jueves, 5 de diciembre de 2024

Calificadoras sospechosamente optimistas hasta el fin

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Una decisión de Standard & Poor’s, hace casi ocho años, inició algo que hoy hace crisis vía malas hipotecas. En 2000, aprobó un sistema por el cual un deudor puede sacar una segunda hipoteca para pagar la cuota inicial de la primera.

A criterio de la calificadora, ese mecanismo no presuponía mayor riesgo de mora que una hipoteca convencional. Era un dislate, pero nadie reparó en él porque afectaba a un pequeño segmento del mercado. Pero, en pocos años, ese truco ”inocente” dio vuelta el negocio del crédito –no es una industria, pero abarca caballeros de industria- y generó las hipotecas “secundarias”. Vale decir, malas o usurarias.

Eran préstamos a tasa alta (tres a cinco puntos sobre las normales) a deudores con pobres antecedentes en materia de repago. Por eso, los prestamistas entraban en la vieja categoría de “loan sharks” (tiburones usureros). Pero analistas y medios consideraban tabú emplear palabras como ésas, reservadas a Charles Dickens.

Sea como fuere, en octubre de 2006, S&P “descubrió” que los riesgos de insolvencia eran altos y las hipotecas eran de mala calidad. Por entonces, claro, esos instrumentos representaban considerable parte en un “pujante” mercado superior al billón de dólares en Estados Unidos. Hoy, es un caos y sólo tienen esperanzas ciertos apóstoles del optimismo a medida; verbigracia, Claudio Lóser, Guillermo Perry, etc.

Mientras moras y ceses de pagos proliferan, inversores y especuladores que tenían títulos respaldados en esas hipotecas ven como sus activos se achican. Fondos de cobertura y de capital extrabursátil (compras apalancadas) se han desplomado o tambalean. Ante el descalabro, los mayores bancos centrales inyectaron liquidez por cerca de US$ 500.000 millones en pocos días (9 al 14 de agosto) y la Reserva Federal –olvidando sus obsesiones inflacionarias- adelantó un mes la baja del redescuento de 6,25 a 5,75% anual.

En primera instancia, los culpables son prestamistas usurarios que emitieron esa locas hipotecas y banqueros que las reempaquetaron como activos financieros. Pero nadie ha sido despedido de las tres agencias calificadoras (S&P, Moody’s, Fitch) y no se han abierto aún demandas contra ellas. Son las mismas que han estado años manipulando el riesgo soberano de países subdesarrollados, en favor de fondos buitres y la gran banca occidental.

Debe tenerse en cuenta que las calificadoras no hacen beneficencia y han ganados pilas de dinero vendiendo informes. ¿Cuál es su responsabilidad en materia de malas hipotecas y sus efectos? Para medirla, basta saber que, según la consultoría Asset-backed Alert, Moody’s y S&P calificaron en 2006 emisiones de bonos por un total de casi US$ 534.000 millones cada una. Fitch aprobó US$ 244.400 millones. Este año, buena parte de esos papeles ha sido recalificada como chatarra… por las mismas agencias.

A criterio de la calificadora, ese mecanismo no presuponía mayor riesgo de mora que una hipoteca convencional. Era un dislate, pero nadie reparó en él porque afectaba a un pequeño segmento del mercado. Pero, en pocos años, ese truco ”inocente” dio vuelta el negocio del crédito –no es una industria, pero abarca caballeros de industria- y generó las hipotecas “secundarias”. Vale decir, malas o usurarias.

Eran préstamos a tasa alta (tres a cinco puntos sobre las normales) a deudores con pobres antecedentes en materia de repago. Por eso, los prestamistas entraban en la vieja categoría de “loan sharks” (tiburones usureros). Pero analistas y medios consideraban tabú emplear palabras como ésas, reservadas a Charles Dickens.

Sea como fuere, en octubre de 2006, S&P “descubrió” que los riesgos de insolvencia eran altos y las hipotecas eran de mala calidad. Por entonces, claro, esos instrumentos representaban considerable parte en un “pujante” mercado superior al billón de dólares en Estados Unidos. Hoy, es un caos y sólo tienen esperanzas ciertos apóstoles del optimismo a medida; verbigracia, Claudio Lóser, Guillermo Perry, etc.

Mientras moras y ceses de pagos proliferan, inversores y especuladores que tenían títulos respaldados en esas hipotecas ven como sus activos se achican. Fondos de cobertura y de capital extrabursátil (compras apalancadas) se han desplomado o tambalean. Ante el descalabro, los mayores bancos centrales inyectaron liquidez por cerca de US$ 500.000 millones en pocos días (9 al 14 de agosto) y la Reserva Federal –olvidando sus obsesiones inflacionarias- adelantó un mes la baja del redescuento de 6,25 a 5,75% anual.

En primera instancia, los culpables son prestamistas usurarios que emitieron esa locas hipotecas y banqueros que las reempaquetaron como activos financieros. Pero nadie ha sido despedido de las tres agencias calificadoras (S&P, Moody’s, Fitch) y no se han abierto aún demandas contra ellas. Son las mismas que han estado años manipulando el riesgo soberano de países subdesarrollados, en favor de fondos buitres y la gran banca occidental.

Debe tenerse en cuenta que las calificadoras no hacen beneficencia y han ganados pilas de dinero vendiendo informes. ¿Cuál es su responsabilidad en materia de malas hipotecas y sus efectos? Para medirla, basta saber que, según la consultoría Asset-backed Alert, Moody’s y S&P calificaron en 2006 emisiones de bonos por un total de casi US$ 534.000 millones cada una. Fitch aprobó US$ 244.400 millones. Este año, buena parte de esos papeles ha sido recalificada como chatarra… por las mismas agencias.

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