Capital financiero versus inversión externa directa

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Por un lado, la inversión externa directa (IED) sigue yendo de economías centrales, cuya expansión es lenta, a países en desarrollo. Por el otro, el capital especulativo continúa saliendo de las economías dependientes a las avanzadas.

Lo malo de esa contratendencia –que no ha cambiado en los últimos dos años, según el Banco Mundial- es que profundiza desequilibrios globales y pone al mundo en riesgo. Por cierto, las dirigencias políticas locales adoran la IED, por encima de los demás flujos de capital.

Nada mejora la suerte de un gobierno periférico que persuadir a inversores internacionales sobre las presuntas bondades de su país como receptor de IED. Se entiende, claro, fondos destinados a la economía física: industria, minería, actividades exportadoras, servicios reales, etc. Pero, como viene ocurriendo en Argentina, parte de la IED sirva para desnacionalizar activos locales (caso SanCor, por ejemplo).

En general, los proyectos que seducen a los políticos del mundo en desarrollo no cuentan con la buena voluntad de analistas ni banqueros. Pero, en el caso de la IED, su actitud es otra. Máxime desde que, hace algunos años, se incluyen en esa categoría fusiones, adquisiciones (F&A) y privatizaciones, tres canales que –en realidad- no generan riqueza (como sí lo hace levantar fábricas o extraer minerales e hidrocarburos).

Sea como fuere, ambas formas de IED cuentan con sello de aprobación en círculos financieros de las principales economías, organismos multilaterales y otras instancias. Los partidarios del mercado las ven como impulsoras de globalización, aunque no lo sean necesariamente. Quienes privilegian la economía real las definen como motores de desarrollo.

En este segundo plano, el ortodoxo “Economist” estima que elevar un punto la relación entre monto de IED y producto bruto interno (PBI), en países en desarrollo, equivale a un aumento de 0,4% en el segundo. Esto obedece a un “tenet” ideológico, según el cual las empresas extranjeras se desempeñan mejor y pagan salarios más altos que las locales; salvo en las economías avanzadas. Curiosamente, no se tiene en cuenta el auge de la tercerización, originado en mayor rentalidad o menores costo prevalentes en países de menor desarrollo.

Sea como fuere, es natural que los niveles de IED en el mundo sean seguidos muy de cerca. Así, los 24 países más ricos del mundo (Organización de cooperación pro desarrollo económico, OCDE, París, un reducto monetarista) son la mayor fuente de IED. Durante los años 90, estos flujos crecieron velozmente, pero sólo porque una burbuja bursátil –que se desinfló desde 2000- había multiplicado F&A y sus efectos en el resto del mundo, en forma de privatizaciones transnacionalizantes.

La masa nominal de IED, pues, se sextuplicó en la década 1990-99. Después. Ingresos y egresos de IED cayeron espectacularmente. El último informe de la OCDE llega a 2005 y revela que egresos (US$ 670.000 millones) e ingresos del grupo (400.000 millones) seguían por debajo de los registrados en 1999.

No obstante, el dato de fondo es que la salida de IED vuelve a subir desde 2004, al cabo de cuatro años deprimidos. En parte, porque la economía norteamericana tiende a recobrarse paulatinamente desde 2003. Debe recordarse que Estados Unidos es el mayor aportante mundial de IED, con US$ 252.000 millones el año pasado. Pero también es el mayor receptor, titulo que ha retenido durante buena parte de los últimos veinte años.

Lo malo de esa contratendencia –que no ha cambiado en los últimos dos años, según el Banco Mundial- es que profundiza desequilibrios globales y pone al mundo en riesgo. Por cierto, las dirigencias políticas locales adoran la IED, por encima de los demás flujos de capital.

Nada mejora la suerte de un gobierno periférico que persuadir a inversores internacionales sobre las presuntas bondades de su país como receptor de IED. Se entiende, claro, fondos destinados a la economía física: industria, minería, actividades exportadoras, servicios reales, etc. Pero, como viene ocurriendo en Argentina, parte de la IED sirva para desnacionalizar activos locales (caso SanCor, por ejemplo).

En general, los proyectos que seducen a los políticos del mundo en desarrollo no cuentan con la buena voluntad de analistas ni banqueros. Pero, en el caso de la IED, su actitud es otra. Máxime desde que, hace algunos años, se incluyen en esa categoría fusiones, adquisiciones (F&A) y privatizaciones, tres canales que –en realidad- no generan riqueza (como sí lo hace levantar fábricas o extraer minerales e hidrocarburos).

Sea como fuere, ambas formas de IED cuentan con sello de aprobación en círculos financieros de las principales economías, organismos multilaterales y otras instancias. Los partidarios del mercado las ven como impulsoras de globalización, aunque no lo sean necesariamente. Quienes privilegian la economía real las definen como motores de desarrollo.

En este segundo plano, el ortodoxo “Economist” estima que elevar un punto la relación entre monto de IED y producto bruto interno (PBI), en países en desarrollo, equivale a un aumento de 0,4% en el segundo. Esto obedece a un “tenet” ideológico, según el cual las empresas extranjeras se desempeñan mejor y pagan salarios más altos que las locales; salvo en las economías avanzadas. Curiosamente, no se tiene en cuenta el auge de la tercerización, originado en mayor rentalidad o menores costo prevalentes en países de menor desarrollo.

Sea como fuere, es natural que los niveles de IED en el mundo sean seguidos muy de cerca. Así, los 24 países más ricos del mundo (Organización de cooperación pro desarrollo económico, OCDE, París, un reducto monetarista) son la mayor fuente de IED. Durante los años 90, estos flujos crecieron velozmente, pero sólo porque una burbuja bursátil –que se desinfló desde 2000- había multiplicado F&A y sus efectos en el resto del mundo, en forma de privatizaciones transnacionalizantes.

La masa nominal de IED, pues, se sextuplicó en la década 1990-99. Después. Ingresos y egresos de IED cayeron espectacularmente. El último informe de la OCDE llega a 2005 y revela que egresos (US$ 670.000 millones) e ingresos del grupo (400.000 millones) seguían por debajo de los registrados en 1999.

No obstante, el dato de fondo es que la salida de IED vuelve a subir desde 2004, al cabo de cuatro años deprimidos. En parte, porque la economía norteamericana tiende a recobrarse paulatinamente desde 2003. Debe recordarse que Estados Unidos es el mayor aportante mundial de IED, con US$ 252.000 millones el año pasado. Pero también es el mayor receptor, titulo que ha retenido durante buena parte de los últimos veinte años.

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