El presidente George W. Bush anunció el lunes el proyecto presupuestario
para el ejercicio 2004 (empieza en octubre), con gastos totales por US$ 2,23 billones
(4,1% sobre 2003). La partida más espectacular y sin parangón es
defensa, con unos US$ 500.000 millones, clave de un déficit que el gobierno
estima en US$ 307.000 millones y varios analistas privados elevan a 350.000 millones.
Según la teoría convencional, las erogaciones militares debieran
estimular la economía del país, renuente a salir completamente
de la recesión de 2001. En verdad, defensa aportó casi 2/3 del
modesto crecimiento (0,7%) del producto bruto interno en el IV trimestre de
2002 (primero del año fiscal 2003). Por supuesto, los influyentes contratistas
de armamentos y sus aliados financieros son sus beneficiarios netos.
Pero, de acuerdo con un estudio de William Nordhaus (Yale), no es razonable
esperar que una guerra en Iraq estimule la economía física como
lo supone el gobierno. Por ahora, los expertos estiman en alrededor de US$ 100.000
millones los fondos que insumirá la invasión. Aunque impresionante,
el monto representa un centésimo del PBI actual (alrededor de 10 billones).
Además, los efectos negativos de una guerra -menor confianza de los consumidores,
plaza bursátil reticente, menos actitud inversora de empresas y capitales-,
junto con los de una ejecución fiscal muy deficitaria y sus potenciales
consecuencias vía futura alza de tasas, desbordan aquellas ventajas.
Desde la II guerra mundial, por cierto, el gasto bélico ha ido bajando
como factor influyente en el PBI y generando menos actividad rentable. Durante
aquel conflicto (1942/45, en el caso de EE.UU.), ese rubro subió 41,4%
y el PBI lo hizo en 69,1%. En la guerra de Corea, la partida militar aumentó
8% y el PBI se expandió 10,5%, cifras que pasan a 1,9/9,7% en Vietnam
y 0,3/-1,4% en la primera guerra del Golfo. Como puede verse, amén de
pesar menos en la economía, los gastos militares fueron dejando de estimular
a la economía y, hacia 1990/1, tenían el efecto contrario.
El anterior conflicto con Iraq es ilustrativo, porque -al revés de ambas
guerras mundiales, Corea y Vietnam- los gastos no se destinaron a las gran industria
bélica ni su contraparte tecnológica (más dependiente hoy
del programa espacial). Esta vez, como entonces, no se comprarán muchos
aviones, barcos ni tanques, porque la lucha será contra fuerzas armadas
chicas, cuyo equipamiento no puede compararse siquiera con los de Israel o Turquía.
Como hace doce años, se usarán inventarios disponibles y se pedirán
partes o repuestos estrictamente necesarios.
El presidente George W. Bush anunció el lunes el proyecto presupuestario
para el ejercicio 2004 (empieza en octubre), con gastos totales por US$ 2,23 billones
(4,1% sobre 2003). La partida más espectacular y sin parangón es
defensa, con unos US$ 500.000 millones, clave de un déficit que el gobierno
estima en US$ 307.000 millones y varios analistas privados elevan a 350.000 millones.
Según la teoría convencional, las erogaciones militares debieran
estimular la economía del país, renuente a salir completamente
de la recesión de 2001. En verdad, defensa aportó casi 2/3 del
modesto crecimiento (0,7%) del producto bruto interno en el IV trimestre de
2002 (primero del año fiscal 2003). Por supuesto, los influyentes contratistas
de armamentos y sus aliados financieros son sus beneficiarios netos.
Pero, de acuerdo con un estudio de William Nordhaus (Yale), no es razonable
esperar que una guerra en Iraq estimule la economía física como
lo supone el gobierno. Por ahora, los expertos estiman en alrededor de US$ 100.000
millones los fondos que insumirá la invasión. Aunque impresionante,
el monto representa un centésimo del PBI actual (alrededor de 10 billones).
Además, los efectos negativos de una guerra -menor confianza de los consumidores,
plaza bursátil reticente, menos actitud inversora de empresas y capitales-,
junto con los de una ejecución fiscal muy deficitaria y sus potenciales
consecuencias vía futura alza de tasas, desbordan aquellas ventajas.
Desde la II guerra mundial, por cierto, el gasto bélico ha ido bajando
como factor influyente en el PBI y generando menos actividad rentable. Durante
aquel conflicto (1942/45, en el caso de EE.UU.), ese rubro subió 41,4%
y el PBI lo hizo en 69,1%. En la guerra de Corea, la partida militar aumentó
8% y el PBI se expandió 10,5%, cifras que pasan a 1,9/9,7% en Vietnam
y 0,3/-1,4% en la primera guerra del Golfo. Como puede verse, amén de
pesar menos en la economía, los gastos militares fueron dejando de estimular
a la economía y, hacia 1990/1, tenían el efecto contrario.
El anterior conflicto con Iraq es ilustrativo, porque -al revés de ambas
guerras mundiales, Corea y Vietnam- los gastos no se destinaron a las gran industria
bélica ni su contraparte tecnológica (más dependiente hoy
del programa espacial). Esta vez, como entonces, no se comprarán muchos
aviones, barcos ni tanques, porque la lucha será contra fuerzas armadas
chicas, cuyo equipamiento no puede compararse siquiera con los de Israel o Turquía.
Como hace doce años, se usarán inventarios disponibles y se pedirán
partes o repuestos estrictamente necesarios.