Los enviados de George W.Bush buscaban datos directos sobre planes de expansión petrolera, en momentos cuando –sostienen varios analistas independientes- el papel del reino en la plaza mundial va desplazándose de foco. A medida como la firme demanda de crudo deteriora su capacidad extractiva, el feudo de la famila as-Sa’ud va desechando su función tradicional, la de salir al rescate usando sus excedentes para frenar mercados en alza.
Más bien, ahora tiende a producir “justo a tiempo”. O sea, disponer de crudos para embarcar sólo cuando surge demanda y no acumular existencias por si acaso. Pero recientes versiones sobre yacimientos no tan productivos hacen que Riyadh trate de probar lo contrario. Así, meses atrás Aramco (sigla de algo que ya no existe: Arab-American Company) presentó un programa de US$ 50.000 millones para aumentar producción, refinación y plataformas de exploración, reeemplazar áreas declinantes y elevar 14% la capacidad, a 12.500.000 barriles diarios hacia 2009.
Si cristaliza, será la mayor expansión de Aramco en veinticinco años. Pero, aun para una empresa con reservas por 260.000 millones de barriles (un cuarto del total mundial), es un desafío peliagudo. Será como agregar, en menos de cinco años, otra Venezuela u otra Noruega.
Washington quiere asegurarse de que Saudiarabia cumplirá con ese compromiso. Pero el intento de al Qa’eda plantea nuevos problemas de seguridad, con un cariz político inquietante: Osama bin Laden pertenece a un poderoso clan de origen yemení, pero fuerte en Saudiarabia. A tal punrto que, durante la primera guerra iraquí, Bush padre tenía relaciones comerciales y financieras con los bin Laden. En el plano interno, sa sabe que el clan se opone a los Sa’ud, al cual califica de “gerontocracia”. En ese plano, algunos obrsevadores israelíes y egipcios sospechan que Osama puede estar tratando de deteriorar políticamente al régimen vía atentados.
Por otra parte, los resquemores sobre producción y existencias de crudos no son novedad. Similares dudas solían plantearse cuando todavía el petróleo era controlado por cuatro compañías norteamericanas, con Exxon a la cabeza. Tal era la situación hace casi 35 años, poco antes de la primera crisis global. Todavía en diciembre de 1977, el “New York Times” ponía el tapa un título espectacular: “Expertos estadounidenses temen que problemas en yacimientos saudíes limiten la producción”.
En años recientes, los escépticos –liderados por Matthew Simmons, un banquero de Houston- han acusado a Aramco de “exagerar el monto de reservas y minimizar problemas de producción”. Si bien esta opinión es minoritaria, es cierto que Arambo es renuente a dar datos. No obstante, “el tema de las reservas pone en segundo plano algo más relevante: el papel saudí ha cambiado”, afirma Luis Giusti, ex presidente de Petróleos de Venezuela (Petrovén). El reino “se siente satisfecho con las tendencias del mercado”.
Los enviados de George W.Bush buscaban datos directos sobre planes de expansión petrolera, en momentos cuando –sostienen varios analistas independientes- el papel del reino en la plaza mundial va desplazándose de foco. A medida como la firme demanda de crudo deteriora su capacidad extractiva, el feudo de la famila as-Sa’ud va desechando su función tradicional, la de salir al rescate usando sus excedentes para frenar mercados en alza.
Más bien, ahora tiende a producir “justo a tiempo”. O sea, disponer de crudos para embarcar sólo cuando surge demanda y no acumular existencias por si acaso. Pero recientes versiones sobre yacimientos no tan productivos hacen que Riyadh trate de probar lo contrario. Así, meses atrás Aramco (sigla de algo que ya no existe: Arab-American Company) presentó un programa de US$ 50.000 millones para aumentar producción, refinación y plataformas de exploración, reeemplazar áreas declinantes y elevar 14% la capacidad, a 12.500.000 barriles diarios hacia 2009.
Si cristaliza, será la mayor expansión de Aramco en veinticinco años. Pero, aun para una empresa con reservas por 260.000 millones de barriles (un cuarto del total mundial), es un desafío peliagudo. Será como agregar, en menos de cinco años, otra Venezuela u otra Noruega.
Washington quiere asegurarse de que Saudiarabia cumplirá con ese compromiso. Pero el intento de al Qa’eda plantea nuevos problemas de seguridad, con un cariz político inquietante: Osama bin Laden pertenece a un poderoso clan de origen yemení, pero fuerte en Saudiarabia. A tal punrto que, durante la primera guerra iraquí, Bush padre tenía relaciones comerciales y financieras con los bin Laden. En el plano interno, sa sabe que el clan se opone a los Sa’ud, al cual califica de “gerontocracia”. En ese plano, algunos obrsevadores israelíes y egipcios sospechan que Osama puede estar tratando de deteriorar políticamente al régimen vía atentados.
Por otra parte, los resquemores sobre producción y existencias de crudos no son novedad. Similares dudas solían plantearse cuando todavía el petróleo era controlado por cuatro compañías norteamericanas, con Exxon a la cabeza. Tal era la situación hace casi 35 años, poco antes de la primera crisis global. Todavía en diciembre de 1977, el “New York Times” ponía el tapa un título espectacular: “Expertos estadounidenses temen que problemas en yacimientos saudíes limiten la producción”.
En años recientes, los escépticos –liderados por Matthew Simmons, un banquero de Houston- han acusado a Aramco de “exagerar el monto de reservas y minimizar problemas de producción”. Si bien esta opinión es minoritaria, es cierto que Arambo es renuente a dar datos. No obstante, “el tema de las reservas pone en segundo plano algo más relevante: el papel saudí ha cambiado”, afirma Luis Giusti, ex presidente de Petróleos de Venezuela (Petrovén). El reino “se siente satisfecho con las tendencias del mercado”.