Alimentos de alta tecnología

El debate del año pasado entre Europa y Estados Unidos sobre los alimentos genéticamente modificados puso a prueba las mejores habilidades de los expertos en relaciones públicas de la industria.

1 diciembre, 2000

La ansiedad que provoca el tema aumentó las tensiones comerciales, especialmente entre Estados Unidos y Europa.

Simultáneamente, la renuencia de los consumidores europeos a avalar los productos alimenticios bioingenierizados cruzó el Atlántico para sacudir la complacencia de los estadounidenses.

Los activistas comenzaron a reclamar etiquetas que identificaran los alimentos fabricados con ingredientes cuyos genes habían sido modificados.

¿Qué argumentos usaron para justificar sus temores? Uno de ellos, la evidencia –según experimentos de laboratorio– que tales alimentos pueden albergar alergénicos escondidos y que algunos pueden poner en peligro la vida silvestre.

Las empresas de biotecnología agrícola tienen un difícil camino por delante para llegar al momento de cobrar los dividendos por las multimillonarias inversiones realizadas.

Resistencia a enfermedades y pestes, mejor valor nutricional, mayor vida en las góndolas. Con promesas como éstas a su favor, podría pensarse que los alimentos genéticamente modificados (GM) no deberían encontrar más que brazos abiertos en todas partes. Hasta ahora, sin embargo, la gran respuesta ha sido polémica.

No quiere decir esto que los cultivos genéticamente modificados y los productos con genes modificados no tengan amplio uso. Casi 100 millones de acres de cultivos en el mundo occidental están plantados con semillas que han sido modificadas genéticamente (nada en 1990) según el International Service for the Acquisiton of Agri-biotech Applications.

Los agricultores estadounidenses aceptaron los cultivos GM. Alrededor de 55% de los sembrados de soja son resultado de semillas alteradas genéticamente, 50% de los cultivos de algodón y 40% de los de maíz (también en Estados Unidos).

Curiosamente, estas cifras son una sorpresa para muchos consumidores estadounidenses. La mitad de las personas interrogadas en una encuesta realizada el año pasado por el International Food Information Council cree que los supermercados y almacenes no venden productos de la biotecnología.

El año pasado la realidad decía que 60% de los alimentos procesados en Estados Unidos contiene ingredientes que han sido manipulados genéticamente.

La aceleración de la cautela europea aumentó las tensiones comerciales entre Estados Unidos y Europa, tensiones que ya eran fuertes debido a la antigua prohibición sobre la venta de carne con hormonas y una disputa sobre bananas importadas de las ex colonias británicas frente a las bananas latinoamericanas que ofrecen los distribuidores estadounidenses.

En septiembre del año pasado, aproximadamente 5% de la cosecha de maíz estadounidense que debía ser exportado a Europa consistía en variedades modificadas que esperaban ser aprobadas por la Unión Europea.

Separar los cultivos aceptables de los no aceptables no es una tarea fácil y duplica el costo de las semillas no modificadas.

En diciembre de 1999 llegó el affaire Monsanto, uno de los productores más grandes del mundo de semillas genéticamente modificadas. El gigantesco grupo de biotecnología de Estados Unidos fue objeto de una demanda multimillonaria por parte de los agricultores de su país, quienes le acusaban de introducir semillas genéticamente modificadas y potencialmente peligrosas a los mercados mundiales sin las adecuadas pruebas previas.

La demanda, que abarca las operaciones de Monsanto en todo el mundo, se convirtió en la primera amenaza legal global a la difusión de las semillas modificadas.

Gigantes de la biotecnología como Monsanto en Estados Unidos y Novartis de Suiza están entre la espada y la pared. Para recuperar los muchos miles de millones de dólares que han invertido en los organismos genéticamente modificados (OGM), deben poder venderlos ampliamente en Estados Unidos y el resto del mundo. En el clima actual, las grandes ventas no parecen muy probables.

Además, si las firmas de biotecnología acceden a las demandas de etiquetado, corren el riesgo de estigmatizar todos los productos con ingredientes alterados genéticamente, y las repercusiones de esa acción se extenderían a muchas industrias. Por otra parte, si no es así, seguramente alguien las acusará de esconder algo.

En última instancia , el etiquetado será obligatorio, de manera que el objetivo de las empresas debería ser encontrar un lenguaje claro para el consumidor.

La tendencia que se perfila, entonces, es que la biotecnología es una gran promesa, pero la mayoría de los beneficios hasta ahora han ido a las manos de los productores, no de los consumidores. Pero eso está cambiando.

Los OGM de segunda y tercera generación van a ser seguramente mucho más seguros para la salud, durarán más tiempo en buen estado y llevarán agentes defensores de enfermedades. No serán la respuesta para el hambre del mundo (ésa es una función de la distribución mundial, no se debe a la falta de alimentos) pero mejorarán el rendimiento del agro en los países en desarrollo.

La polémica sobre los OGM es manejable siempre y cuando siga siendo un tema de preferencia del consumidor y no un tema comercial, y siempre y cuando también se tenga mucho cuidado con realizar todas las pruebas necesarias antes de la venta. De eso justamente se acusa a Monsanto en estos momentos.

El etiquetado vendrá, pero no debería tener un impacto negativo sobre este negocio tan prometedor.

La ansiedad que provoca el tema aumentó las tensiones comerciales, especialmente entre Estados Unidos y Europa.

Simultáneamente, la renuencia de los consumidores europeos a avalar los productos alimenticios bioingenierizados cruzó el Atlántico para sacudir la complacencia de los estadounidenses.

Los activistas comenzaron a reclamar etiquetas que identificaran los alimentos fabricados con ingredientes cuyos genes habían sido modificados.

¿Qué argumentos usaron para justificar sus temores? Uno de ellos, la evidencia –según experimentos de laboratorio– que tales alimentos pueden albergar alergénicos escondidos y que algunos pueden poner en peligro la vida silvestre.

Las empresas de biotecnología agrícola tienen un difícil camino por delante para llegar al momento de cobrar los dividendos por las multimillonarias inversiones realizadas.

Resistencia a enfermedades y pestes, mejor valor nutricional, mayor vida en las góndolas. Con promesas como éstas a su favor, podría pensarse que los alimentos genéticamente modificados (GM) no deberían encontrar más que brazos abiertos en todas partes. Hasta ahora, sin embargo, la gran respuesta ha sido polémica.

No quiere decir esto que los cultivos genéticamente modificados y los productos con genes modificados no tengan amplio uso. Casi 100 millones de acres de cultivos en el mundo occidental están plantados con semillas que han sido modificadas genéticamente (nada en 1990) según el International Service for the Acquisiton of Agri-biotech Applications.

Los agricultores estadounidenses aceptaron los cultivos GM. Alrededor de 55% de los sembrados de soja son resultado de semillas alteradas genéticamente, 50% de los cultivos de algodón y 40% de los de maíz (también en Estados Unidos).

Curiosamente, estas cifras son una sorpresa para muchos consumidores estadounidenses. La mitad de las personas interrogadas en una encuesta realizada el año pasado por el International Food Information Council cree que los supermercados y almacenes no venden productos de la biotecnología.

El año pasado la realidad decía que 60% de los alimentos procesados en Estados Unidos contiene ingredientes que han sido manipulados genéticamente.

La aceleración de la cautela europea aumentó las tensiones comerciales entre Estados Unidos y Europa, tensiones que ya eran fuertes debido a la antigua prohibición sobre la venta de carne con hormonas y una disputa sobre bananas importadas de las ex colonias británicas frente a las bananas latinoamericanas que ofrecen los distribuidores estadounidenses.

En septiembre del año pasado, aproximadamente 5% de la cosecha de maíz estadounidense que debía ser exportado a Europa consistía en variedades modificadas que esperaban ser aprobadas por la Unión Europea.

Separar los cultivos aceptables de los no aceptables no es una tarea fácil y duplica el costo de las semillas no modificadas.

En diciembre de 1999 llegó el affaire Monsanto, uno de los productores más grandes del mundo de semillas genéticamente modificadas. El gigantesco grupo de biotecnología de Estados Unidos fue objeto de una demanda multimillonaria por parte de los agricultores de su país, quienes le acusaban de introducir semillas genéticamente modificadas y potencialmente peligrosas a los mercados mundiales sin las adecuadas pruebas previas.

La demanda, que abarca las operaciones de Monsanto en todo el mundo, se convirtió en la primera amenaza legal global a la difusión de las semillas modificadas.

Gigantes de la biotecnología como Monsanto en Estados Unidos y Novartis de Suiza están entre la espada y la pared. Para recuperar los muchos miles de millones de dólares que han invertido en los organismos genéticamente modificados (OGM), deben poder venderlos ampliamente en Estados Unidos y el resto del mundo. En el clima actual, las grandes ventas no parecen muy probables.

Además, si las firmas de biotecnología acceden a las demandas de etiquetado, corren el riesgo de estigmatizar todos los productos con ingredientes alterados genéticamente, y las repercusiones de esa acción se extenderían a muchas industrias. Por otra parte, si no es así, seguramente alguien las acusará de esconder algo.

En última instancia , el etiquetado será obligatorio, de manera que el objetivo de las empresas debería ser encontrar un lenguaje claro para el consumidor.

La tendencia que se perfila, entonces, es que la biotecnología es una gran promesa, pero la mayoría de los beneficios hasta ahora han ido a las manos de los productores, no de los consumidores. Pero eso está cambiando.

Los OGM de segunda y tercera generación van a ser seguramente mucho más seguros para la salud, durarán más tiempo en buen estado y llevarán agentes defensores de enfermedades. No serán la respuesta para el hambre del mundo (ésa es una función de la distribución mundial, no se debe a la falta de alimentos) pero mejorarán el rendimiento del agro en los países en desarrollo.

La polémica sobre los OGM es manejable siempre y cuando siga siendo un tema de preferencia del consumidor y no un tema comercial, y siempre y cuando también se tenga mucho cuidado con realizar todas las pruebas necesarias antes de la venta. De eso justamente se acusa a Monsanto en estos momentos.

El etiquetado vendrá, pero no debería tener un impacto negativo sobre este negocio tan prometedor.

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