Comercial argentino derrapa
en la imitación de un clásico

Bob Garfield, periodista publicitario estadounidense, publica en AdAge Global (Advertising Age) una crítica demoledora de una pieza realizada por una agencia de publicidad en Argentina.

31 marzo, 2001

¿Ha visto la película “Tigre agazapado, dragón escondido”? Si no la vio, pero vio “Gladiador” da lo mismo. Básicamente son la misma película: grandes guerreros lanzados a una vida extremadamente violenta para cumplir con una sangrienta venganza en nombre del bien, la verdad y el honor. Ambos largometrajes abundan en efectos especiales: una antigua Roma digitalizada, en el caso de “Gladiador”, y saltos anti-gravedad como de videojuegos en “Tigre agazapado”.

Pero lo que básicamente tienen en común es esto: en las dos películas nos exponen a una sucesión interminable de feroces luchas a muerte; y al llegar a la pelea número 116, nos preguntamos: ¿ Pero no he visto esto antes?”

Bueno, pido disculpas por anticipado si esta columna – sobre un corto televisivo argentino con acción violenta de artes marciales – provoca la misma respuesta, porque vamos a hablar de un tema conocido.

Este corto de Rubén Maril Publicidad, Buenos Aires, nos lleva otra vez al arma de doble filo de lo que llamamos el “efecto 1984”. Esto se refiere al clásico dirigido por Ridley Scott que presentaba, en los años ’80, la computadora Macintosh: un escenario de pesadilla orwelliana considerado por muchos el más grande corto de televisión jamás filmado. Lo más notable era que Scott y la agencia publicitaria Chiat/Day habían evitado el camino más obvio – por ejemplo, mostrar la novedad del mouse que incorporaba el nuevo producto, o el menú lleno de íconos, algo nunca visto hasta entonces. Optaron, en cambio, por dar cuerpo a la diferencia psíquica entre Apple y su entonces rival IBM.

Era fascinante. Era sorprendente. Era brillante. Y demostraba que la mejor publicidad no es lineal ni literal, sino que va en contra de lo que se espera o de lo que se intuye como lógico.

Bueno para Apple. Malo para la publicidad, porque a partir de entonces todos los payasos del negocio se sintieron en libertad para hacer caso omiso de la lógica, del sentido literal y de la comunicación llana y directa, a favor de toda suerte de estupidez incoherente e irrelevante. Vayan a Cannes y comprobarán lo que digo.

Esto nos trae al tema de hoy: el corto argentino pletórico de artes marciales. El escenario es una sala de directorio, donde dos empresarios – uno occidental y uno japonés – están a punto de firmar un acuerdo. Pero al momento de la firma, el japonés sin darse cuenta salpica con tinta el puño de la camisa de su contrario.

¿Qué pasa entonces? El manchado adopta la posición Kung Fu y comienza a atacar al japonés. Se arma la gresca total, con trompadas, cortes y patadas de 360 grados hasta que finalmente el japonés se rinde. En reconocimiento de su lamentable gaffe, ofrece un desagravio a su adversario triunfante: una tarjeta de lealtad Travelpass, que le facilitará viajar y hospedarse en cualquier parte.

¿Qué? ¿Cómo? ¡Por Dios! ¿Qué es eso? ¿Una pelea intercultural para presentar una tarjeta de lealtad?¿Cómo se puede justificar ese recurso como “solución” a este particular desafío publicitario?

Hay una sola respuesta: “el efecto 1984”. Sin duda Ridley Scott está muy orgulloso de lo que hizo, pero yo me pregunto si sabe lo que ha provocado. Por otra parte, tal vez esté demasiado ocupado con su carrera cinematográfica para preocuparse.
Hace muy poco, por ejemplo, dirigió “Gladiador”, que acaba de ganar varios Oscars.

Bob Garfield
AdAge Global
MERCADO / Advertising Age

¿Ha visto la película “Tigre agazapado, dragón escondido”? Si no la vio, pero vio “Gladiador” da lo mismo. Básicamente son la misma película: grandes guerreros lanzados a una vida extremadamente violenta para cumplir con una sangrienta venganza en nombre del bien, la verdad y el honor. Ambos largometrajes abundan en efectos especiales: una antigua Roma digitalizada, en el caso de “Gladiador”, y saltos anti-gravedad como de videojuegos en “Tigre agazapado”.

Pero lo que básicamente tienen en común es esto: en las dos películas nos exponen a una sucesión interminable de feroces luchas a muerte; y al llegar a la pelea número 116, nos preguntamos: ¿ Pero no he visto esto antes?”

Bueno, pido disculpas por anticipado si esta columna – sobre un corto televisivo argentino con acción violenta de artes marciales – provoca la misma respuesta, porque vamos a hablar de un tema conocido.

Este corto de Rubén Maril Publicidad, Buenos Aires, nos lleva otra vez al arma de doble filo de lo que llamamos el “efecto 1984”. Esto se refiere al clásico dirigido por Ridley Scott que presentaba, en los años ’80, la computadora Macintosh: un escenario de pesadilla orwelliana considerado por muchos el más grande corto de televisión jamás filmado. Lo más notable era que Scott y la agencia publicitaria Chiat/Day habían evitado el camino más obvio – por ejemplo, mostrar la novedad del mouse que incorporaba el nuevo producto, o el menú lleno de íconos, algo nunca visto hasta entonces. Optaron, en cambio, por dar cuerpo a la diferencia psíquica entre Apple y su entonces rival IBM.

Era fascinante. Era sorprendente. Era brillante. Y demostraba que la mejor publicidad no es lineal ni literal, sino que va en contra de lo que se espera o de lo que se intuye como lógico.

Bueno para Apple. Malo para la publicidad, porque a partir de entonces todos los payasos del negocio se sintieron en libertad para hacer caso omiso de la lógica, del sentido literal y de la comunicación llana y directa, a favor de toda suerte de estupidez incoherente e irrelevante. Vayan a Cannes y comprobarán lo que digo.

Esto nos trae al tema de hoy: el corto argentino pletórico de artes marciales. El escenario es una sala de directorio, donde dos empresarios – uno occidental y uno japonés – están a punto de firmar un acuerdo. Pero al momento de la firma, el japonés sin darse cuenta salpica con tinta el puño de la camisa de su contrario.

¿Qué pasa entonces? El manchado adopta la posición Kung Fu y comienza a atacar al japonés. Se arma la gresca total, con trompadas, cortes y patadas de 360 grados hasta que finalmente el japonés se rinde. En reconocimiento de su lamentable gaffe, ofrece un desagravio a su adversario triunfante: una tarjeta de lealtad Travelpass, que le facilitará viajar y hospedarse en cualquier parte.

¿Qué? ¿Cómo? ¡Por Dios! ¿Qué es eso? ¿Una pelea intercultural para presentar una tarjeta de lealtad?¿Cómo se puede justificar ese recurso como “solución” a este particular desafío publicitario?

Hay una sola respuesta: “el efecto 1984”. Sin duda Ridley Scott está muy orgulloso de lo que hizo, pero yo me pregunto si sabe lo que ha provocado. Por otra parte, tal vez esté demasiado ocupado con su carrera cinematográfica para preocuparse.
Hace muy poco, por ejemplo, dirigió “Gladiador”, que acaba de ganar varios Oscars.

Bob Garfield
AdAge Global
MERCADO / Advertising Age

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