“Para que Argentina retorne al mercado voluntario de capitales, necesita crecimiento y definir la situación con acreedores privados”, dijo el miércoles el director gerente del Fondo Monetario Internacional. Esta frase ha sido caballito de batalla desde que se vino abajo la misma convertibilidad rígida que la entidad sostenía con cuantiosos “créditos puentes” a la postre inútiles. Curiosamente, la misión técnica que evaluó, en Buenos Aires, la III revisión, encontró metas fiscales sobrecumplidas y expansión en el producto bruto interno.
También existe ya una propuesta completa para renegociar con tenedores de bonos argentinos en cese de pagos. “Rato debiera pedirle copia a la Securities & Exchange Commission”, sugería al respecto un colaborador cercado de Roberto Lavagna.
La postura actual de Rato es clara: no importan los excelentes resultados obtenidos por los técnicos en la III revisión, todo está trabado –por orden de Krueger- a instancias del llamado “comité global”, un cabildeo con notable influencia en la interna del Fondo (no en el Grupo de los 7). “Falta de acuerdo sobre la oferta de restructuración de deuda privada”, confiesa el directivo español sincerando la nueva función de la entidad, como racaudadora por cuenta de particulares.
Por supuesto, reaparece un viejo argumento: “reformas estructurales demoradas por procedimientos parlamentarios y la tardanza en actualizar tarifas de servicios públicos”. Cabe apuntar que el FMI tiene razón en cuanto al Congreso argentino: el Senado brilla por su parsimornia –porque pesan ahí intereses feudales- y la cámara baja exhibe una oposición atomizada y un oficialismo bastante dividido. En otros tiempos (gobierno conservadores en 1890-1910, radicales en 1916-29 y peronistas en general), el Poder Ejecutivo echaba aun lado presiones y trabas legislativas. Hoy, algunos opinadores del sector financiero recuerdan esas épocas con nostalgia.
Las “demoras políticas” responden a una táctica de presión. Consiste en frenar “sine die” desembolsos por US$ 728 millones más 250 millones del Banco Mundial. La cuota trimestral vencida corresponde al crédito contingente acordado en septiembre último.
“Para que Argentina retorne al mercado voluntario de capitales, necesita crecimiento y definir la situación con acreedores privados”, dijo el miércoles el director gerente del Fondo Monetario Internacional. Esta frase ha sido caballito de batalla desde que se vino abajo la misma convertibilidad rígida que la entidad sostenía con cuantiosos “créditos puentes” a la postre inútiles. Curiosamente, la misión técnica que evaluó, en Buenos Aires, la III revisión, encontró metas fiscales sobrecumplidas y expansión en el producto bruto interno.
También existe ya una propuesta completa para renegociar con tenedores de bonos argentinos en cese de pagos. “Rato debiera pedirle copia a la Securities & Exchange Commission”, sugería al respecto un colaborador cercado de Roberto Lavagna.
La postura actual de Rato es clara: no importan los excelentes resultados obtenidos por los técnicos en la III revisión, todo está trabado –por orden de Krueger- a instancias del llamado “comité global”, un cabildeo con notable influencia en la interna del Fondo (no en el Grupo de los 7). “Falta de acuerdo sobre la oferta de restructuración de deuda privada”, confiesa el directivo español sincerando la nueva función de la entidad, como racaudadora por cuenta de particulares.
Por supuesto, reaparece un viejo argumento: “reformas estructurales demoradas por procedimientos parlamentarios y la tardanza en actualizar tarifas de servicios públicos”. Cabe apuntar que el FMI tiene razón en cuanto al Congreso argentino: el Senado brilla por su parsimornia –porque pesan ahí intereses feudales- y la cámara baja exhibe una oposición atomizada y un oficialismo bastante dividido. En otros tiempos (gobierno conservadores en 1890-1910, radicales en 1916-29 y peronistas en general), el Poder Ejecutivo echaba aun lado presiones y trabas legislativas. Hoy, algunos opinadores del sector financiero recuerdan esas épocas con nostalgia.
Las “demoras políticas” responden a una táctica de presión. Consiste en frenar “sine die” desembolsos por US$ 728 millones más 250 millones del Banco Mundial. La cuota trimestral vencida corresponde al crédito contingente acordado en septiembre último.