Gustavo Girado, catedrático sinólogo

En un futuro inmediato, China será el líder tecnológico global

El director de posgrado de Especialización en Estudios en China contemporánea de la Universidad Nacional de Lanús viene escribiendo desde hace dos años que las sanciones arancelarias que se intercambian las dos mayores economías del mundo no serán las que diriman este moderno capítulo de guerra fría, sino el liderazgo de las tecnologías top: las redes móviles 5G e internet de las cosas.

14 abril, 2020

Por: Rubén Chorny

La guerra de las galaxias se le llamó a la competencia que libraron Estados Unidos y la extinguida Unión Soviética por la conquista del espacio. Como la exitosa película de George Lucas. Y ahora, al reto lanzado por Donald Trump a China por el liderazgo del comercio y la tecnología globales.

Ajena a esas dimensiones, América latina siempre siguió de lejos tales contiendas, sin discutir siquiera entre sí una agenda para abordar en una eventual mesa de negociaciones con los colosos en pugna.

Son muy pocos los foros en el país que se dedican a investigar qué sucede detrás de los indicadores macroeconómicos del notable crecimiento de la República Popular de China, el intercambio de bienes y servicios con esta parte del mundo y la estrategia inversora que podría guiar el interés en financiar la construcción de centrales nucleares hidroeléctricas o un puerto de aguas profundas, como están en danza.

En qué interesaría la nueva ruta de la seda, si se hace, o qué se esconde detrás de las sanciones y acuerdos comerciales mutuos, por qué la compañía Huawei está en el centro de un enfrentamiento por el liderazgo tecnológico global entre China y Estados Unidos y en qué se vería afectada la región.

La Universidad Nacional de Lanús tiene una cátedra muy activa dedicada al entendimiento de China, a punto tal que el profesor de posgrado Gustavo Girado, que hace 25 años está consagrado a analizar la política china, estuvo en diciembre en Beijing, y terminó ametrallado a preguntas sobre la situación argentina por funcionarios del Gobierno y del politburó, que desde hace 40 años mantiene a un mismo hombre para atender los asuntos latinoamericanos.

A su regreso recibió a la revista Mercado para pasar en limpio este duelo de titanes, desde una óptica regional.

 

El trasfondo de una conflagración

–Dada su experiencia como estudioso de la letra chica de la política que aplica China, ¿cuál sería el meollo de la contienda fría con Estados Unidos: el comercio, la hegemonía tecnológica o el podio global?

–En los hechos concretos hay una disputa muy importante, con raíces profundas, y es porque por primera vez en la historia, el poder hegemónico dominante después de las Segunda Guerra Mundial está siendo desafiado por empresas con origen en economías en vías de desarrollo, como China, cuyo proyecto de crecimiento económico está teniendo mucho éxito. Las políticas tecnológicas de China son una herramienta central para comprender cómo deja paulatinamente de ser dependiente y del modo que ha canjeado su mercado por el conocimiento tecnológico.

 

–¿Quién tiene razón, los chinos que la llaman transferencia o la Casa Blanca que directamente la califican como robo?

–Lo de robo lo dijo el presidente Trump, pero ni con Obama ni con Clinton se lo llamaba así. Era transferencia de tecnología. Pero desde marzo de 2018, en la reunión en el salón oval de Wilbur Ross con Trump, se informó que, si bien la preocupación era el déficit, sería algo para negociar con Xi Jinping, que era un señor muy inteligente y muy amigo porque los ayudaba en el problema de Corea del Norte, la potencia eventual nuclear y sus amenazas.

Entonces, el problema era lo que llaman el robo de tecnología, el robo de propiedad intelectual, políticas antinorteamericanas al respecto y lo que la Organización Mundial del Comercio denomina prácticas comerciales desleales. Y que había que acabar con todo eso. Al cabo de dos años, culmina con la prohibición de que Huawei, la empresa de tecnología china más avanzada del mundo en su segmento, pueda desplegarse con su comercio en territorio estadounidense, si bien la sanción ahora está en suspenso, pero sus 68 filiales también.

En consecuencia, esta es una mirada muy corta respecto de la mutua dependencia que hay a nivel tecnológico en todo el mundo. Las high-tech de Estados Unidos dependen del avance tecnológico de las empresas orientales y viceversa, por lo que el principal cliente de la vanguardia tecnológica en semiconductores, que es la estadounidense Qualcomm, es Huawei y el principal mercado es China.

 

–¿Quién gana y quién pierde entonces con las hostilidades?

–Si Huawei no puede desplegarse en Estados Unidos, se queda sin venderle a la quinta parte de su mercado y, en consecuencia, deja de comprarle a Qualcomm. Esta firma, junto a muchas tecnológicas de Silicon Valley, le han advertido al presidente Trump que esta no es la política que les conviene, porque las va a mandar a la retaguardia del avance tecnológico chino.

–¿Qué es lo que realmente se juegan las empresas y la Administración Trump en esta instancia?

–Las empresas dirimen quiénes establecerán los patrones y los estándares sobre los cuales se van a desplegar todas las manufacturas en un futuro inmediato. En cambio, a la Casa Blanca le preocupa todo el sistema de defensa y de inteligencia artificial.

Ambos son los que hoy están siendo controlados con los esquemas de identificación facial, muy desplegados en Asia, los que, por supuesto, al ser China un mercado tan grande, permite que haya mucha masa crítica para corregir esa tecnología, a diferencia de Estados Unidos y mucho más que en la Unión Europea. De modo que, en un futuro inmediato, la vanguardia de esa tecnología será china.

 

–¿Y entonces?

–Este control sobre la ciudadanía está vinculado con los sistemas de seguridad de internet de las cosas, como en qué idioma van a hablar los transistores, o los semiconductores modernos, que están en los satélites, en los sistemas de defensa, qué va a hacer la OTAN cuando el insumo de esos satélites sea chino. Esto es básicamente lo que Estados Unidos no quiere.

Sin pruebas hasta ahora, sostiene que en las plataformas digitales de los semiconductores chinos hay una puerta trasera que tiene una llave con la cual el politburó puede acceder a la información que recoge Huawei de toda la conexión que hace con los sistemas de control público.

China replica diciendo que Snowden y otros han mostrado lo que desde hace años hacen el FBI y la CIA, del Gobierno estadounidense: espiar a los políticos europeos. Basta recordar lo que sucedió con Angela Merkel o Theresa May, o con el premier italiano, cuando se descubrió que los espiaban.

La excusa de Estados Unidos fue que no lo hacían por un tema comercial sino por seguridad nacional. Con el mismo argumento, los chinos cambian su ley de defensa en 2017 y hacen que las empresas tecnológicas, si el politburó lo requiere, deban informar. Pero es el Gobierno chino el que está detrás de la construcción de estos estandartes nacionales, el que les ha abierto mercados, se los ha construido políticamente. Es muy diferente a lo que sucede en el Hemisferio Norte occidental.

 

–¿Hasta dónde la Casa Blanca podrá ejercer su poder ahora que la disputa es por la red 5 G y se trasladó al escenario europeo?

–Hay una cierta independencia tecnológica por parte de las europeas, encabezadas por la Vodafone británica. En la retaguardia vienen siempre la sueca Ericsson y la finlandesa Nokia, que son conscientes de estar a la zaga del avance de Huawei, y eso es lo que les informan a sus dirigentes políticos en medio de la renovada presión que reciben de Estados Unidos.

Ya en pleno Brexit, la entonces primera ministra británica Theresa May iba tres veces a China a ver a Xi Jinping, donde claramente discutía el despliegue de 5G de Huawei en territorio de la Unión Europea, con Vodafone y con el parlamento inglés como observador, lo cual consiguió políticamente.

 

–Por el lado de China, ¿podrá su economía sostener en el tiempo un enfrentamiento como le plantea Estados Unidos, o correrá la misma suerte que la soviética durante la Guerra Fría y deberá abandonar?

–Es muy grande la diferencia, porque China forma parte del club global; desde diciembre de 2001 está en la OMC. Acepta las reglas. En cambio, lo que era el viejo buró del partido comunista soviético se diferenciaba mucho porque planteaba otro régimen de acumulación de capital con sus esquemas de defensa que se oponían a la OTAN. Era un mundo dividido.

El actual está integrado, sus capitales lo están. Las empresas chinas se convirtieron en las principales proveedoras del mercado estadounidense y las empresas estadounidenses viven del mercado chino, a cambio, por supuesto, de aceptar la apertura del paquete tecnológico.

El punto sería que, si nos restringiéramos nada más que a la parte comercial, sí China tendría que ceder, porque le vende por más de US$ 500.000 millones al año a Estados Unidos y le compra por US$ 126.000 millones. Lo que China tiene para perder en una guerra arancelaria es mucho mayor que lo que podría perder Estados Unidos.

 

–¿Significa que es ganadora la carta arancelaria que jugó Trump?

–Está claro que desde 2018 hasta acá lo que ha estado buscando es beneficiar a la base de sustentación política de los partidos republicanos que lo sostienen, que son del Medio Oeste estadounidense. Los chinos acaban de ceder para abrirle las importaciones de carnes y cereales, cuando hasta ahora habían centrado las represalias en los productos provenientes del Medio Oeste: soja, combustibles, carne de cerdo, de pollo, no los manufacturados.

En cambio, el ataque estadounidense fue dirigido a China 2025, el proyecto de independencia y de avance hacia las high tech, manufacturas de alta tecnología, en los 11 sectores a los que apunta los cañones para el centenario de la República Popular, en 2049.

China se reorientó hacia los productos primarios estadounidenses, por mucho menos dinero. Fue sin embargo políticamente muy efectivo porque logró que Estados Unidos suspenda las sanciones 90 días, vuelva a hacerlo por otros 90 días y firmara la fase 1 del acuerdo, en la que no sólo no hay novedad, sino que dudo mucho que se pueda cumplir.

 

Capitalismo autoritario o democrático

–¿Les da ventaja a los chinos, en este sentido, que su sistema de Gobierno esté concentrado en un solo partido, frente a las limitaciones que le impone a Estados Unidos ser un régimen democrático?

–Los chinos despliegan desde hace casi 8 años una estrategia bien madurada y explícita para enfrentar cualquier posible extorsión de Occidente en el abastecimiento de energía y medicamentos, como ya les sucedió hace dos siglos con los tratados desiguales que les sacaron Manchuria interior, Hong Kong, la península de Corea, Taiwán, y no tener una revuelta como la de Tiananmen.

 

–¿La nueva ruta de la seda fue un paso en falso en ese aspecto y deberán dar marcha atrás?

Al contrario. Es el proyecto de infraestructura más grande que se está desplegando en el mundo desde hace unos tres años, con financiamiento y tecnología sobre todo su vecindario. No hay otro, porque coincide con la caída en la actividad de Europa Occidental, con pleno Brexit, el quiebre de Irlanda, de Grecia, la levantada de Portugal justo el tercer trimestre de 2019. Transcurrieron más de 10 años desde Lehman Brothers.

Se trata de un proyecto político estandarte que Xi Jinping presentó en 2013. Consta de tres rutas marítimas y tres terrestres, en el que se enmarcan los proyectos de abastecimiento gasífero. Las tres rutas marítimas llevadas por debajo del cuerno de África hasta Somalia, haciendo que, por primera vez, una base militar china se despliegue en el continente africano, recientemente, en Yibuti.

También desde hace dos años Latinoamérica aparece como un capítulo dentro de la estrategia del último plan quinquenal, del despliegue de la nueva ruta de la seda. En las dos reuniones que hubo en China, la de Beijing en 2015 y marzo de 2017 en Santiago de Chile, China presentó esa propuesta para ver si conseguía que los países de la región firmaran un memorando de empatía política o de adhesión.

 

–¿Cómo se prepara América Latina ante estos eventuales reacomodamientos?

–El desconcierto es absoluto, porque no hemos discutido en el barrio qué pretendemos de China, lo que nos sumerge en un altísimo grado de debilidad política para poder negociar aquellas cosas que nos convendrían. Ninguno de los intentos subcontinentales, como CELAC, Unasur, prosperaron, contra lo cual China nada puede hacer.

 

–¿Y a escala local?

–El grado de impericia política de nuestro país respecto de qué hacer con China ha sido tan grande que no se le puede echar la culpa al Mercosur, a que cambien de opinión Maduro o Bolsonaro, o Dilma en algún momento, cuando ningún partido político importante de Argentina lo tiene en su agenda contemplando el interés nacional.

La relación ha ido y venido varias veces en distintas gestiones. Cuando se fue Cristina Fernández se firmaron 54 acuerdos y cuando asumió Macri decidió reverlos por considerar que eran un antro de corrupción. No solo tuvo que desdecirse 8 meses después, sino que, como encontró que la República Popular China era el único camino de financiamiento, revió esa posición, y a partir de ahí Argentina dijo y se desdijo por lo menos tres veces en el caso de las centrales nucleares.

 

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