pasa a segundo plano.

Los estadounidenses siempre valoramos el individualismo, pero a la vez adheríamos a la idea de bien público. Luego llegó la década del ’60 y el lema “uno para todos” fue trocado por “todos para uno”. La de los ’60 fue una década definida por la insatisfacción y el cuestionamiento del status quo. Tuvo líderes como los Kennedy y Martin Luther King. Pero cayeron, y cuando no apareció nadie más para levantar sus banderas nos agrupamos alrededor de diversos intereses, salimos a gritar a favor del cambio y peleamos por el poder.

Pregonamos la superioridad de los derechos individuales por sobre el bien común. Pusimos en duda el derecho del gobierno a ejercer su poder sobre las empresas y el derecho de las empresas a ejercer su poder sobre nuestras personas. Nos convertimos en una sociedad compuesta por adversarios. Todos contra todos.

Y llegó el desaliento. La situación se agravó durante esta última década. La gente perdió la fe. Las empresas optaron por achicarse despidiendo empleados, los gobernantes abusaron de la confianza depositada en ellos, se agrandó la brecha entre ricos y pobres.

Como respuesta a tanta agresión, la gente se repliega. Trabaja, compra y estudia en su casa, filtra las llamadas telefónicas, y opta por no votar.

En todo el mundo los candidatos a gobernar no consiguen la confianza de los votantes. Las tasas de adhesión han caído a niveles alarmantes. Los políticos renuncian sin que haya escándalo, víctimas de la falta de apoyo y simpatía de la gente.

El ámbito de los negocios está plagado del mismo espíritu de desconfianza, suspicacia y egoísmo. Los visionarios fueron reemplazados por gerentes y burócratas que tienen mando pero no talento para avanzar. Las filas están compuestas por jóvenes profesionales urbanos más preocupados por los bienes materiales que por el bien común. Su único norte es la famosa bottom line: la ganancia monetaria.

La única buena noticia en medio de este panorama es la aparición de pequeñas empresas innovadoras, con estructuras chatas y filosofías de cooperación, empresas que comprenden que el recurso más importante de la organización es la gente que trabaja en ella.

Pero hay líderes en potencia. Miles de personas con ideas y deseos de realizarlas esperan su oportunidad. Pero para que la tengan, hace falta que la sociedad instale un clima que permita el desarrollo de las habilidades de dirigencia y del capital intelectual: ideas, innovaciones, aprendizaje. Necesitamos organizaciones que otorguen valor a la gente. Debemos aprender a distinguir entre verdadero liderazgo y aquel que ensalzan los medios.

No hay una cura rápida para la crisis de liderazgo, dice Warren Bennis en su libro Managing People is like Herding Cats (Executive Excellence Publishing, US$ 24,95). El título curioso que eligió para su libro — “Dirigir gente es como arriar gatos” –explica gran parte de su popularidad. Bennis comienza por explicar que a las personas — como a los gatos -– no les gusta que les griten. Personas y gatos necesitan buen trato y no toleran que los ignoren.

El autor, refiriéndose a Estados Unidos, sostiene que en el ámbito empresario hay muchos gerentes y pocos líderes. El país pierde ventaja competitiva porque, entre otras cosas, el ánimo de los empleados está más deprimido que nunca y hacen falta dirigentes con carácter y capacidad para evolucionar, personas que no tengan miedo de correr riesgos y que aprendan de sus errores, visionarios sepan inspirar a sus seguidores para que los sigan en su misión.

Los viejos líderes ya no están, pero hay que aprender a cultivar nuevos. Las organizaciones deben instalar un clima positivo que permita la aparición del liderazgo bien entendido.

Crisis de liderazgo

La desaparición de líderes es uno de los tres grandes peligros del mundo actual, tan importante como la posibilidad de una guerra nuclear y la expansión de una epidemia universal. Aunque muchos objetarán la comparación, la falta de líderes es el riesgo más urgente de los tres porque no se lo advierte como tal. Y una sociedad necesita al líder como una persona su cerebro.

El mundo conoció líderes de proporciones colosales. Figuras como Mahatma Gandhi, Albert Schweitzer, Golda Meir, Franklin D. Roosevelt, supieron inflamar a millones detrás de sus ideales. En el ámbito de los negocios, Henry Ford, Thomas Edison , John D. Rockefeller tuvieron una influencia semejante. Líderes como ellos ya no se ven. Hoy hay fama sin logros, forma sin sustancia. Elevamos a la gente no por lo que hace sino por cómo lo hace. Nunca hizo más falta un líder como ahora.

El bien público pasa a segundo plano.

Los estadounidenses siempre valoramos el individualismo, pero a la vez adheríamos a la idea de bien público. Luego llegó la década del ’60 y el lema “uno para todos” fue trocado por “todos para uno”. La de los ’60 fue una década definida por la insatisfacción y el cuestionamiento del status quo. Tuvo líderes como los Kennedy y Martin Luther King. Pero cayeron, y cuando no apareció nadie más para levantar sus banderas nos agrupamos alrededor de diversos intereses, salimos a gritar a favor del cambio y peleamos por el poder.

Pregonamos la superioridad de los derechos individuales por sobre el bien común. Pusimos en duda el derecho del gobierno a ejercer su poder sobre las empresas y el derecho de las empresas a ejercer su poder sobre nuestras personas. Nos convertimos en una sociedad compuesta por adversarios. Todos contra todos.

Y llegó el desaliento. La situación se agravó durante esta última década. La gente perdió la fe. Las empresas optaron por achicarse despidiendo empleados, los gobernantes abusaron de la confianza depositada en ellos, se agrandó la brecha entre ricos y pobres.

Como respuesta a tanta agresión, la gente se repliega. Trabaja, compra y estudia en su casa, filtra las llamadas telefónicas, y opta por no votar.

En todo el mundo los candidatos a gobernar no consiguen la confianza de los votantes. Las tasas de adhesión han caído a niveles alarmantes. Los políticos renuncian sin que haya escándalo, víctimas de la falta de apoyo y simpatía de la gente.

El ámbito de los negocios está plagado del mismo espíritu de desconfianza, suspicacia y egoísmo. Los visionarios fueron reemplazados por gerentes y burócratas que tienen mando pero no talento para avanzar. Las filas están compuestas por jóvenes profesionales urbanos más preocupados por los bienes materiales que por el bien común. Su único norte es la famosa bottom line: la ganancia monetaria.

La única buena noticia en medio de este panorama es la aparición de pequeñas empresas innovadoras, con estructuras chatas y filosofías de cooperación, empresas que comprenden que el recurso más importante de la organización es la gente que trabaja en ella.

Pero hay líderes en potencia. Miles de personas con ideas y deseos de realizarlas esperan su oportunidad. Pero para que la tengan, hace falta que la sociedad instale un clima que permita el desarrollo de las habilidades de dirigencia y del capital intelectual: ideas, innovaciones, aprendizaje. Necesitamos organizaciones que otorguen valor a la gente. Debemos aprender a distinguir entre verdadero liderazgo y aquel que ensalzan los medios.

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