Fue un mensaje denso, técnico, por demás neoclásico. Sostuvo que el sistema financiero de la Eurozona -trece adherentes a la moneda común- está en condiciones de timonear las dos crisis originadas en Estados Unidos (inmobiliaria, crediticia). Fráncfort no rebajaría tipos referenciales como hizo en Washington.
La actitud intransigente es típica de quien maneja el otro banco central clave de Occidente. Puso de manifiesto su empecinamiento ante las turbulencias de los mercados y su decisión encanto a que el BCE mantenga la ortodoxia en cuanto a los efectos de los problemas originados aquende el Atlántico. Como si fuesen asuntos puramente norteamericanos.
Sin embargo, Trichet navega ya por mares borrascosos. Si EE.UU. cae en estanflación o recesión, temen varios expertos, el crecimiento europeo vacilará o se estancará. Algunos países –Gran Bretaña, Irlanda, España- afrontan ya colapsos en sus sectores inmobiliarios.
Con la inflación en la Eurozona (3,2% anual) por encima del imposible 2% que pretende el BCE, su presidente teme que los sindicatos alemanes, italianos y franceses, por ejemplo, obtengan aumentos salariales “desmedidos”. Esta obsesión lo hizo advertir que hasta podría elevar tasas cortas. Casi nadie cree que lo hará, pero Trichet se mete en un callejón sin salida, precisamente cuando más margen de maniobra necesita.
Como si fuera poco, los bancos privados suscitan incómodos interrogantes. Muchos deben aún difundir datos sobre su exposición en el mercado de malas hipotecas, donde su situación es peor que la prevalente en agosto y noviembre. En ambas oportunidades, el BC inyectó miles de millones de euros para impedir una derrumbe. Ahora la entidad retorna a la ortodoxia dura.
Algunos expertos que lo conocen a Trichet atribuyen esa ambivalencia a su formación como ingeniero civil, no en ciencias económicas. Eso permite sospechar que quizá no esté a la altura de próximas crisis, máximo si exigen sutileza o cierto talento para prever reacciones de mercados tan volátiles. Al respecto, cabe preguntarse si mantendrá el control, particularmente si más bancos se ven en aprietos y los dirigentes políticos presionan. Empezando con el francés Nicolas Sarkozy, que se lleva mal con su colega del BCE.
Fue un mensaje denso, técnico, por demás neoclásico. Sostuvo que el sistema financiero de la Eurozona -trece adherentes a la moneda común- está en condiciones de timonear las dos crisis originadas en Estados Unidos (inmobiliaria, crediticia). Fráncfort no rebajaría tipos referenciales como hizo en Washington.
La actitud intransigente es típica de quien maneja el otro banco central clave de Occidente. Puso de manifiesto su empecinamiento ante las turbulencias de los mercados y su decisión encanto a que el BCE mantenga la ortodoxia en cuanto a los efectos de los problemas originados aquende el Atlántico. Como si fuesen asuntos puramente norteamericanos.
Sin embargo, Trichet navega ya por mares borrascosos. Si EE.UU. cae en estanflación o recesión, temen varios expertos, el crecimiento europeo vacilará o se estancará. Algunos países –Gran Bretaña, Irlanda, España- afrontan ya colapsos en sus sectores inmobiliarios.
Con la inflación en la Eurozona (3,2% anual) por encima del imposible 2% que pretende el BCE, su presidente teme que los sindicatos alemanes, italianos y franceses, por ejemplo, obtengan aumentos salariales “desmedidos”. Esta obsesión lo hizo advertir que hasta podría elevar tasas cortas. Casi nadie cree que lo hará, pero Trichet se mete en un callejón sin salida, precisamente cuando más margen de maniobra necesita.
Como si fuera poco, los bancos privados suscitan incómodos interrogantes. Muchos deben aún difundir datos sobre su exposición en el mercado de malas hipotecas, donde su situación es peor que la prevalente en agosto y noviembre. En ambas oportunidades, el BC inyectó miles de millones de euros para impedir una derrumbe. Ahora la entidad retorna a la ortodoxia dura.
Algunos expertos que lo conocen a Trichet atribuyen esa ambivalencia a su formación como ingeniero civil, no en ciencias económicas. Eso permite sospechar que quizá no esté a la altura de próximas crisis, máximo si exigen sutileza o cierto talento para prever reacciones de mercados tan volátiles. Al respecto, cabe preguntarse si mantendrá el control, particularmente si más bancos se ven en aprietos y los dirigentes políticos presionan. Empezando con el francés Nicolas Sarkozy, que se lleva mal con su colega del BCE.