Auge de las energías limpias y los combustibles del futuro

Durante casi dos siglos la economía global funcionó alimentada por combustibles fósiles: carbón, petróleo y gas natural. Para evitar el avance del cambio climático, hay que virar hacia nuevas fuentes de energía que generan menos gases de invernadero.

17 enero, 2022

Las energías solar y eólica son excelentes pero la economía necesita no solo electricidad más limpia sino mucha más electricidad. Ahora que los capitales se vuelcan hacia tecnologías climáticas y las grandes compañías energéticas buscan descarbonizar, algunas de las energías limpias de última generación que han estado “a la vuelta de la esquina” durante décadas podrían ahora estar listas para generar enormes ganancias.

Hidrógeno verde El gas de hidrógeno puede ser convertido en electricidad en una célula de combustible para emitir vapor de agua. Como contiene mucha energía en poco espacio, el hidrógeno podría reemplazar a los combustibles fósiles en operaciones industriales y alimentar todo tipo de vehículos. El gas se obtiene extrayendo átomos de hidrógeno del agua.

Pero para producirlo se necesita electricidad. Cuando la electricidad que se usa proviene de energías renovables se dice que el hidrógeno es verde. La ONU proyecta que para 2050, el hidrógeno verde podría aportar 20% de la energía global total. Pero hoy, 99% del hidrógeno es “azul”, o sea que se obtiene usando gas natural u otro combustible fósil, un proceso que genera más emisiones de carbono que la quema directa de esos combustibles.

Producir hidrógeno verde cuesta hoy cinco veces más que producir el azul. La consultora Wood Mackenzie proyecta que el costo del hidrógeno verde podría caer 30% para 2030, y que será competitivo con el azul cuando haya más países aplicando impuestos a la emisión de carbono. Fusión nuclear La idea de una energía prácticamente ilimitada que no genere desperdicios ni polución todavía suena a fantasía.

En las últimas décadas la fusión nuclear dejó de ser la gran esperanza de la humanidad por estar bastante más allá del alcance de la ciencia. Pero en agosto pasado se produjo un verdadero avance en el Lawrence Livermore National Laboratory en, California. Además, la creciente urgencia que impone la crisis climática está alimentando un nuevo surgimiento del optimismo y de la inversión.

Mientras la energía nuclear tradicional implica dividir átomos, la fusión consiste en juntarlos. Es un gran desafío tecnológico que implica calentar gases a temperaturas más altas que el centro del sol y guardar el plasma resultante con poderosos imanes o rayos láser.

Uno de los mayores obstáculos es lograr que este proceso sea lo bastante eficiente como para no consumir más energía de la que produce. El proyecto Lawrence Livermore marcó un récord de producción de energía el 8 de agosto, pero la explosión duró menos de un segundo. Pero el proceso es caro: uno de los proyectos más avanzados del mundo, una enorme máquina construida en Francia costará US$ 25.000 millones.

Por lo menos 35 startups están buscando activamente la fusión y han conseguido por lo menos US$ 2.000 millones en capitales privados. Los avances en impresión en 3D, inteligencia arti­ficial y otras tecnologías complementarias necesarias para una fusión exitosa avanzan a toda marcha. Pero no está claro que los inversores y los gobiernos estén todavía dispuestos a hacer el salto de la investigación en laboratorio a proyectos comerciales a escala que podrían costar increíbles sumas de dinero sin ninguna garantía de éxito.

Baterías de próxima generación. Casi toda la electricidad es generada en plantas energéticas poco antes de que se use. Pero la proliferación de fuentes de energía renovable que no pueden generarse en el momento que exige la demanda, más el aumento de vehículos eléctricos, signifi­ca que el mundo necesita baterías más grandes y mejores.

Los proyectos de la International Energy Agency (IEA) que exigen almacenamiento para la energía podrían crecer a 10.000 gigawatts por hora anualmente para 2040, un mercado que podría llegar a valer US$ 278.000 millones para 2027 y superar el valor del mercado petrolero para 2040. Aunque sus precios se desplomaron precipitadamente en los últimos años – 90% desde 2010 para las que usan los vehículos eléctricos (EV)–, las baterías siguen siendo caras. Hoy una batería para un EV cuesta unos US$ 6.300. Y lamentablemente los minerales que les permiten guardar más energía, especialmente litio y cobalto, son componentes costosos y a veces están ligados a abusos de derechos humanos.

La carrera ya se inició para encontrar alternativas mejores y más baratas. La lEA informa que el número de patentes para almacenamiento eléctrico viene creciendo 14% al año desde 2005. Los nuevos materiales que entusiasman, como el sodio y el hierro podrían ser el eslabón que falta para ­finalmente conseguir vehículos eléctricos accesibles para todos.

(Este artículo se publicó originariamente en la versión impresa de Mercado)

 

 

 

 

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